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México D.F. Jueves 28 de agosto de 2003
NO PROLIFERACION: RASERO HIPOCRITA
Luego
de varios meses de tensiones y desencuentros que se han traducido incluso
en fintas y movilizaciones prebélicas, representantes de alto nivel
de los gobiernos de Corea del Norte y Estados Unidos sostuvieron un primer
encuentro oficial en Pekín, acompañados por funcionarios
del país anfitrión, de Rusia, de Corea del Sur y de Japón,
a fin de buscar soluciones dialogadas al tema del programa nuclear de Pyongyang
orientado, al parecer, a fabricar armas atómicas.
La proliferación de esta clase de armamento es
sin duda un fenómeno indeseable y preocupante para la comunidad
internacional y cabe esperar, en esa medida, que el encuentro de Pekín
desemboque en un proceso de negociación que permita disuadir a Norcorea
de su determinación de dotarse de bombas nucleares.
No debe omitirse, sin embargo, que en esa terrible decisión
de Pyongyang han tenido mucho que ver las muestras de hostilidad de Washington
hacia la porción norte de la península coreana, así
como las amenazas cumplidas del gobierno de George W. Bush contra Afganistán
e Irak. Tras el arrasamiento y la ocupación de esas naciones por
las fuerzas armadas estadunidenses, el régimen norcoreano, independientemente
de que constituya una dictadura belicosa y delirante, tenía sobrados
motivos para sentirse amenazado. Y toda vez que ni la legalidad internacional
ni los contrapesos de otros poderes mundiales fueron capaces de detener
las violentas incursiones neocoloniales lanzadas por la Casa Blanca contra
esos infortunados países islámicos, los gobernantes de Pyongyang
pudieron concluir, con razón, que sólo la amenaza de una
revancha atómica podría ser capaz de parar a Bush si, por
razones de economía o de política internas, o por su simple
tendencia a provocar y protagonizar guerras, decidiera que Norcorea fuese
el siguiente destino de los marines, después de Afganistán
e Irak.
Desde otra perspectiva, no puede soslayarse la enorme
hipocresía desplegada por la comunidad internacional, incluidos
organismos como la ONU y la Agencia Internacional de Energía Atómica,
ante la proliferación de armas atómicas en el mundo: los
programas de desarrollo atómico de países como Irán
y Corea del Norte son vistos como inaceptables, pero se guarda silencio
ante las bombas nucleares desarrolladas por Israel, Pakistán e India,
naciones que se encuentran enfrascadas en conflictos y guerras intermitentes
desde hace muchas décadas y cuyos arsenales atómicos presentan
el peligro incalculable de ser utilizados en cualquier momento. Ninguno
de los tres puede presentarse como ejemplo de democracia, de vigencia de
la legalidad o de respeto a los derechos humanos. El régimen de
Tel Aviv mantiene un sistema de apartheid contra los palestinos
y los árabes israelíes y se desempeña como una potencia
ocupante particularmente cruel y sanguinaria en Gaza, Cisjordania y la
Jerusalén Oriental. India mantiene una feroz represión contra
las minorías musulmanas, y Pakistán está controlado
por una oligarquía castrense corrupta, tiránica y promotora
de organizaciones terroristas que cometen atentados como el perpetrado
esta semana en Bombay. Los gobiernos de Israel y de Pakistán son,
por otra parte, cercanísimos amigos, aliados, protegidos y operadores
regionales de Washington.
En tales circunstancias, Estados Unidos no tiene ninguna
autoridad moral para exigir a Corea del Norte que desista de fabricar armas
nucleares, y las expresiones occidentales de espanto y preocupación
ante los planes de Pyongyang en ese sentido carecen de credibilidad.
Dicho lo anterior, es indudable que cada bomba atómica
que deje de construirse en cualquier país del mundo representa un
factor de paz y de esperanza para la humanidad y que lo mejor para todos
sería que Corea del Norte recibiera garantías de que no será
atacada ni hostigada por la superpotencia y renunciara, a cambio, a fabricar
armas nucleares.
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