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México D.F. Viernes 25 de julio de 2003
BUSH: HOMICIDIO Y OBSCENIDAD
Si
el gobierno de George W. Bush hubiese sido capaz de mostrar al menos un
remedo de compromiso con las causas de la libertad, la legalidad y los
derechos humanos de los iraquíes, habría debido capturar
a Uday y Qusay Hussein, señalados por el propio Bush como responsables
de terribles crímenes, presentarlos ante un tribunal y garantizarles
un proceso legal justo y apegado a las garantías individuales universalmente
reconocidas. En cambio, las tropas de ocupación no vacilaron en
asesinar a los dos hijos varones del depuesto Saddam Hussein en cuanto
tuvieron la certeza de su localización. La residencia de Mosul donde
se encontraban los hermanos Hussein no fue puesta bajo sitio para exigir
la rendición y lograr la detención de los ocupantes, acción
que habría resultado lógica, sino que fue rodeada por centenares
de soldados, además de tanques y helicópteros de asalto,
que de inmediato abrieron fuego de artillería, misiles y granadas
contra una casa defendida por cuatro personas armadas con fusiles.
Los homicidios perpetrados por los invasores han eliminado
de manera definitiva la posibilidad de esclarecer y confirmar o disipar
las acusaciones que los opositores al régimen de Saddam y los gobiernos
occidentales esgrimían contra Uday y Qusay. Ahora resulta imposible
saber en qué medida fueron ciertas las atrocidades atribuidas a
los hijos de Saddam, o si formaron parte de las innumerables mentiras fabricadas
por Washington y Londres para justificar una invasión cuya barbarie
está, esa sí, claramente documentada.
Ahora, en lugar de Uday y Qusay, quienes tendrían
que ser llevados ante tribunales por crímenes de lesa humanidad
son George W. Bush y Tony Blair, responsables, sin ninguna duda, de la
muerte de miles de iraquíes. Pero la "justicia" ofrecida por esos
gobernantes ha resultado ser, simplemente, la brutalidad del más
fuerte.
No puede pasarse por alto que, tras los homicidios de
Mosul, el gobernante estadunidense ha realizado una obscena exhibición
planetaria de los cadáveres de sus enemigos, en lo que constituye
una contravención de los más elementales principios de humanidad
y de respeto al prójimo, además de una expresión de
vulgaridad, bajeza y mal gusto. No está de más recordar la
furia de los gobernantes estadunidenses cuando, en plena agresión
militar contra Irak, algunos medios árabes de información
transmitieron imágenes de bajas de guerra estadunidenses, y contrastar
esa furia con la actual saturación mediática de los cuerpos
reventados de Uday y Qusay.
En términos políticos, es asombrosa la capacidad
de Washington y Londres para percibir al revés la lógica
de los acontecimientos en Irak. Bush y Blair se empecinan en pensar que
la creciente resistencia nacional iraquí está dirigida por
los restos del régimen de Saddam y se esfuerzan, por ello, en la
cacería humana del ex dictador, su familia y sus ex colaboradores.
En esa misma perspectiva, suponen que la exhibición de los hermanos
asesinados en Mosul puede servir de escarmiento y de factor de desmoralización
de quienes combaten, con armas en la mano, a los ocupantes.
El estadunidense y el inglés no acusan recibo de
los datos que apuntan al desarrollo de una red de combatientes iraquíes
sin vínculos con el viejo régimen, unida por la determinación
de expulsar del país a los invasores y saqueadores extranjeros.
Mientras persistan en ese aferramiento, caracterizado por acciones a un
tiempo torpes y criminales como el asesinato de los hermanos Hussein, lo
único que
harán será atizar el encono en su contra.
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