México D.F. Sábado 13 de septiembre de 2003
Las fuerzas ocupantes afirman "no tener información"
sobre el incidente
Acribillan soldados de EU convoy de policías
iraquíes; 10 muertos
Invasores dispararon contra los agentes al servicio
de Washington que perseguían a agresores
Los estadunidenses "arreglaron la emboscada", asegura
el hermano de uno de los fallecidos
ROBERT FISK ENVIADO
Fallujah, 12 de septiembre. Un cerebro humano yace
al lado del camino, desparramado en la arena, arrancado de la cabeza de
su dueño cuando los estadunidenses tendieron una emboscada a sus
propios policías iraquíes. A unos centímetros estaban
los dientes de un policía, destrozados pero limpios; pertenecían
a un hombre joven.
"No sé si son los dientes de mi hermano... ni siquiera
sé si está vi-vo o muerto -me gritó Ahmed Mo-hamed-.
Los estadunidenses se llevaron los muertos y los heridos... no quisieron
decirnos nada".
Decía la verdad. También Mohamed es un policía
iraquí que trabaja para los estadunidenses.
Las fuerzas de Estados Unidos en Irak informaron oficialmente
-de manera increíble- que "no te-nían información"
de la matanza de 10 policías en la que otros cinco resultaron heridos
esta mañana. Por desgracia, no dicen la verdad.
Soldados de la tercera división de infantería
dispararon miles de ba-las en la emboscada, cientos de las cuales se estrellaron
en el muro de un edificio en el vecino complejo del hospital Jordano, que
causaron incendios en dos habitaciones.
Y si en verdad necesitan "información", sólo
tienen que mirar los cartuchos de granadas de 40 milímetros dispersos
en la arena, cerca de sesos y dientes. Cada uno lleva impreso Amm Lot
Ma-92A170-024, clave estadunidense de las granadas lanzadas por rifles
M-19.
Reconstrucción de un drama
Y
en Fallujah, donde enfurecidos iraquíes recorrieron las calles después
de la oración matutina en bus-ca de patrullas estadunidenses que
apedrear, no era difícil reconstruir la historia de lo ocurrido.
Qahtan Adnan Hamad, jefe de la policía local, entrenado
y pagado por los estadunidenses -quien confirmó la muerte de los
10 agentes-, describió cómo, no mucho después de la
medianoche pasada, pistoleros que iban en un BMW abrieron fuego sobre la
oficina del alcalde.
Dos escuadrones de la fuerza po-liciaca entrenada y pagada
por Wa-shington pertenecientes al cuerpo establecido en Fallujah por las
fuerzas estadunidenses y a la re-cién constituida policía
nacional iraquí salieron en persecución de los agresores.
Como los estadunidenses no di-rán la verdad, dejemos
que Ahmed -cuyo hermano de 28 años, Walid, fue uno de los policías
que salieron a esa misión- narre su historia:
"Nos habían dicho que el BMW disparó contra
la oficina del alcalde a las 12:30 horas. Los policías los persiguieron
en dos vehículos, una pick-up Nissan y un auto Honda, y se
lanzaron sobre los viejos caminos de Kandar hacia Bagdad.
"Pero los estadunidenses estaban allí en la oscuridad,
afuera del hospital Jordano, con el fin de emboscar los autos que pasaran.
Dejaron pasar el BMW, y abrieron fuego sobre los vehículos de la
policía."
Uno de los policías que resultaron heridos en el
segundo vehículo relató que los estadunidenses aparecieron
de pronto en el camino os-curo: "Cuando nos gritaron, nos de-tuvimos de
inmediato. Tratamos de decirles que éramos policías, pero
entonces se pusieron a disparar."
Esto último es cierto. Hallé miles de cartuchos
vacíos de bronce en el lugar de los hechos, montones de ellos resplandeciendo
al sol como hojas de otoño, junto con cartuchos verde oscuro de
granadas.
Había cientos de balas sin disparar, pero lo más
perturbador era la evidencia en los muros de ladrillo de un edificio en
el hospital Jordano: por lo menos 150 descargas habían dado allí
e incendiado dos habitaciones: las llamas ennegrecieron la parte exterior.
Y hay otro misterio que los estadunidenses no tenían
prisa en re-solver. Varios iraquíes dijeron que un médico
jordano del hospital pe-reció y cinco enfermeras resultaron heridas;
sin embargo, cuando me acerqué a la puerta del nosocomio, me cerraron
el paso tres hombres armados que dijeron ser jordanos.
Zona de exclusión periodística
Para entrar en estos días a hospitales iraquíes
se necesita permiso de las autoridades de ocupación en Bagdad, casi
imposible de obtener.
No quieren tener periodistas me-rodeando por las espantosas
morgues del Irak "liberado". ¿Quién sabe qué podrían
hallar?
"Los médicos se fueron a orar; no puede pasar",
me dijo sin son-reír uno de los pistoleros jordanos.
Desde la azotea del destartalado edificio nos miraban
dos guardias armados y con cascos. Tenían as-pecto de soldados jordanos.
Su hospital está enfrente de una base de la tercera división
de infantería.
¿Están los jordanos aquí en apo-yo
a los estadunidenses? ¿O son estadunidenses los que custodian el
hospital Jordano?
Cuando pregunté si estaban allí los cuerpos
de los policías muertos, el guardia de la puerta se encogió
de hombros.
¿Qué ocurrió? ¿Dispararon
los estadunidenses a sus policías iraquíes bajo la impresión
errónea de que eran "terroristas" -de Saddam Hussein o de Al Qaeda,
según el grado de fe que tengan en el presidente George W. Bush-,
y luego, cuando las balas dieron contra el hospital, fueron atacados por
los guardias jordanos de la azotea?
En otro país, los estadunidenses sin duda habrían
reconocido al menos parte de la verdad. Pero de lo único que hablaron
ayer fue de sus propias bajas: dos soldados estadunidenses fueron muertos
y varios heridos en una incursión en la población vecina
de Ramadi, donde los ocupantes de una casa les devolvieron el fuego.
Dio la impresión de que las vidas estadunidenses
son infinitamente más valiosas que las iraquíes. Y, desde
luego, si sesos y dientes al lado del camino en Fallujah hubieran sido
de un estadunidense, los habrían retirado de inmediato.
Había otras cosas en ese camino. Un jirón
-con sangre- de una ca-misa de la policía iraquí, suministrada
por Estados Unidos, un primitivo torniquete y gasa, y montones de sangre
seca y ennegrecida.
Se dice por aquí que la tercera división
de infantería está cansada. Invadió Irak en marzo
y no ha retornado a su patria desde entonces. Su moral es baja. O eso se
comenta en Fallujah y Bagdad.
El cáncer del rumor
Pero el cáncer del rumor comienza a convertir esta
matanza en algo mucho más peligroso.
He aquí palabras de Ahmed, cu-yo hermano Walid
fue uno de los policías atrapados en la emboscada y llevado por
los estadunidenses, vivo o muerto. Llegó al sitio a examinar la
sangre y los cartuchos.
"Los estadunidenses se vieron obligados a salir de Fallujah
después de intensos combates, luego que en abril mataron a 16 manifestantes.
Pero querían regresar a la ciudad, así que arreglaron esta
em-boscada. Los 'pistoleros' del BMW eran de Estados Unidos que traían
el encargo de demostrar que no hay seguridad en Fallujah, de modo que los
militares regresaran. Los policías gritaban '¡somos de la
policía, somos de la policía!' Pero los uniformados siguieron
disparando."
En vano intenté explicarle que lo último
que desean los estadunidenses es regresar a la población sunita
y sadamita de Fallujah.
Ya han pagado "indemnizaciones" a las familias de inocentes
iraquíes locales asesinados en sus puestos de revisión. Tendrán
que hacer lo mismo con el líder tribal a quien le mataron dos hijos
en otro retén cerca de Fallujah, el jueves.
Pero ¿por qué mataron los estadunidenses
a tantos de sus propios policías iraquíes? ¿Acaso
no escucharon los mensajes de auxilio que los moribundos enviaban por la
radio? ¿Por qué -en esto coinciden versiones de los guardias
del hospital Jordano y familiares de los policías- siguieron disparando
du-rante hora y media?
¿Y por qué dijeron "no tener in-formación"
de la matanza 18 horas después de haber abatido a tiros a 10 de
los hombres que más necesita Bush si quiere sacar a su ejército
de la trampa mortal iraquí?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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