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México D.F. Domingo 31 de agosto de 2003
Antonio Gershenson
Las experiencias del apagón
Supuestamente, los sistemas automáticos se iban a encargar de que todo funcionara bien. La llamada desregulación dejaba las operaciones comerciales con electricidad al único control del mercado. Pero los sistemas de control, que funcionaban por regiones, estaban y están interconectados en una área gigantesca. Y nadie controlaba al sistema interconectado total.
No había en el noreste estadunidense y las ciudades vecinas de Canadá algo parecido al Cenace (Centro Nacional de Control de Energía) de la Comisión Federal de Electricidad. Y cuando un sistema regional falló, a partir de un incidente en una línea de transmisión en las afueras de Cleveland, Ohio, las fallas se propagaron precisamente porque los sistemas locales actuaban en términos locales, en una red interconectada de gran magnitud.
Así, la ciudad de Cleveland, hambrienta de electricidad al perder la mencionada línea, jaló enormes cantidades de energía del vecino Michigan, y luego de Ontario, Canadá, dejando fuera de servicio más líneas y plantas eléctricas. Se empezó a succionar electricidad del estado de Nueva York, cuyo sistema, para defenderse, cerró la frontera con Canadá. Pero esto creó otro problema: las plantas generadoras de Nueva York, al no tener hacia dónde mandar la electricidad generada, se sobrecargaron, lo cual condujo también al apagón general.
Se acumularon muchos problemas. Años sin inversión en las líneas de transmisión, porque el mercado que inventaron allá premiaba la generación de electricidad, pero no su transmisión. Y a diferencia de la anterior situación, en la que las plantas abastecían a los lugares más cercanos, con el mercado eléctrico los consumidores, especialmente los grandes consumidores, compraban la energía más barata aunque estuviera más lejos, al fin que los costos de transmisión son relativamente bajos. Y esto saturó más las líneas, que eran las mismas que antes y con muy poca nueva inversión. Los jueguitos de los tecnócratas le costaron al país vecino el apagón más grave de su historia.
La industria eléctrica, por su complejidad y por los largos periodos de recuperación de la inversión, requiere de la planeación a largo plazo. Esa es la primera lección del gran apagón. Y esto se aplica plenamente para México también.
De ahí que resulte cada vez más absurda la terquedad de quienes quieren introducir una contrarreforma con el nombre de reforma eléctrica. Se pretende hacer una mala copia de lo que está fracasando no sólo en el noreste estadunidense. Es lo que ya fracasó en California, en el área de Londres hace pocos días, en Inglaterra en general, por no recordar los apagones en Argentina, Ecuador y otros países. Se pretende seguir reduciendo el ámbito de la planeación y dejar ese espacio, supuestamente, a las leyes del mercado, pese a que se ha comprobado que, finalmente, hay empresas que obtienen beneficios monopólicos de esa situación.
Una verdadera reforma eléctrica incluye varios aspectos: autonomía de gestión de las empresas públicas, reforma fiscal para que se dejen de expropiar las utilidades de las mismas, eliminación de las restricciones que impiden a estas mismas entidades aprovechar sus enormes extensiones con derechos de vía para transportar su propio gas y otros combustibles, para actividades muy rentables como las telecomunicaciones, etcétera. Sin embargo, ahora nos centramos en la planeación.
Es obvio que la planeación debe incluir, como se ha hecho durante años, la construcción anticipada de las líneas de transmisión y redes de distribución necesarias. Debe mantenerse la operación racional de la red, lo cual implica que la energía se obtenga de los puntos más cercanos posibles, y no supeditar la confiabilidad de la red al negocio de unos cuantos.
Pero también se debe incluir la planeación de la nueva capacidad de generación, y ésta debe ir más allá de definir un número de plantas, casi todas de gas natural, y repartirlas por región. Se deben aprovechar plenamente los recursos renovables, que abundan en nuestro país. Se deben aprovechar excedentes de los procesos de refinación, y cuando no se puedan tomar todas las medidas ambientales necesarias desde el combustible, éstas deben ser tomadas en el quemador y en la chimenea de cada planta. Así, las cuestiones ambientales no se deberán tomar como pretexto para hundir al país en la dependencia creciente de las importaciones de gas natural.
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