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México D.F. Viernes 15 de agosto de 2003
EU: LA FRAGILIDAD IMPERIAL
El
noreste de Estados Unidos sufrió ayer uno de los mayores cortes
de energía eléctrica en la historia de ese país. Las
ciudades de Nueva York, Detroit, Cleveland y Boston, además de las
urbes canadienses de Toronto, Ottawa y Ontario, vivieron una tarde de zozobra,
caos y peligro. En Manhattan, millones de neoyorquinos quedaron atrapados
en elevadores, en vagones, estaciones y pasillos del metro, o en edificios
herméticamente sellados, carentes de aire acondicionado. Otros hubieron
de permanecer muchas horas a bordo de sus vehículos en calles, avenidas
y puentes que, por la falta de semáforos, se convirtieron en gigantescos
estacionamientos. Las calles de esas ciudades se poblaron de incontables
peatones ansiosos por volver a sus hogares antes de la caída de
la noche, y en las tiendas no faltaron los compradores que, impulsados
por el pánico, se abastecieron de grandes cantidades de agua potable
y provisiones. Media docena de aeropuertos dejaron de funcionar. El circuito
financiero de Wall Street se colapsó, los teléfonos celulares
se quedaron mudos en su inmensa mayoría, fallaron muchas plantas
generadoras de energía y la región más rica, poderosa
y desarrollada del mundo vivió la inminencia de una catástrofe
que, por fortuna, se quedó en grado de mera molestia, como matizó
el alcalde Michael Bloomberg.
El episodio, sin embargo, arroja luz sobre dos asuntos
que con poca frecuencia se mencionan: por un lado, la pasmosa fragilidad
de la normalidad estadunidense y, por el otro, la pavorosa ineficiencia
de una red eléctrica conformada por organismos privatizados e interconectados
entre sí.
El primero de esos aspectos apunta a una sociedad cuyos
consumos de energía sobrepasan, con mucho, a la media mundial y
que resultan claramente insostenibles. El acontecer nacional de Estados
Unidos está dominado en buena medida por la obsesión de obtener
el control, la posesión y la operación de más y más
fuentes energéticas, y ese afán se traduce, en la arena internacional,
en chantajes y presiones hacia otros países -como el nuestro- e
incluso en expediciones militares de sometimiento y saqueo, como ha sido
el caso de Irak. El exceso y la irracionalidad del consumo estadunidense
de electricidad y gasolina no sólo plantean un peligro para la estabilidad
de la nación vecina, sino que tiene un grave efecto de degradación
ambiental planetaria.
Desde otra perspectiva, el colosal apagón de ayer
es un ejemplo del desempeño de la generación eléctrica
privatizada, desregulada y librada a las leyes del mercado y la libre competencia.
Al contrario de lo que afirma el dogma todavía imperante en el gobierno
mexicano, la administración privada de los servicios públicos
-el suministro eléctrico, en este caso- no necesariamente es sinónimo
de mayor eficiencia; tampoco, a juzgar por los fraudes y el desastre de
Enron -una suerte de apagón financiero que afectó hace unos
meses la esquina opuesta del mapa de Estados Unidos-, garantiza mayor honradez.
El descontrol y la ineptitud en el manejo de esta emergencia
han sido tan patentes que, hasta el cierre de esta edición, las
autoridades ni siquiera habían podido aportar una explicación
coherente de las razones del apagón, y canadienses y estadunidenses
se atribuían mutuamente la responsabilidad. Este último punto,
para finalizar, debiera ser tomado por el gobierno de nuestro país
como muestra de lo que puede esperarnos en un escenario de interconexión
energética y eléctrica con el país vecino, como el
que proponen ambos gobiernos.
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