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México D.F. Viernes 18 de julio de 2003
Víctor Flores Olea/ III y última
Josef Koudelka: un viaje a lo esencial
El asombro de lo inédito nos envuelve entonces y nos dice que toda obra humana puede ser reconstruida y ''revista" por una nueva mirada que se atreve a verla otra vez con la singularidad del origen. Y sobre todo con profundidad (que es el secreto de la pasión creadora).
Nuevamente la mirada de Koudelka revive ante nuestros ojos piedras y monumentos, arcos y esculturas, sepulcros y panteones, teatros y templos, ríos y diques más allá de su circunstancia, ya sin el componente temporal que pareciera imponérsenos inevitablemente cada vez que vemos una obra del pasado (o del presente), sobre todo por medio del lente fotográfico.
Pero digamos todavía que el mundo de Koudelka es, para él, mediante su mirada, un mundo esencialmente teatral: es decir, un mundo hecho de líneas, circunvoluciones, luces y sombras que es preciso hallar y ver pero que están allí, que han estado allí desde siempre. No el teatro del mundo sino el mundo como formas que es necesario desenmascarar y revelar. No el mundo como representación, sino como revelación. El mundo no como una danza de fantasmas sino como la expresión en movimiento de formas esenciales. En Koudelka se realizaría tal vez esa síntesis que muchos han juzgado imposible entre Kant y Heidegger (las formas esenciales y los seres como expresión de autenticidad, como portadores de verdad).
La mirada sobre un mundo teatral: no en balde parte esencial de la obra de Koudelka, en el tiempo en que realizaba su serie sobre los gitanos, la dedicó a fotografiar en el teatro a actores dramáticos o comediantes. Pero otra vez no se trata de la fotografía de comedias y dramas para ''identificar" en el espectáculo los sucesos y circunstancias de la representación, sino para encontrar otra vez, más allá del accidente, formas esenciales que se expresaban en gestos, ademanes, movimientos del cuerpo, luces y sombras inéditas para el ojo del común de los mortales y que sólo pueden ser vistas ahora por cualquier ojo en las sorprendentes fotografías que forman la obra de Josef Koudelka.
De todos modos, en un comentario de esta naturaleza parece indispensable situar al autor discutido en alguna corriente, en algún espacio identificable de los movimientos del arte universal. Entonces me atrevería a decir que la obra de Koudelka pertenece plenamente a ese barroco varias veces secular del centro de Europa, una de cuyas manifestaciones supremas es por supuesto la arquitectura de la ciudad de Praga.
Por este camino, que parece obligatorio (o al menos sugerente), podría relacionarse a Koudelka con esos otros dos praguenses (uno de nacimiento, el otro por adopción temporal), que fueron también encarnizados buscadores de formas esenciales, permanentes y no circunstanciales, y que al mismo tiempo fueron tan diferentes entre sí: Kafka y Mozart. Como diferente es también de ellos Josef Koudelka. Sin embargo, en la intención hermanan su manera teatral de ver y descubrir el mundo. En todo caso, el mundo que nos entrega Josef, mediante el cual busca y encuentra lo irrevocable, se asocia con esos nombres cumbres del arte universal, y con todos aquellos otros artistas (muy pocos) que han elevado su obra a la esfera digamos de lo metafísico (de lo que está más allá de lo físico inmediato).
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