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México D.F. Miércoles 16 de julio de 2003
¿QUE MUEVE AL EMBAJADOR COLOMBIANO?
La
semana pasada, el embajador colombiano en México, Luis Ignacio Guzmán,
emitió unas aventuradas declaraciones en las que denunciaba la supuesta
existencia de una oficina clandestina de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC) en las instalaciones de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Para sustentar sus suposiciones, el diplomático mostró fotografías
de un cubículo dentro de esa casa de estudios en el que se desplegaban
carteles con insignias de las FARC e información sobre sus actividades
e hizo alusión a la presentación en la UNAM, en mayo pasado,
del libro La luna del forense, del guerrillero colombiano Gabriel Angel.
Pese a la estridencia de las afirmaciones de Guzmán,
lo cierto es que hasta la fecha el embajador no ha aportado pruebas tangibles
que comprueben sus dichos, actitud irresponsable que agravia a la Universidad,
induce un clima de tensión y crispación en la comunidad universitaria
y suscita sospechas sobre los verdaderos propósitos que movieron
las declaraciones del diplomático. Como expresó oportunamente
la UNAM en un comunicado, la presencia de carteles o la presentación
de libros no constituyen evidencia alguna de la presencia de una oficina
de las FARC en el campus universitario, pues estas manifestaciones no son
sino parte de la diversidad ideológica y del ejercicio de las libertades
que caracterizan a la máxima casa de estudios del país.
En este contexto, cabe preguntarse si detrás de
las infundadas denuncias del embajador y de la insistencia del gobierno
colombiano en que se realice una investigación sobre la supuesta
presencia de las FARC en la UNAM se esconden otras motivaciones. ¿Es
que puede aceptarse que un funcionario de primer nivel, representante directo
del gobierno de Alvaro Uribe en México, induzca sin conocimiento
de sus superiores un potencial conflicto diplomático basado sólo
en sus presunciones subjetivas? ¿O es que, por el contrario, las
palabras de Guzmán fueron motivadas por la ignorancia, por un afán
personal doloso o, peor aún, tuvieron el visto bueno de Bogotá?
Si el gobierno de Uribe deploró la "confusión" causada por
las declaraciones de su embajador, ¿por qué entonces no llamarlo
a cuentas o, al menos, exigirle una rectificación pública?
¿Por qué insistir, así sea ambiguamente, en la idea
de que debe investigarse la presencia de las FARC en el país sin
antes presentar evidencias que avalen la pertinencia de tales indagaciones?
Todas estas interrogantes no hacen sino inducir preocupantes
sospechas, como las externadas recientemente por algunos actores políticos
nacionales, de que las declaraciones de Guzmán podrían tener
como correlato la realización de labores ilegales de espionaje e
inteligencia de entidades colombianas en nuestro país y estarían
inscritas en una estrategia, impulsada por el gobierno de Uribe, para internacionalizar
el conflicto interno colombiano en el marco de la delirante guerra "antiterrorista"
preconizada por George W. Bush.
El terrorismo es una actividad repudiable y criminal que
debe ser combatida con las armas del derecho a fin de asegurar la paz y
la vigencia de la justicia. Sin embargo, tal premisa no avala en ningún
caso el agravio y la acusación infundada ni mucho menos justifica
que México sea empujado a participar en una política hipócrita
y totalitaria como la que impulsa Washington a escala global, o a sumarse
a la cadena de persecución y delación que Uribe ?al convertir
a su propia población civil en informantes y milicianos? ha desatado
en su país.
El pueblo de México ha mostrado siempre su afecto
al pueblo de Colombia y ha sido invariablemente receptivo ante su genuino
deseo de paz. Por ello, corresponde a las autoridades mexicanas emitir
una protesta enérgica por los hechos protagonizados por Guzmán
y toca al gobierno colombiano esclarecer las motivaciones tras las palabras
de su embajador y corregir, en su caso, sus eventuales desviaciones. Honrar
esa relación histórica de hermandad y solidaridad entre México
y Colombia es un imperativo político y un deber moral para los gobiernos
de ambos países.
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