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México D.F. Sábado 6 de septiembre de 2003

¿Somos los Rolling Stones?

Bill Wyman

En un par de días empezará a circular en librerías mexicanas un libro monumental: Rolling with the Stones, traducido al español como ''Cuarenta años de gira con los Rolling'', escrito por Bill Wyman, quien durante los años que fungió como bajista de esa cuarteta británica que contribuyó a elevar el rock como una de las bellas artes, realizó anotaciones cotidianas que luego convirtió en este libro bellamente editado en Londres hace dos años, tiempo que Grijalbo Mondadori requirió para tener éxito y conseguir los derechos para su publicación en México. Como una primicia para los lectores de La Jornada y con la autorización de la editorial, ofrecemos el segundo de los 13 capítulos de este libro imprescindible.

Comenzamos 1963 como habíamos terminado 1962, con una actuación en el Ealing Club. Esta fue una de las pocas cosas que se mantendría inalterable durante esos dos años. Ese primer sábado de enero tomé el tren hacia el Ealing y me reuní con los demás en el ABC Café, situado en la puerta siguiente a la del club. A medida que me acercaba vi cómo todos saltaban y decían bromas: me había quitado el tupé y había peinado mi cabello hacia la frente... Ya era un Rolling Stone.

Al principio era un poco extraño tocar con los Stones mientras aprendía todavía su repertorio. Recuerdo muy bien aquel sábado en el Ealing Club. Concentraba mi atención en tocar Put a tiger in your tank y miraba a Stu que martilleaba su piano. Un minuto después del final de la canción miré de nuevo el piano, Stu se había ido y estaba en el bar tomando algo con unos amigos.

Mientras las actuaciones se hacían un poco más frecuentes, en Edith Grove las cosas seguían como siempre. Tony, Stu y yo trabajábamos, Mick estaba en LSE y Keith y Brian estaban en el paro.

''Algunos días ni nos molestábamos en saltar de la cama, puesto que no había calefacción en la vivienda'' -comentaba Brian-. Yo no veía la razón de levantarse para pasar frío. Pusimos toda nuestra ropa en un receptáculo común, de forma que no pudiéramos salir todos al mismo tiempo, especialmente si llovía. Un invento alimenticio fue añadir un huevo frito a las patatas machacadas, que así adquirían un toque de color. Un muchacho llamado Jimmy Phelge se trasladó a nuestro piso, y añadió sus descuidados hábitos personales a la suciedad reinante. Jimmy trabajaba en una imprenta. Su higiene doméstica dejaba bastante que desear y, desgraciadamente, fue empeorando. Jimmy vino a formar parte de la mitología de los Stones.

Tocamos en el Red Lyon en Sutton y nos encontramos con el músico Glyn Johns. Fuimos a un restaurante chino y nos gastamos todo lo que habíamos ganado; probablemente aquella era la única comida decente de Keith y Brian en toda la semana. Al día siguiente tocamos en el Marquee acompañando a Cyril Davies, que había quedado como titular del club una vez que Alexis se marchó al Flamingo. Ganamos 10 libras por el acompañamiento al All Stars de Cyril, con Nicky Hopkins al piano, Carlo Little a la batería y el guitarrista Bernie Watson, un hombre extraño que se sentaba tras el amplificador, dando la espalda al público y con un pañuelo sobre la cabeza. Bernie tocaba grandes melodías. Al bajista de Cyril, Ricky Brown, debo la mayor influencia que recibí en aquellos momentos.

Charlie Watts a la batería

A pesar de que me ayudara a ser miembro de los Stones, pude ver que los días de Tony Chapman estaban contados. No encajaba: necesitábamos a Charlie Watts.

Recuerda Stu: ''Le dijimos a Charlie 'ya estás en el grupo. Hecho'. El respondió: 'Sí, vale, pero no se qué va a decir mi padre'''. Charlie vivía con sus padres en una casa prefabricada en Neasden. Como candidato, la opinión de Charlie sobre los Stones era interesante y se aproximaba bastante a la realidad: ''Creo que estaban locos. Trabajaban muchísimos días, sin cobrar y sin preocuparse por ello. Yo me estaba ganando la vida de forma confortable, pero así iba al descalabro. Dejé de pensar en ello. Me gustaba su espíritu y me sentía involucrado con el rhythm and blues. Dije que sí".

Aquel enero utilicé el nombre Wyman por primera vez en el escenario. Lo había cogido de mi viejo compañero de la RAF; creo que sonaba mucho mejor. Nunca más volví a ser Perks.

Tocamos en el Ricky Tick en Windsor, el 11 de enero; tras la actuación, cuando recogíamos nuestros equipos, le dijeron a Tony que ya no necesitaban sus servicios. Se puso muy furioso y dijo: ''Ven, Bill, vámonos y fundaremos un nuevo grupo". Le dije que me quedaba con los Stones, Tony se levantó y se fue.

Acciones muy oportunas

La primera actuación de Charlie fue la noche siguiente, justamente en el Ealing el 12 de enero, y el grupo se componía de seis miembros: Brian, Mick, Keith, Charlie, Stu y yo.

Aunque el número de actuaciones se incrementaba, no sucedía así con el dinero. Otro problema importante era la falta de transporte. Deseábamos tocar más, pero esto significaba tener contratos fuera de Londres, por todo el país. ¿Cómo lograrlo? Nos sentimos afortunados cuando le dieron a Stu varias acciones en ICI, para estimular a los trabajadores a convertirse en accionistas. Stu las compró y utilizó las rentas para comprar una furgoneta en la que transportarnos a nosotros y todos nuestros aparatos e instrumentos a los lugares de las actuaciones. No fue la única ocasión en que ICI -con sede en Victoria- influyó en el éxito de los Rolling Stones.

Casi una semana después de que Charlie entrase en el grupo encontré que era más fácil tocar con él que con Tony o cualquier otro. Algo me ayudó a que me gustase Charlie. Pensé que teníamos las bases para una buena sección de rítmica.

Entretanto me daba cuenta de que debíamos ganarnos una buena reputación para que nos pagaran mejor las actuaciones. Primero debíamos asegurarnos de que no perdiéramos dinero. Conté que, después de una gala en el Ealing, me dieron cinco chelines como paga y que para llegar allí tuve que gastar una suma superior. Las cuentas de Brian tenían una lista de deducciones por gastos de vivienda: cuerdas de guitarra, armónicas y otro tipo de cosas.

Un nuevo signo de nuestro creciente atractivo fue que las chicas nos pidiesen autógrafos después de una actuación. Charlie resumía así el sentimiento de todos: ''Me sentía muy incómodo, pero firmaba. Nos tomábamos nuestra música muy en serio, pero no a nosotros mismos, y ver que una chica pedía que le firmásemos un autógrafo me sorprendía". Brian seguía a vueltas con sus propios problemas. Seguía escribiendo y rescribiendo cartas a sus padres, buscando desesperadamente su aprobación. A finales de enero, Cyril Davies nos echó del Marquee. El número de asistentes alcanzaba ya los 600 y nosotros pedimos un poco más de dinero. Nos pagaba 16 libras por actuación, cantidad que debíamos repartir entre seis. Harold Pendleton dijo más tarde: ''Salía del Marquee con Cyril Davies cuando ellos estaban cargando sus equipos en una furgoneta. Les lancé un 'buenas noches' y me respondieron con una expresión irrepetible. Le dije a Cyril: '¿Qué les pasa a estos?' El respondió: 'Los acabo de echar; ni son auténticos ni son buenos". Es una clara muestra del esnobismo que reinaba en el mundo de jazz y de los blues. Como decía Chris Barber: ''Odio ser auténtico. Todos éramos un poco intelectuales en aquel momento y la actitud de los Stones en aquel momento era para nosotros algo poppy y la juzgábamos desde una perspectiva algo pedante".

La mafia del jazz

Aunque nuestro contrato en Ealing era seguro, perder las actuaciones fijas en el Marquee y el Flamingo significaba que debíamos buscar trabajo en otro sitio. La mafia del jazz nos había proscrito y nos vetaba el acceso a algunos locales. Para compensar la disminución de contratos comenzamos a tocar en el Ealing también los martes por la noche. En otro de los locales que frecuentábamos, el Ricky Tick, nos convertimos en el centro de atención, tanto fuera como dentro del escenario. Las chicas merodeaban alrededor del grupo y hablaban con nosotros en los descansos. Fue una experiencia agradable y nueva, pero debo decir que me parecían un poco vacías. La mayoría iban sin maquillaje, llevaban el pelo largo, a la última moda.

Una de ellas era una muchacha de 16 años llamada Linda Lawrence. Brian no tardó en invitarla a Edith Grove.

Linda Anne Lawrence vivía en aquel entonces en Windsor, su padre era contratista de obras. Stuart Lawrence y su esposa Violet eran católicos.

Todavía ensayábamos en el Wetherby Arms, cuando intentamos incorporar al grupo a dos chicas que cantasen. Cyril Davies tenía tres cantantes negras, eso fue probablemente lo que nos dio la idea. Cleo Sylvester y una amiga suya llamada Jean, que no cantaba ni siquiera una nota, se incorporaron. Pensábamos llamarlas The Honeybees (Las abejitas). Pronto renunciamos a la idea al ver que siempre reían tontamente. Posteriormente, Cleo vino a Edith Grove para hablar sobre su interés en cantar con Mick.

A finales de enero, Brian recibió una carta de la BBC sobre una audición en el Jazz Club. Le rogaron que rellenase un formulario. Dos semanas más tarde recibimos otra carta ofreciéndonos una actuación el 23 de abril; parecía una fecha muy lejana.

Más importante para nuestro destino inmediato fue encontrarnos con el maravilloso Giorgio Gomelsky, en el Marquee, a quien invitamos a nuestra función en el Red Lion, en Sutton.

Por los clubes

Conseguimos otra actuación, en el Harringay Jazz Club, en el pub llamado Manor House, acompañando a Blues By Six, con Brian Knight. Carecían de batería, por lo que Charlie Watts tocó con ambos conjuntos. El disc jockey del club era John Baldry, que aquella noche puso la primera pieza de John Lee Hooker que oía. Quedé impresionado por su música y después traté de buscar sus discos. La noche siguiente, en el Ricky Rick, dos chicos comenzaron a hacernos preguntas sobre guitarras, amplificadores, cuerdas y cosas por el estilo. Uno de ellos era Paul Samwell-Smith, que sería uno de los fundadores de The Yardbirds a comienzos del verano. Apoderados por Giorgio, nos remplazaron en muchos de los clubes que dejamos cuando comenzamos nuestras giras por clubes y salas de baile de todo el país.

Giorgio invitó a Brian y a los chicos al hotel Station, donde dirigía el Richmond Jazz Club los domingos por la noche. Ciertos compromisos familiares me retuvieron en casa. Allí actuaba el grupo de Dave Hunt; sus músicos eran muy deficientes. Brian le dijo a Giorgio: ''Giorgio, no puedes dirigir un club sin que el grupo musical te responda. Danos una oportunidad, actuaremos gratis". Muy propio de Brian, apasionado y seguro de que nosotros podríamos tener éxito. Fuimos con Giorgio a Edith Grove y le preguntamos cómo conseguir actuaciones. El veto de la mafia estaba en pleno apogeo. Nuestras actuaciones de los martes por la noche eran muy desiguales y la audiencia no crecía mucho en Harringay. El lunes 18 de febrero, Giorgio llamó a Stu a ICI y le dijo: ''Di a todos los del grupo que el próximo domingo tocarán en el hotel Station". Fuimos todos al piso de Giorgio, que nos aseguró una libra por sesión y nos dijo que había hecho carteles con nuestros retratos.

Nuestros martes en el Ealing tenían tan poca asistencia que los anulamos. Sin embargo los miércoles funcionaban bien. Hablamos de nuevo con Glyn Johns, quien trabajaba como ingeniero de sonido en los estudios IBC. Nos estimuló a preparar conjuntamente algunas canciones para grabarlas.

Los atractivos de Richmond

El domingo 24 de febrero viajamos a través de la nieve a Richmond, para nuestra primera actuación en el hotel Station. Se abrieron las puertas a las siete de la tarde y tocamos en dos bloques de 45 minutos.

Al primero a las ocho y cuarto de la tarde asistieron 30 personas. Volvimos luego a las diez menos cuarto de la noche. Todo por 7 libras y 10 chelines.

El sábado siguiente tocamos nuestra última función en el Ealing. Linda Lawrence estaba allí y Pat y el chico se presentaron también. Brian hizo lo posible por desembarazarse de Linda y todos fuimos a un café del Soho. Pat y el chico vinieron con nosotros. Brian estaba orgulloso, decía a todo el mundo que el niño era hijo suyo.

La semana siguiente comenzamos lo que durante varios meses iba a ser el plan habitual de un domingo. Por la tarde tocábamos en Studio 51, el club de Ken Colyer en el Soho; más tarde estábamos en el hotel Station. Giorgio nos había conseguido la actuación del Studio 51, que estaba dirigido por dos bellas damas llamadas Pat y Vi; siempre fueron amables, colaboradoras y generosas con nosotros.

Desde allí fuimos hasta Richmond. Allí hicimos la segunda función. La asistencia se había casi duplicado desde la primera semana.

Studio 51 y Richmond eran un buen terreno para actuar. Muchas fans de Richmond venían al Soho. Comenzamos a ganar un dinero considerable. Ya no tocábamos para divertirnos.

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