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México D.F. Jueves 28 de agosto de 2003
Olga Harmony
Curiosos hábitos sexuales de algunas especies
Arthur Schnitzler -el decimonónico médico y escritor vienés que fuera tan cercano a Freud- volvió hace poco a las páginas de los medios a partir de la película de Stanley Kubrick Ojos bien cerrados, basada en su novela Relato soñado ( y probablemente de allí provenga ese ambiente de antiguo carnaval veneciano que el cineasta no logró actualizar), pero entre nosotros textos dramáticos como La ronda -que también ha dado origen a cintas cinematográficas- se escenifican con alguna frecuencia. Si en su momento el escritor causó muchos escándalos y la obra mencionada no se estrenó hasta 1920 por la censura de su época, en la actualidad nadie levantaría una indignada ceja, por lo menos entre el culto público que asiste al teatro, ante sus audacias. Esto lo entendió muy bien Martín Acosta, quien en el primer texto de su autoría sin colaboración, Curiosos hábitos sexuales de algunas especie en extinción, escogió algunas relatos de Schnitzler y con ellos elaboró su propia Ronda dándole otra intención: el cuestionamiento sobre si no seremos una especie en extinción. Los personajes que plantea Acosta ignoran el amor e incluso el deseo carnal se convierte en actos que no llegan al apareamiento. Me imagino, porque la gente que conozco tiene sana y gozosa vida erótica, que aun en esta época en que se requieren objetos de sex shop y películas de muchas X para incrementar o suscitar el deseo, que el autor se refiere a una minoría o a una posibilidad de que el ser humano pierda su fertilidad y sea una especie tan en extinción como el ornitorrinco del que se habla en un parlamento. No se trata aquí de la no procreación de las parejas homosexuales o del necesarísimo, por tantos motivos, control natal, sino de una propuesta que se me escapa, a lo mejor por un motivo generacional. De cualquier modo, la estructura de la obra, basada en la conocidísima del original vienés y que se inicia con El regreso de Casanova -aunque el caballero devenga empresario de cabaret-, además de ingenioso es muy interesante.
Martín Acosta dirige esta vez a un nuevo grupo (y a propósito y perdón por la insistencia, ojalá pueda verse fluir el presupuesto institucional y se logre el prometido apoyo a los grupos, ahora que cada vez son más), formado por egresados de Casa de Teatro, llamado El Regreso de Ulises, en una sencilla escenografía de la que es autor apoyado por la iluminación de Matías Gorlero, sin olvidar la pecera, que ya es casi sello de sus escenificaciones, realizada por Arturo Trejo. Su trazo es tan eficaz como de costumbre y a cada personaje, a cada escena, le imprime el ritmo necesario. Por desgracia, los desniveles actorales del grupo son muy evidentes y algunos se muestran todavía muy incipientes -incluso en la emisión de la voz, casi inaudible en ciertos casos-, aunque ya tengan experiencias anteriores en escenificaciones dirigidas por su maestro Luis de Tavira.
Otros extraños hábitos, y no sólo sexuales, son los que presenta Irela de Villier en su obra -dirigida por ella misma y por Joaquín Rodríguez- Apetito. La autora presenta un mundo de pesadilla, muy cercano al absurdo y a la ciencia ficción, en que todo está reglamentado, hasta las horas de salida a la calle de las mujeres y las de los hombres. A esta idea no tan nueva y recurrente en ambos géneros, añade la prohibición de ingerir alimentos naturales. Así, la escena de la deglución de las uvas por la secretaria y su posterior convite al Señor, tiene un alto nivel orgiástico, en parte también gracias a la dirección y al desempeño de los actores. Añade también a los dos Silvio a punto de dar a luz y cuyo género nunca es desentrañado. En una normal sala de espera de un médico -escenografía de Diblik Rable- y con un vestuario muy extravagante de Jerildy Bosch, lo extraño se acentúa por las acciones de los personajes, sobre todo de la secretaria, interpretada por la excelente Silvia Carusillo, se mueven los personajes, El Señor (Constantino Morán), los dos Silvios (Leticia Cavazos y Alejandro Navarrete) y El Doctor (Manuel Ruiz), todos muy bien llevados de la mano por una dirección en verdad muy buena en su trazo y en los detalles de la expresión emotiva y corporal, como podrían ser las manos de Silvio. Ojalá tuvieran mayor publicidad.
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