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México D.F. Martes 12 de agosto de 2003
Gonzalo Martínez Corbalá
La legitimidad y las guerras
Las luchas violentas que se dieron al final del siglo xx y en el principio del xxi han sido desencadenadas por el dominio de los recursos naturales, muy señaladamente por el petróleo, en un marco de referencia de escasez crítica de los energéticos en las dos primeras décadas de esta centuria. Las grandes revoluciones de los primeros años del siglo pasado fueron también generadas por las fuerzas económicas en conflicto, aunque entonces se legitimaban con fundamentos religiosos y de carácter hereditario. La revolución bolchevique en la Rusia de los zares se fundaba en las necesidades de los muchos millones de campesinos que eran sometidos por la fuerza militar de los Romanoff. Así surgió, después del domingo sangriento del invierno de 1905, la revolución soviética que triunfa en octubre de 1917 para instaurarse en el poder hasta finales del siglo, cuando en diciembre de 1991 se derrumba estrepitosamente, casi simultáneamente con el Muro de Berlín (noviembre de 1989).
La Revolución mexicana también se inició, coincidentemente, en 1905 con el surgimiento de los Clubes Liberales, y estalla con la convocatoria de Francisco I. Madero, el 20 de noviembre de 1910, para mantenerse en el poder -por lo menos formalmente- hasta la llegada del neoliberalismo, con sus altas y sus bajas, en la segunda mitad del siglo.
Hubo en ese siglo -evidentemente no es nuestro propósito hacer un recuento puntual- otras muchas revoluciones, unas veces iniciadas con las armas en la mano -como la cubana de Sierra Maestra y del asalto al Cuartel Moncada-, y otras por la vía electoral y democrática, como la chilena de Salvador Allende que se mantuvo en el poder efímeramente, de octubre de 1970 hasta el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
Las variantes en otras latitudes fueron muchas, tantas como revoluciones hubo, que no fueron pocas. Siempre estuvo, en el fondo, la intención de legitimar los triunfos de las fuerzas populares frente a las respuestas generalmente represivas de zares, monarcas o dictadores.
Las respuestas se daban en nombre de la defensa de las libertades o de la democracia y, más recientemente, de los derechos humanos. Siempre estuvieron -más o menos veladamente- presentes los intereses y las fuerzas económicas afectadas por los movimientos revolucionarios. Las ideologías frente a los hechos y las realidades concretas. Del otro lado, el de los sublevados, el de los revolucionarios, la liberación de los pueblos oprimidos por las oligarquías que detentaban el poder.
Max Weber estableció como tipología básica de la dominación legítima: la tradicional religiosa, la hereditaria, la carismática y la racionalidad del ejercicio del derecho; la verdadera reunión de la legalidad con la legitimidad.
En este siglo xxi, los terroristas que tan absurda, tan brutal y tan inexplicable, tan injustificadamente atacaron las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 derrumbaron también el orden jurídico internacional, dándole legitimidad a la guerra contra el terror, primero contra Afganistán y meses más tarde contra Irak, desencadenando la más asombrosa violencia de la que se tenga memoria en la historia del planeta Tierra. No sabemos ni cuándo ni dónde vaya a terminar. La lucha por el dominio del petróleo está claramente delante y detrás de las guerras preventivas que han desencadenado -inicialmente contra los países del eje del mal-, para todo efecto práctico, en todo el mundo.
El poder explosivo liberado desde 1990 hasta ahora es equivalente a varias veces el que asoló Hiroshima y Nagasaki. Paradójicamente, en un mundo que se caracteriza por una ominosa crisis de energéticos, se estallan miles de cohetes que matan a hombres, mujeres y niños, y destruyen ciudades paupérrimas, cuyas fuerzas armadas apenas si han sido capaces de oponer alguna resistencia que no guarda ninguna proporción con el poder asombroso de los atacantes.
Los pueblos afgano e iraquí no parecen estar muy reconocidos con las grandes potencias que integraron las fuerzas de coalición por su liberación, lograda a costa del agravamiento de su hambre y de su miseria. Y después de todo, el petróleo está en el subsuelo, y no resulta fácil extraerlo a la superficie, refinarlo y conducirlo para hacerlo utilizable una vez incorporado al mercado internacional tan sensible y complejo de este energético tan codiciado en esta primera década del siglo. No hay aún fuentes alternas de energía que puedan sustituir a los energéticos fósiles con ventaja para alguien.
Pero el daño mayor no parece ser el de la Tierra ni el de la atmósfera, o el de la economía mundial tan debilitada y tan frágil; el daño mayor es el renacimiento del macartismo de los años 50. "Están con nosotros o están contra nosotros." Esperamos que surja -como entonces- una persona serena y sensata -inteligente- como el abogado Joseph Welch, quien volvió a recuperar la razón y la justicia apelando al sentido común y de responsabilidad del senador McCarthy y recibiendo el aplauso de la sala, que acabó con la irracionalidad enajenante que había cundido ya las altas esferas del poder de ese gran país vecino nuestro.
Por su parte, el profesor Joseph Nye, decano de la Harvard's Kennedy School of Government, dijo: "vamos a querer después que alguien pague por todo esto, y allí es cuando usted descubre el costo de confiar demasiado en la eficiencia, y no lo suficiente en establecer la legitimidad de sus acciones militares"
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