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México D.F. Martes 29 de julio de 2003
SANGUIJUELAS DE LA NACION
Cuando
Miguel de la Madrid reprivatizó parcialmente los bancos nacionalizados
en el sexenio anterior, cuando Carlos Salinas culminó la entrega
de esas entidades a manos privadas y cuando, posteriormente, Ernesto Zedillo
ideó un saqueo de las arcas nacionales para rescatar a los banqueros
de su propia corrupción e ineficiencia, se alzaron en el país
numerosas voces que advertían de los peligros y de la enorme inmoralidad
de hipotecar el futuro de México con el exclusivo propósito
de beneficiar a un grupo de especuladores.
Ese futuro ya ha llegado: los peores pronósticos
se han cumplido y el país se encuentra en efecto hipotecado. Desde
su inicio, en diciembre de 2000, el gobierno de Vi- cente Fox ha entregado
a las instituciones bancarias privadas un promedio mensual de más
de 2 mil 200 millones de pesos por concepto de intereses generados por
la deuda pública en que se convirtió, gracias a los legisladores
priístas y panistas, el desfalco privado de los bancos. En los últimos
cuatro años del zedillato los banqueros recibieron, primero vía
el Fobaproa y después por medio del IPAB, cientos de miles de millones
de pesos provenientes de los bolsillos del resto de los mexicanos.
Cuando se hartaron, vendieron sus bancos a grupos extranjeros,
los cuales siguen beneficiándose hoy en día con los turbios
manejos perpetrados en los dos sexenios anteriores. Se argumentó
desde el poder, en esa docena trágica del salinismo, que el país
no podía prescindir de sus instituciones bancarias y que la banca
nacional era indispensable para el desarrollo y para una reactivación
económica hipotética que hasta la fecha no ha llegado. Sin
embargo, hoy, con la sola excepción de Banorte, todos los bancos
privatizados por Salinas y rescatados por Zedillo se encuentran en manos
extranjeras, las cuales han resultado ser las beneficiarias netas del saqueo
legalizado por priístas y panistas.
En casi cualquier otro país los bancos viven del
diferencial entre los intereses que pagan a los ahorradores y los que cobran
a sus deudores. En México, en cambio, la banca privada no necesita
prestar dinero a las personas físicas y morales, toda vez que para
generar utilidades le basta recibir, mes a mes, de manera automática,
sumas astronómicas procedentes de las arcas públicas.
Los planes crediticios en existencia son, por norma general,
meros operativos de lavado de imagen pública y no abundan
los particulares que se arriesgan a contratarlos. La banca privada, en
suma, no sólo no contribuye a la reactivación productiva
de la economía nacional, sino que representa un lastre -es decir,
un pasivo- equivalente a 920 mil millones de pesos (15 por ciento del PIB),
que es el total de la deuda pública contraída por el país
-es decir, por el gobierno de Ernesto Zedillo a nombre del país-
con los bancos por medio de los bonos del IPAB.
El actual gobierno ha destinado más de 64 mil millones
de pesos a cubrir los intereses de esa deuda inmoral y asfixiante que constituye,
para mayor agravio, el principal obstáculo para que el país
empiece de una vez por todas a atender sus lacerantes problemas de educación,
salud, marginación, empleo y seguridad.
En estas circunstancias, es claro que deben redoblarse
las exigencias para que se limpien al menos los desaseos más flagrantes
cometidos a la sombra del rescate bancario. En esta perspectiva es esperanzador
el trámite iniciado ayer por la Auditoría Superior de la
Federación para que el gobierno federal "recupere y en su caso descuente"
50 mil 316 millones de pesos a Bancomer, Bital y Banamex, por créditos
que no debieron incluirse en el Fobaproa.
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