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México D.F. Miércoles 23 de julio de 2003
PRIVATIZACIONES: FIN DEL MODELO
El
abandono por el Banco Mundial (BM) de las recetas de privatización
a ultranza de todos los bienes y servicios públicos, medidas que
en América Latina causaron graves estragos económicos y sociales
durante la década pasada, es el canto del cisne de una estrategia
económica depredadora, generadora de corrupción, multiplicadora
de la desigualdad y la miseria y fuente de desestabilización e ingobernabilidad.
El mito de que el Estado era, inherentemente, un mal administrador,
y que los empresarios eran, en cambio, eficientes y pulcros, se fue derrumbando
en diversos episodios: las quiebras y los desfalcos experimentados por
los bancos privatizados en media docena de naciones latinoamericanas -México
entre ellas-; el descubrimiento de que en casi todas las desincorporaciones
operaron redes de corrupción; la ineptitud de los empresarios para
dirigir las compañías vendidas; la utilización clientelar
y mafiosa de los fondos procedentes de las privatizaciones -recuérdese
el Pronasol de Carlos Salinas-; los movimientos de resistencia y repudio
generados por el paso de servicios públicos a manos privadas -como
los cruentos conflictos ocurridos en Bolivia porque una entidad privada
triplicó de golpe los precios del agua potable-, y la desmoralización
y la erosión institucionales causadas por las obsesiones neoliberales
de "adelgazar el Estado".
Ante la evidencia de la catástrofe provocada por
sus propias recetas, el BM se muestra ahora más cauteloso y mesurado
a la hora de formular sus dictados a los ministerios de Economía
de los países de este hemisferio. Adicionalmente, y por fortuna,
los fundamentalistas de la ortodoxia económica, al estilo de Menem,
Fujimori y Zedillo, entre otros, han experimentado un severo reflujo político,
en tanto que gobernantes más sensatos y sensibles, como Luis Inazio
Lula da Silva, en Brasil, y Néstor Kirchner, en Argentina, empiezan
a configurar políticas económicas alternativas.
Por lo que a México concierne, resulta difícilmente
explicable el empecinamiento del actual gobierno en consumar, contra viento
y marea, la liquidación de los sectores públicos que sobrevivieron
a la obsesión privatizadora de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas
y Ernesto Zedillo: la industria petrolera y la generación de energía
eléctrica.
Igualmente extraña es la contradicción del
BM, el cual, por una parte, porfía en recomendar "la entrada de
particulares" en el sector energético y en la distribución
de agua, mientras que por la otra reconoce que las privatizaciones de los
tres sexenios anteriores provocaron un incremento de la desigualdad y resultados
"decepcionantes" en el agro, y que no incidieron en un repunte económico
relevante.
Por lo que puede apreciarse, el pensamiento neoliberal
ha perdido la iniciativa, la oportunidad y hasta la coherencia. A estas
alturas, un nuevo empeño privatizador carente de argumentos sólo
podría entenderse como una necedad o como expresión de intereses
ilegítimos e inconfensables.
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