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México D.F. Martes 12 de agosto de 2003

Teresa del Conde

La exposición de Kouldeka

Permanece en el museo del Palacio de Bellas Artes la magna exposición del fotógrafo checo Josef Koudelka, apreciado gracias a la férrea disciplina de que ha hecho gala durante todo el curso de su quehacer fotográfico, que se extiende de 1960 a la fecha. La muestra es de carácter antológico y está dividida en rubros, pero la sección más imponente, Caos, se encuentra en la sala Nacional, si bien es cierto que tal vez amplios sectores del público estén más familiarizados con la selección sobre los gitanos, que se cuenta entre sus temas más conocidos y difundidos.

Como Koudelka trabajó en el teatro durante sus mocedades, tuvo oportunidad de convivir y observar el entorno de los gitanos, no porque ellos sean actores (que lo son, pero sin "actuar", en la vida real) sino por su trashumancia, semejante en cierto modo a aquella que desde otro ángulo captó Picasso en su periodo azul. Además, la región natal de Koudelka, que otrora ocupó una sección del imperio austrohúngaro, ha sido sede gitana, no menos que Andalucía y Bohemia.

Parece que la belleza es un principio constante en todo el corpus de este fotógrafo, nacido en 1938. En Caos logra transformar la fealdad y el desperdicio, las acciones devastadoras sobre naturaleza y ciudades perpetradas por el ultra-capitalismo en productos hermosos. No voy a referirme aquí a eso, sino analizaré algunas de las fotografías tomadas en Grecia. En un tríptico, cada una de cuyas secciones es pronunciadamente vertical, captó un anfiteatro. Si se quisiera dar una idea redonda de cómo es, por ejemplo, Epidauro o el templo de Apolo en Delfos, la foto tendría que haber sido tomada en sentido horizontal. Lo que vemos en Koudelka son las gradas inferiores del anfi-teatro, el espacio del foro más unas columnas al fondo perfilándose contra un monte agreste, de forma piramidal. Un ciprés oscuro parte en dos la toma. La segunda sección, de idénticas dimensiones, ofrece los fustes decapitados de cinco columnas (no son las de la toma anterior). La atención del fotógrafo se centra en las estrías ahuecadas que recorren los fustes. Están cortadas en chaflán, no en arista, y provocan un sinfín de asociaciones. La tercera toma es la que posiblemente dio origen a las otras: una sombra negra parte la composición en dos, haciendo pendant con el ciprés. El encuadre pertenece a otro contexto, pues se trata aquí de un vestigio "rococó" captado en Francia, las ruinosas rocaille exhiben sus huecos en claroscuro, acompañándose de una columna corintia profundamente herida por la acción de un tiempo, un tiempo transcurrido mucho más breve que el implícito en las tomas anteriores: entre ésta y la primera median unos 22 siglos, y sin embargo los temas están fuertemente concatenados. Lo que más importa en Koudelka es que hace pensar y sentir.

En esta misma área hay tomas realizadas en Líbano; entre ellas se impone una, apaisada, que consiste simplemente en un haz de varas secas captadas frente a un muro escarapelado; parece un dibujo de Wols.

El tema de las columnas, que parece interesarle sobremanera (las columnas siempre forman ejes) reaparece en una toma amplificada en dimensión amplia, que se encuentra en el muro este de la sala Nacional. La columna, que otrora se mantuvo erecta, ahora yace en posición diagonal con los cantos de sus tambores apoyados en un suelo pedregoso. El último tambor de la secuencia era el que sostenía el capitel, desaparecido ya.

En estas tomas el espectador recibe la impresión de que el paso de los siglos quedó detenido en ellas, preservando la belleza caída de sitios que fueron gloriosos otrora.

A Koudelka le atraen sobremanera las esculturas y puede convertir en una a un coche chocado en la ladera de una autopista, o bien, a partir de la señal de tráfico, sugerir una escultura, incluso en su tridimensión.

Asocia siempre sus elementos a través de formas. El techado de una iglesia gótica con las agujas bien visibles se vincula a los techos de dos aguas de una construcción industrial y a la vía del tren que divide el paisaje. Las células que acompañan a las obras fueron colocadas, a indicación suya, en la parte inferior de las composiciones y no ostentan títulos, sólo fechas y sitios. El no quiere "narrar" ni "explicar" cosa alguna. Quiere que uno vea y se pregunte: Ƒqué hay aquí? ƑUn desecho industrial? ƑUna nube? ƑLa nieve? Texturas, claroscuro, ranuras, secuencias, tajos, retículas, panales de acero se convierten en elementos bellos y denotadores de una situación. En la sala Westheim fue montada una sección documental. Si uno quiere respuestas, allí están.

En la sala Justino Fernández están las tomas sobre obras de teatro: Nestroy, Alfredo de Musset, Brecht, Alfred Jarry en Ubu Roi, Gogol, a través de momentos infinitesimales de representación.

Cuando su tema son los rostros humanos (hay una niña gitana que parece ángel de Murillo), evita la sonrisa y en la sala documental lo aclara: "Nunca he visto a un ser humano reír en mis fotografías, porque Ƒalguna vez viste a un hombre reír en una pintura de Giotto?"

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