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P O L I T I C A
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México D.F. Martes 29 de julio de 2003

Luis Hernández Navarro

El regreso del villano favorito

En la pared central de muchas viviendas campesinas cuelgan fotos que dan cuenta de los momentos cruciales de la vida de sus ocupantes. Las imágenes enmarcadas de bodas, bautizos, comuniones, graduaciones y de sus parientes ilustran las fechas fundacionales de su existencia. Junto a ellas, de cuando en cuando, en las casas de dirigentes campesinos locales puede encontrarse la fotografía del cabeza de familia con Carlos Salinas de Gortari.

Mientras fue presidente de la República procuró encontrarse con miles de representantes sociales. A buen número de ellos se les traía a la ciudad de México para tomar cursos de capacitación. Eran hospedados en el hotel Benidorm, o en otro similar, y se les alimentaba en abundancia, al punto de que entre los asistentes a los seminarios del Instituto de Solidaridad eran frecuentes las indigestiones. Al finalizar se les llevaba a una reunión con el mandatario y se les fotografiaba con él. En ese momento, o semanas después, llegaba a su domicilio una copia del retrato.

Frecuentemente esos dirigentes regionales no eran parte de la estructura tradicional del PRI, sino representantes auténticos de grupos de trabajo o asociaciones productivas beneficiados por Solidaridad, el programa de combate a la pobreza de ese sexenio. Con ellos el salinismo quiso forjar una base social de apoyo a su proyecto distinta a las organizaciones corporativas.

Casi ningún otro político priísta ha dado a estos líderes populares un trato así. Pero ellos no fueron los únicos en recibirlo. Escritores, pensadores, líderes políticos, jerarcas religiosos, dirigentes sindicales como Francisco Hernández Juárez y Elba Esther Gordillo y, por supuesto, empresarios, tuvieron abiertas las puertas de Los Pinos. Con ellos tejió una red de lealtades, favores, compromisos y clientelas de gran eficacia.

Importantes intelectuales de todas las tendencias políticas fueron literalmente cortejados por el presidente, quien les abrió su agenda y conversó con ellos. Sus revistas y conferencias fueron apoyadas con publicidad estatal. Reconocidos artistas obtuvieron becas y la divulgación de sus obras. Aunque no los escuchara, en no pocos momentos el jefe del Ejecutivo se dio tiempo para oírlos.

Salinas modificó el marco legal que regula la relación entre el Estado y las iglesias y dio a la jerarquía católica una interlocución privilegiada. Buscó promover la formación de un liderazgo obrero y campesino alternativo.

De la noche a la mañana, al calor de la privatización de empresas públicas, se incubó una camada de nuevos multimillonarios que engrandecieron la lista de mexicanos incluida en el recuento de la revista Forbes. De la nada, personajes como Cabal Peniche se convirtieron, gracias a los favores presidenciales, en flamantes banqueros. Muchos viejos financieros y empresarios vieron cómo sus privilegios se desvanecían ante los recién llegados. Simultáneamente, una nueva generación de tecnócratas educados en universidades de elite desplazó de posiciones claves del poder a los viejos políticos formados en la administración pública y los puestos de representación popular. En nombre de la modernización se hizo a un lado a una generación completa.

El resultado final de este proyecto fue desigual. Los nuevos magnates consolidaron su poder y las jóvenes elites de recambio siguieron encumbradas. Las políticas económicas y los funcionarios asociados con ellas se convirtieron en piezas inamovibles. Pero el proyecto como tal, en apariencia imbatible, fue descarrilado por el levantamiento zapatista de enero de 1994. La popularidad presidencial se desinfló entonces como un globo pinchado, sin que sus aliados pudieran hacer mucho por evitarlo.

Poco más de un año después, ya sin la banda presidencial en el pecho, fue incapaz de resistir la ofensiva en su contra de Ernesto Zedillo. Cuando el ex presidente organizó una efímera huelga de hambre entre comidas y se fue a refugiar a la casa de un antiguo beneficiario de Pronasol, su red de apoyo social no funcionó.

Desde la óptica de las políticas, Salinas nunca abandonó realmente el país. Hay una continuidad básica en sus políticas de gobierno y las de sus sucesores. Los magnates incubados por él siguen siendo factores claves de poder. Pero, desde la lógica de la operación política cotidiana y las definiciones de la coyuntura, la influencia del ex presidente declinó.

Esta situación se ha modificado aceleradamente en las últimas semanas. Los vacíos se llenan y Salinas se ha colocado en el centro de la sucesión presidencial. Con el gobierno de Fox debilitado y con el control del PRI, el hijo predilecto de Agualeguas ha comenzado a reconstruir nuevamente las redes que tejió durante su sexenio. El clima de impunidad hacia los crímenes del pasado y el deliberado olvido de la corrupción de la administración panista le han dado una absolución de facto.

Para él, es el momento de cobrar favores, exigir disciplina y probar apegos. Los funcionarios del antiguo Pronasol, muchos de ellos viajeros en los fallidos proyectos del partido de la rosa, México Posible o en el sobreviviente Convergencia, se reagrupan y van por la revancha. Más de un intelectual que en el paso fue parte de su tripulación cercana ha sufrido las consecuencias de querer abandonar el barco de mala manera. Quienes dentro del PRI pedían apenas hace unos años su expulsión del partido ahora callan.

Sin embargo, Salinas parece desconocer que los dirigentes sociales que cuelgan en las paredes de sus viviendas fotografías con él no jalaran con su proyecto. Una cosa es mostrar a los vecinos que se alternó con un personaje importante y otra apoyar a uno indeseable. Aunque el ex presidente esté en los muros de su casa, hace mucho tiempo que se fue de sus corazones.

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