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México D.F. Martes 29 de julio de 2003
Gonzalo Martínez Corbalá
Africa en el siglo XXI
En la década de los sesenta había en Africa
cuatro diferentes regiones: Africa del Norte -que se extiende hasta la
fecha desde las Costas Mediterráneas hasta el Sahara-, Africa Occidental,
Africa Oriental y Africa Austral, y en todas ellas campeaba el espíritu
de la libertad. Unos países africanos la fueron consiguiendo antes
que otros, pero en todo el continente era un hecho que se sentía
la necesidad imperiosa de la libertad, que fue plasmada magistralmente
en el manifiesto escrito por Kwane Nkrumah, que se tituló Africa
must unite, que era al mismo tiempo un programa y un sueño.
Nkrumah sabía muy bien que los estados africanos aislados no estarían
entonces -como no lo están ahora todavía- en condiciones
de competir económica, tecnológica y militarmente con el
mundo de hace cuatro décadas, ni tampoco, o quizás habría
que decir mucho menos, con el de la actualidad, en el que parece alargarse
más la distancia entre los países desarrollados, más
industrializados, constituidos en superpotencias económicas del
mundo unipolar de la actualidad.
Nkrumah,
que era el líder de Ghana, tenía una clara idea de que los
países africanos deberían competir unidos en la Organización
de la Unidad Africana, para enfrentar el poderío, ya desmesurado,
de las potencias industriales y militares de la época. Fue bajo
la convocatoria de Haile Selassie, para reunirse en Addis Abeba, que fue
posible en 1963, hace ya cuatro décadas, en la reunión cumbre
que fue el acontecimiento más importante del Africa contemporánea,
según lo dice Kapuscinski. En ese entonces 32 países africanos
firmaron la Carta Fundamental de Africa. Ahora son 53 las naciones independientes.
Kwane Nkrumah fue sin duda el personaje más importante
de esa gran reunión. Ryszard Kapuscinski relata magistralmente en
su libro Los cínicos no sirven para este oficio, el momento
estelar en el que Nkrumah se presentó ante la asamblea de Addis
Abeba: "La cumbre estaba viviendo un momento de cansancio, los delegados
abandonaban las salas, se iban al bar, hablaban con los periodistas, pero
de repente una sacudida eléctrica nos recorrió a todos. Se
había corrido la voz: Nkrumah iba a tomar la palabra, estaba a punto
de hablar. La sala se volvió a llenar en pocos minutos, Nkrumah
subió al estrado y se hizo el silencio de inmediato".
Los otros personajes que fueron los protagonistas estelares
de la reunión de Addis Abeba son Haile Selassie, el emperador de
Etiopía, y Gamal Abdel Nasser.
También asistieron Ben Bella, el luchador argelino,
y Sekou Touré, el líder guineano. Patrice Lumumba había
sido asesinado en enero de 1961, en el golpe de Estado que le dieron a
quien fue el primer presidente del Congo Independiente solamente por unos
meses.
Eran los tiempos en que Africa tenía una importancia
fundamental en todo el mundo, contrario sensu quizá, por
la gran pobreza que representaba con una aplastante importancia relativa
en todo el mundo. Baste un ejemplo solamente: el Congo estuvo a punto de
convertirse en el detonante de la tercera guerra mundial, de la misma manera
como lo fue Sarajevo para la primera guerra mundial, o Polonia en la segunda.
Estadunidenses, rusos, chinos y belgas en la mitad de la Africa profunda
chocaron dramáticamente, cuando Lumumba, joven presidente del Congo,
luchaba por consolidar la independencia de su país. Simplemente
fue depuesto su gobierno y asesinado él mismo; no llegó a
la cumbre de Addis Abeba.
En la actualidad, Liberia, ese pequeño país
cuyo lenguaje oficial es el inglés y tiene una superficie de poco
menos de 100 mil kilómetros cuadrados, vecino de Sierra Leona y
de Costa de Marfil, le cierra el paso al mar a Guinea; exportador de mineral
de hierro, hule, maderas, oro y diamantes, que tiene poco más de
2 millones de habitantes, ha ocupado las primeras planas de todos los periódicos
mostrando una escena de salvajismo inaceptable en el siglo de los viajes
espaciales a la Luna y a Marte, de un guerrillero con la cabeza de un rival
en las manos, sólo igualada por su brutalidad por las fotografías
de los hermanos Qusay y Uday, hijos de Saddam Hussein, exhibidos como trofeos
de guerra que uno bien quisiera no tener la necesidad de ver.
A la enorme franja de Africa del Norte, constituida por
Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y el Sahara Occidental,
unos kilómetros más al sur, encerrado por Sudán y
Eritrea, el pequeñísimo país de Djibouti, que le roba
el acceso al mar Rojo, y luego Somalia en el golfo de Aden y el océano
Indico, está Etiopía, la tierra de Haile Selassie, el anfitrión
de la cumbre africana de 1963 -cuando nació la Organización
de la Unidad Africana-, personaje legendario que vino a México en
los años sesenta a condecorar a Lázaro Cárdenas por
su apoyo cuando la invasión de Mussolini a Etiopía en 1939,
a quien el divisionario michoacano hizo levantarse a las seis de la mañana
para recibir de manos del emperador etíope la condecoración
en el Hotel del Prado, sin más testigos que su propia corte y algún
funcionario de la cancillería mexicana, así como Cuauhtémoc,
el hijo del general.
Etiopía sufre en la actualidad, y por segunda vez,
una de las hambrunas más severas que hubieran asolado a este país
de 56 millones de habitantes y de un millón de kilómetros
cuadrados, solamente igualada por la de 1984, en la que murieron de hambre
literalmente varios millones de etíopes, niños la mayor parte
de ellos.
Mientras tanto, no muy lejos de allí, no se ha
logrado establecer la paz en la antigua Mesopotamia, en Irak, del otro
lado de la península arábiga, en el golfo Pérsico,
en donde la disputa por las riquezas petroleras de los países de
la OPEP, que son la codicia que mueve a los ejércitos de las superpotencias
mundiales para resolver en el corto plazo sus propios problemas que les
plantea, otra crisis, la de energéticos, la del petróleo,
que se muestra como la característica histórica que ha de
señalar, por lo menos estas dos primeras décadas del siglo
XXI, de una manera convulsiva y violenta.
Hoy por hoy parece ser que inevitablemente el continente
africano seguirá siendo noticia de primeras planas en todo el mundo,
y desgraciadamente siempre en relación con luchas internas -frecuentemente
de carácter tribal- o bien con agresiones externas para consolidar
la posesión territorial o el dominio económico-industrial,
de minerales como el uranio o de energéticos como el petróleo
(Níger y Nigeria, por ejemplo).
Tal parece que la cumbre de Addis Abeba de 1963, por la
independencia de los países africanos, quedó ya solamente
para la historia, y que habrá un retroceso de más de cuatro
décadas en ese sacrificado y tan explotado continente.
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