Gilberto López y Rivas

Bipartidismo autoritario y antinacional

La política como espacio de participación pública e instrumento de la democracia en México ha sido derrotada en las recientes elecciones. A derecha e izquierda, las propuestas políticas fueron sustituidas por costosos espots televisivos y toneladas de basura electoral. No existió una confrontación de programas y proyectos al nivel de la sociedad. La política se degradó y se vulgarizó. Las campañas de los partidos no contribuyeron a politizar; por el contrario, se rebajó de tal manera el discurso político que en lugar de atraer a la ciudadanía provocó su rechazo manifiesto en la abstención generalizada.

La elección también significó una regresión porque parece adquirir corporeidad la formación de un sistema bipartidista reaccionario, viejo sueño del conservadurismo estadunidense y la cúpula panista desde la década de los 80. Las dos fuerzas partidarias que encarnan la negación de lo nacional y popular, el PRI y el PAN, se tornan mayoritarias formalmente a partir del reciente proceso electoral.

El PRD, por su parte, tiende a ser un partido regional, anclado en el Distrito Federal, Michoacán y Zacatecas, que confiesa no tener presencia real en 20 estados. Su dirección nacional pregona un crecimiento a todas luces ficticio. La falta de trabajo político entre las bases partidistas, la construcción de relaciones clientelares y el encaramamiento de una partidocracia ubican a este organismo como secuestrador de los anhelos y las esperanzas de la gesta cívica generada a partir de aquel 6 de julio de 1988.

El Revolucionario Institucional parece volver al escenario anterior a 1929, cuando imperaban los cacicazgos regionales y los gobernadores eran fuertes interlocutores con el poder central. Las circunstancias de julio de 2003 muestran a los gobernadores del otrora partido oficial manejando ilegalmente recursos en favor de sus candidatos e interviniendo directamente en el proceso, ante la incapacidad, indiferencia o complicidad del Ejecutivo federal.

Grupos priístas vinculados con las mafias del sindicalismo oficial mexicano han negociado su sobrevivencia en las posiciones de poder en perjuicio de los derechos y las conquistas de los trabajadores. Esta entrega es precondición para una reforma laboral que coloque a los trabajadores en estado de indefensión. Asimismo, los grupos hegemónicos del PRI están haciendo el trabajo sucio para las reformas energética y fiscal con la intención de someter a México, en calidad de nación subordinada, a los requerimientos del imperialismo estadunidense.

La presencia de Carlos Salinas, creador original del "fenómeno Fox" y de los contubernios PRI-PAN, es la "mano invisible" del poder imperial. En consecuencia, son comprensibles las declaraciones del senador Fernández de Cevallos mostrando su empatía salinista, o el intento de deslinde de algunos personajes priístas que por sobrevivencia política quieren hoy marcar distancia de su ex jefe incómodo.

Del lado de Acción Nacional, el escollo que podría impedir la conformación exitosa de la coalición bipartidista sería el ensanchamiento de la brecha entre las estructuras partidistas y los "advenedizos", esto es, los empresarios que se han adueñado de los organismos gubernamentales. Las reiteradas lamentaciones de que gobiernan los Amigos de Fox y no los panistas pueden tener múltiples lecturas: la primera, es el natural resentimiento al haber sido excluidos del gabinete ministerial; la segunda, no compartir la responsabilidad en la gestión gubernamental que ha llevado al país a la deriva; y la tercera, no ser reos de los delitos que implica el financiamiento ilegal de la campaña de Fox. Con respecto al financiamiento hay indicios de la existencia de "una internacional mafiosa" que opera en el triángulo Madrid-Miami-México, buscando la total docilidad del gobierno mexicano a los mandatos de las grandes trasnacionales.

El gran riesgo para el futuro del país es que en el imaginario social se consolide la idea de que sólo el PRI y el PAN son las opciones viables. En cierta medida fue lo que sucedió en los estados del norte de la república, donde el PRD se redujo a la mínima expresión.

La oligarquía mexicana, profundamente antinacional y antipopular, se beneficia de un sistema de dos partidos predominantes con idéntico proyecto desnacionalizador. Por consiguiente, en las actuales circunstancias, la tarea histórica de la izquierda sigue siendo la construcción de una organización nacional unitaria que retome las luchas por la liberación nacional y social, que no se limite exclusivamente a los mecanismos formales de la democracia electoral, y que elabore una propuesta que favorezca la integración de mecanismos, espacios y procesos de entidades autónomas: indígenas, obreras, campesinas y de toda índole, que desde abajo y democráticamente impongan las transformaciones que la clase política le niega a la nación.