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México D.F. Miércoles 16 de julio de 2003
Víctor Flores Olea/ I
Josef Koudelka: un viaje a lo esencial
Sin duda, la muestra de Josef Koudelka que se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes es una de las más importantes, y también de las más espectaculares, de cuantas exposiciones fotográficas se han presentado en México. Así es, sin exagerar. Se trata de una enorme exhibición integrada por más de 300 fotografías (la retrospectiva de la obra de Koudelka de 40 años). He aquí algunas de las razones que sostienen mi entusiasmo.
En la jerga de las clasificaciones de los estilos fotográficos, sintetizando mucho, se habla hoy de ''fotoperiodismo" o de ''fotografía abstracta". ƑDónde se situaría la obra de Koudelka? ƑEn qué extremo o espacio de las habituales tipificaciones fotográficas se encontraría su obra? Digo desde luego que no lo encuentro, desde luego no en las mencionadas referencias. Y no la encuentro porque su obra trasciende y hace estallar las caracterizaciones más tradicionales, que ante su obra se banalizan y nos confirman que apenas sirven como punto de referencia para encasillar la obra fotográfica más acostumbrada y usual.
No, la obra de Koudelka escapa a los términos frecuentes a que recurrimos para examinar una obra fotográfica y nos invita, en realidad nos exige, adentrarnos en otra dimensión, en ''otro" significado de la fotografía misma. Y, desde luego, de su obra.
Henri Cartier-Bresson definió a la fotografía, al menos la referida a su obra personal, como la captura estéticamente organizada del instante: ''El momento decisivo". Opino que la obra de Josef se sitúa exactamente en las antípodas de esa definición: diría, es la captura fotográfica, también estéticamente organizada, de lo permanente, de lo que está allí desde siempre, de aquello humano y de aquellas manifestaciones de vida que trascienden un tiempo y espacio determinados. Exactamente el opuesto al ''momento decisivo". Por eso es que su fotografía no cae en la fácil clasificación del ''fotoperiodismo" o de la expresión ''abstracta" de la realidad, que de cualquier manera, más allá de una superficial apariencia, casi siempre está fechada y alude a un modo e inclusive a un ''manierismo" del arte con inevitables connotaciones temporales.
A primera vista la obra de Josef Koudelka, buena parte de ella, tiene un referente concreto: por ejemplo, la presencia de los tanques soviéticos en las calles de Praga en 1968 o su presentación del mundo de los gitanos en Europa central, en Eslovaquia, en Rumania, en Moldavia, en los Balcanes.
Pronto descubrimos, sin embargo, que esas imágenes, por más desgarradoras y heroicas que puedan ser, y por más significativas que se les considere para un momento determinado, en realidad no se proponen ilustrar ''nada", y mucho menos desde el ángulo antropológico e histórico concreto, sino seguramente, ni más ni menos, penetrar en lo que pudiéramos llamar la condición humana ''permanente", expresada en situaciones particulares, pero cuyo alcance no es ''temporal" y mucho menos inmediato o anecdótico, sino precisamente definitivo, imborrable.
Por supuesto que las fotografías de Koudelka de 1968, en Praga, ''narraron" profusamente para el mundo, en publicaciones de todo tipo, la salvaje invasión soviética a un pueblo que procuraba sacudirse a una burocracia totalitaria y a un régimen que se sostenía por la fuerza de la represión y la persecución.
Pero si observamos con mayor cuidado esas mismas imágenes veremos que ellas, más allá de la brutalidad de los tanques y de las lágrimas y los gestos de desprecio impotente de los invadidos hacia los invasores, ellas tienen un revés y un significado que va más allá de la circunstancia: el rescate de la dignidad humana como atributo profundo e inalterable de la especie.
Sí, la denuncia dramática de la agresión, pero sobre todo la recuperación de lo que no ''imagina" el fotógrafo: la dignidad, el orgullo y el honor indestructibles que son también parte de la humanidad.
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