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México D.F. Sábado 9 de agosto de 2003

Immanuel Wallerstein

¿Perdió ya Saddam Hussein?

La respuesta, dicen las autoridades estadunidenses, es obvia. Paul Bremer, procónsul de Estados Unidos en Irak, dijo recientemente: "Vivo o muerto, este hombre está acabado". Lo incorrecto de este análisis es que se hace desde la estrecha perspectiva de alguien que juega a la geopolítica, desde una posición de fuerza habitual y que, por tanto, evalúa ganancias y pérdidas con un horizonte de muy corto plazo. Pero el juego de la geopolítica se mira muy diferente si se juega pensando en el mediano plazo. Contemplemos ahora la guerra contra Irak como podría verse desde la posición de Saddam Hussein.

En 1958, los nacionalistas radicales derrocaron la monarquía en Irak e instalaron en el poder a Abdul Karim Kassim. El gobierno se consideraba a sí mismo panarabista y revolucionario. Kassim sacó a Irak del Pacto de Bagdad, que respaldaba Estados Unidos. Nacionalizó parte de la industria petrolera. Contaba con el apoyo del partido comunista iraquí. A Estados Unidos le parecía que dicho movimiento alineaba Irak, muy de cerca, con la Unión Soviética. En 1963 hubo un segundo golpe, el cual instauró al partido Baaz en el poder. Dicho partido había sido un movimiento secular, nacionalista, socialista y panárabe en varios países del área, que sin embargo era hostil a los partidos comunistas. Se cree que la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) ayudó al partido Baaz en la toma del poder. Este partido suprimió al partido comunista de Irak.

Al mismo tiempo, Saddam Hussein era un joven dirigente baazista en ascenso, sobrino del nuevo presidente, inteligente e implacable. En 1979 montó un golpe de Estado sangriento contra su tío y asumió el dominio de Irak, lo que inició una purga continua de sus oponentes. ¿Qué quería Saddam, además de permanecer en el poder? Deseaba fortalecer el papel de los árabes en la política mundial. Estaba en favor de una mayor unidad árabe y probablemente se veía como el dirigente natural del mundo árabe, como el nuevo Saladino. Sin duda había otros aspirantes a este estatus, pero cuando Nasser desapareció de cuadro no había nadie tan fuerte. Además, Bagdad había sido siempre, junto con El Cairo, la ciudad que se consideraba el centro del mundo árabe musulmán.

Saddam se dio cuenta de que sus objetivos tenían muchos opositores. En el mundo árabe los dos principales eran los comunistas y los islamitas, y ambos odiaban a Hussein. En el resto del mundo los dos más importantes eran Irán e Israel, que odiaban a Saddam, y Estados Unidos y la Unión Soviética, que esperaban que Saddam odiara a los otros aún más. Saddam no podía pelear contra todos sus enemigos al mismo tiempo. Sin romper sus vínculos con la Unión Soviética, logró una acuerdo tácito con Estados Unidos en los tiempos de Ronald Reagan. El mismo Donald Rumsfeld vino a Irak a sellar el pacto. ¿Cuál era el trato?

Irak atacó a Irán. Esto fue, en parte, para ganar territorio, para debilitar a los oponentes chiítas dentro de Irak, para lograr un prestigio panárabe y para fortalecer su ejército.

En ese entonces Estados Unidos consideraba a Irán el principal peligro para sus intereses en Medio Oriente y pensó que era una excelente idea frenarlo, así que otorgó directamente a Saddam Hussein (vía sus aliados, como Arabia Saudita) armamento, dispositivos bélicos biológicos y químicos, y apoyo de inteligencia. (Siendo justos, fueron los franceses los primeros que brindaron a los iraquíes sus primeros insumos en la carrera por obtener armas nucleares, pero luego los israelíes bombardearon esas instalaciones.)

Desde el punto de vista de Saddam Hussein, la guerra Irán-Irak fue un pantano. Después de ocho años de lucha, todo mundo volvió a donde estaba al principio, habiendo sufrido pérdidas masivas de vidas y recursos. No obstante, la guerra mantuvo a los iraníes ocupados, lo que constituyó un punto extra en favor de Estados Unidos. Saddam demandó recompensas. Tanto Estados Unidos como Arabia Saudita fueron lentos en responder. Justo en ese momento se colapsó la Unión Soviética. La guerra fría había terminado. Hussein consideró esto como una fortuna, no como algo negativo. La Unión Soviética había sido un abastecedor continuo de armas para Irak, pero el precio era que no pudiera hacer nada para desgastar las relaciones soviético-estadunidenses. Saddam tenía las manos libres por fin.

En 1990 Irak se encontraba en problemas económicos, el precio del petróleo estaba a la baja en el mercado mundial y los costos de la guerra de Irán habían sido muy onerosos. Kuwait insistía en recibir su pago por los préstamos otorgados en la guerra Irak-Irán. Puede haber estado también robando petróleo iraquí mediante perforaciones diagonales. Además, Irak mantenía un reclamo histórico contra Kuwait, por considerar que era parte de su zona durante la era otomana, la cual les había sido seccionada por los británicos después de la Primera Guerra Mundial. Así, Saddam decidió que la solución a sus problemas económicos era tomar Kuwait. Esto cumplía también un reclamo nacionalista iraquí, que de lograrse haría de Irak la nación árabe número uno. Podía incluso ser el salvador de Palestina, en un momento en que se habían roto las negociaciones entre la OLP y los israelíes.

Probablemente los cálculos de Saddam fueron los siguientes: invadir Kuwait seguramente sería considerado una agresión, ¿nos saldremos con la nuestra? ¿Quién responderá? Sólo Estados Unidos estaba en posición de emprender algo de gravedad y dicho país había sido ya, tiempo atrás, ambivalente en sus relaciones. Como sabemos ahora, la embajadora estadunidense April Glaspie le dijo a Saddam, justo unos días antes de la invasión, que Estados Unidos era neutral en la discusión diplomática Irak-Kuwait. Así que Saddam pensó que Washington podría reaccionar o hacerse el desentendido.

Si se desentendía, Saddam habría ganado. Si reaccionaba, habría guerra. En el peor de los casos, Irak saldría del episodio sin ser perdedor, porque Estados Unidos no se atrevería a invadirlos. Tenía razón, por supuesto, por los motivos que el presidente George Bush y el general Scharzkopf expresaron en ese entonces. Una invasión habría sido muy costosa en vidas estadunidenses y políticamente, y Arabia Saudita y Turquía temían un desmembramiento de Irak, con la consecuente creación de un Estado chiíta en el sur y un Estado kurdo en el norte.

Así, cuando terminó la Guerra del Golfo, Saddam manejó, de entrada, una tregua. Sufrió muchas pérdidas. Partes de su ejército y su fuerza aérea se habían perdido. Se estableció en el norte un Estado kurdo de facto, pero no así un Estado chiíta en el sur. Se vio sometido a un régimen de Naciones Unidas que lo obligaba a poner fin a sus armas de destrucción masiva. En 1998, cuando pudo expulsar a los inspectores de Naciones Unidas, no había ya armamento de destrucción masiva.

Al llegar George W. Bush al poder, Saddam supo que estaba en aprietos, puesto que los principales asesores del presidente llamaban públicamente a su derrocamiento. Luego vinieron los acontecimientos del 11 de septiembre. Y Saddam debe haber entendido que sería él, no Osama Bin Laden, quien pagaría el precio. Así que llamó a los inspectores de Naciones Unidas, sabiendo que no encontrarían nada, dado que parece haber desmantelado sus armas de destrucción masiva, o simplemente no las repuso. Pronto fue evidente que nada de lo que hiciera evitaría la invasión de Estados Unidos, pues el objetivo de la ocupación era retirarlo del cargo y establecer el poderío estadunidense en la región.

¿Por qué entonces, si no tenía ya armas de destrucción masiva, no lo dijo? Bueno, de hecho sí lo expresó, pero nadie le creyó. ¿Qué podía hacer entonces? Conocía el poder limitado de su ejército y sabía que perdería la segunda guerra del golfo. Si uno fuera Saddam y supiera que va a perder la segunda batalla, ¿qué haría? Obviamente, preparar la tercera guerra. ¿Cómo se puede hacer esto? La primera cuestión por resolver sería asegurar que sobrevivieran los más posibles de un contingente relativamente pequeño de combatientes leales y fieros. Así, buscaría que la resistencia general se colapsara pronto y dramáticamente. La segunda cuestión sería crear un desorden masivo y un pillaje sistemático. La tercera sería emprender una guerra de guerrillas, dispuesta en principio contra los soldados estadunidenses y después contra los colaboracionistas.

Luego se sentaría a esperar la erosión de la posición estadunidense, aguardando que dos opiniones del público variaran con el tiempo. En Estados Unidos, la pérdida de vidas, la incapacidad para hacer funcionar la vida cotidiana en Irak y las decepciones evidentes hacia el régimen de Bush erosionarían el respaldo estadunidense a la operación. En Irak, conforme pasara el tiempo, la imagen de Saddam el torturador daría paso a la imagen de Saddam el nacionalista que encabeza la resistencia. Inclusive si Washington encontrara y asesinara a Hussein, su imagen sobreviviría. En cualquier caso, la visión de un Estados Unidos libertador se desintegraría.

Esto no es tan bueno como ser Saladino, pero si uno es débil tiene que arreglárselas con lo que tiene. Bush piensa que si puede destruir a Saddam Hussein habrá triunfado. Pero Saddam también piensa que si logra destruir a Bush él habrá triunfado. Veremos cuál de los dos tiene la razón.

Traducción: Ramón Vera Herrera

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