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México D.F. Viernes 18 de julio de 2003
IRAK: MUERTE Y MENTIRAS
La
serie de mentiras, simulaciones y encubrimientos perpetrados por los gobiernos
de Estados Unidos, Reino Unido y España para engañar al mundo
sobre la supuesta amenaza encarnada en Saddam Hussein y en sus inexistentes
arsenales de destrucción masiva alcanza dimensiones cada vez más
indignantes y escandalosas.
Para justificar la infame e injusta invasión de
Irak, el asesinato de miles de iraquíes inocentes, la destrucción
y el saqueo del patrimonio económico, cultural y ambiental de ese
país árabe y la ocupación militar de su territorio,
George W. Bush y Tony Blair mintieron a sus ciudadanos al difundir conscientemente
información falsa, pretendieron someter a los medios de información
de sus países (como sucedió en Estados Unidos durante la
guerra y actualmente en Gran Bretaña con la BBC), ocultaron la gravedad
de la situación militar en Irak (apenas este miércoles el
comando estadunidense reconoció que sus ejércitos de ocupación
enfrentan una guerra de guerrillas) y, hasta la fecha, mantienen obstinadamente
la falaz idea de que la conquista de esa nación árabe y el
derrocamiento de Saddam Hussein eran medidas necesarias para garantizar
la seguridad internacional, erradicar el terrorismo y ampliar el alcance
de la democracia.
En el caso de España, el Partido Popular ha llegado
al extremo de impedir sistemáticamente que el presidente José
María Aznar dé la cara ante el Congreso y responda a los
cuestionamientos de la oposición y de su ciudadanía sobre
la participación española en el sometimiento del pueblo iraquí.
Por añadidura, ayer la cadena árabe Al-Arabiya difundió
una grabación atribuida a Saddam en la que el ex dictador pide a
sus compatriotas repudiar el Consejo de Gobierno impuesto por los invasores
e intensificar la resistencia contra las fuerzas ocupantes, dato que confirma
-al margen de si Hussein está vivo o muerto, en su país o
en el exilio- que la violencia y la tensión en el Irak de la posguerra
apenas comienzan.
Así, para la comunidad internacional queda cada
vez más claro que la conquista de Irak no tuvo nada que ver con
la erradicación de armas de destrucción masiva ni con la
instauración de la democracia en ese país, sino con la depredación
de sus riquezas petroleras para beneficio de las grandes corporaciones
estadunidenses y con la ampliación de la hegemonía geopolítica
de Washington. Para cristalizar esos planes espurios, Bush y sus escuderos
Blair y Aznar no han tenido empacho en avalar la muerte de inocentes y
en practicar la mentira, la simulación y el cinismo.
Con todo, los ciudadanos, los medios y los actores políticos
de Estados Unidos, Gran Bretaña y España han emprendido un
importante activismo para obligar a sus gobiernos a revelar la verdad,
rendir cuentas sobre la invasión a Irak y, en su caso, recibir la
sanción correspondiente por haber dado la espalda a sus conciudadanos
y electores. A ellos corresponde pasar la factura a sus autoridades a fin
de forzar el retiro de las tropas de ocupación del suelo iraquí
y frenar el ansia imperial de sus camarillas gobernantes. Por su parte,
la comunidad internacional y la Organización de Naciones Unidas
deben exigir de forma firme y consistente el restablecimiento de la soberanía
y la libre determinación del pueblo iraquí y la restitución
de la riqueza energética de Irak a sus legítimos propietarios.
De igual modo, deben deslindarse de la falsa retórica de Bush y
sus personeros y restablecer la vigencia del derecho internacional y del
multilateralismo.
La muerte y la mentira que Wa- shington ha esparcido por
Irak y el mundo deben suscitar una enérgica reacción ciudadana
a escala global: sólo así la humanidad podrá realmente
proteger la democracia, la paz y la legalidad internacional de los afanes
totalitarios y neocolonialistas que mueven las políticas de los
actuales ocupantes de la Casa Blanca y de sus oficinas de representación
en Londres, Roma o Madrid.
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