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México D.F. Domingo 3 de agosto de 2003
Carlos Bonfil
Alas de sobrevivencia
Entre 1992 y 1996, los científicos Claude Nuridsany y Marie Perennou se asociaron con el actor y productor francés Jacques Perrin para dirigir y fotografiar un documental fascinante, Microcosmos (El pueblo de la hierba), calificado de inmediato como sinfonía entomológica. Un mundo de insectos, coleópteros, lepidópteros y demás variedades, capturado a través de lentes de alta precisión microscópica, con una cámara que se sumergía entre los follajes para registrar escenas de corte épico, como la defensa que hacen las hormigas de sus críos frente a los ataques de las catarinas, o la tormenta que significa un simple chorro de agua para las especies diminutas. Microcosmos era una experiencia puramente visual, desprovista de comentario didáctico, sincronizada con una estupenda pista sonora. El éxito de esta cinta decidió la filmación de una variante, igualmente sugerente, el seguimiento de las trayectorias de las aves migratorias a través de los cinco continentes. Jacques Perrin, el productor de Microcosmos, sería esta vez director y guionista, y para identificar la cinta anterior con la nueva aventura, el título sería El pueblo migratorio (Le peuple migrateur), que luego pasaría a ser, en su versión anglófona, Winged migration (La migración alada), para llegar a nuestras pantallas con un título más rimbombante, Alas de sobrevivencia.
Este último título resume, sin embargo, la intención didáctica del director: mostrar que las largas trayectorias de las aves, los miles de kilómetros que recorren una o dos veces al año, no son meras coreografías del ocio, sino esfuerzos titánicos por sobrevivir a un entorno adverso, desde los cambios climáticos hasta la agresividad del hombre (cacería y depredación ambiental). La cinta incluye comentarios someros, algunas frases sobre la pantalla describen la especie migratoria en turno y la dirección y alcance de su vuelo, con otras intervenciones en inglés que muy poco añaden a la ilustración visual. Un prólogo y un epílogo bucólicos muestran en la provincia normanda a un niño testigo de la partida y del regreso de unas aves. Lo que sigue es un catálogo de vistas aéreas, paisajes nevados, extensiones desérticas, exuberancias amazónicas, todo a vuelo de pájaro, con la ayuda de diecisiete pilotos en aeronaves silenciosas y ligeras, catorce camarógrafos, a bordo algunos de globos aerostáticos, y cámaras colocadas en robots teledirigidos capaces de infiltrarse en medio de una congregación de aves o de pingüinos. Estas técnicas permiten escenas afortunadas, como el paseo de algunos gansos, extrañamente humanizadas, por una zona industrial inglesa, o los vuelos en picada de numerosos plumíferos desde su hacinamiento en los acantilados. Como en el caso de Masacre en Columbine, cinta con la que Alas de sobrevivencia compitió por el Oscar en la categoría de mejor documental, surgieron reproches por escenas trucadas o prefabricadas (el escape de un loro de su cautiverio amazónico, por ejemplo, o el efectismo de mostrar a un pájaro con un ala maltrecha asediado por un grupo de cangrejos, o a un ave atrapada en un charco de petróleo -escena filmada en estudio). La limitación principal de la cinta no es, sin embargo, la inverosimilitud o falta de espontaneidad, ni mucho menos el recurso a algunas aves amaestradas, sino una merma considerable del lirismo y contundencia visual que mostró Microcosmos. En el nivel de la pista sonora -grandilocuente y caprichosa- el resultado es realmente inferior. Pareciera haber, por parte de Jacques Perrin, organizador de este tour informativo, un mero intento por dar lustre o barniz artístico a una emulación de National Geographic, sin que el director se decida a dar explicaciones suficientes sobre las especies, y sin que pueda tampoco contentarse con la sobriedad de una experiencia visual desprovista totalmente de comentarios. El tema de la migración de las aves es sin duda fascinante, y por sus cualidades didácticas Alas de sobrevivencia bien puede incluirse en una programación Imax de panorámicas ecologistas, en espera de otra incursión en el mundo de los reptiles o de las especies marinas, o como estelar en un parque temático. Algo un tanto distinto de lo que significó Microcosmos, su espléndida antecesora.
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