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México D.F. Miércoles 16 de julio de 2003
Luis Linares Zapata
Entre pérdidas y triunfos
El éxito alcanzado por el PRI en las pasadas elecciones proviene, por una parte, de su propio esfuerzo de campaña, pero otra ayuda, tal vez mayor, le viene de la masiva abstención del llamado voto útil y de los magros resultados de la administración del presidente Fox. Del trabajo desarrollado por el PRI poco puede decirse que se adicione a los méritos que ellos mismos se apresuraron a encontrar y que su líder, Roberto Madrazo, atribuye al electorado al darle las gracias en sendos mensajes televisivos por su confianza. En cuanto a las fallas e incumplimientos del Ejecutivo y su gabinete de autoproclamados hábiles gerentes ya se ha informado bastante y existen pesadas constancias de sus carencias e ineficacias para entregar bienes concretos en los bolsillos de muchos mexicanos. Pero del impacto que logró el voto útil para achicar al PAN y al PRD y así permitir que el priísmo se levantara como la primera minoría indiscutible, poco se ha dicho. Sin embargo, ésta es una gran veta inexplorada del comportamiento de los electores y de lo que antes mucho se ignoraba, debido a la rala investigación poselectoral llevada a cabo para mejor entender el sentido y los dictados de la voluntad popular.
La dramática caída de los sufragantes por el PAN, que no tienen fidelidades partidarias establecidas, es un indicador que nos lleva a preguntar hacia dónde dirigieron sus preferencias este 6 de julio. No fueron a reforzar las boletas del PRI, pues sólo 2 por ciento de ellos fueron registrados entre sus apoyadores. Tampoco lo hicieron por el PRD, cuyo núcleo fuerte de curules lo obtuvo en el Distrito Federal, distritos donde el total de votantes por este partido apenas rebasó el número de personas que reciben, de manera directa, los generosos y justos apoyos que les otorga la administración de López Obrador. Tal fenómeno impulsa a pensar que el resto fue cubierto por sus bases de siempre. Bien puede decirse, entonces, que lo logrado tanto por el PRI como por el PRD proviene de su voto duro, de sus simpatizantes fieles. La conclusión obligada sitúa entonces al voto útil en la abultada abstención registrada (59 por ciento). Y éste es un hallazgo de los trabajadores de la opinión y de los medios de comunicación que auspician y publican reportes más puntuales y detallados que antes.
Por aproximaciones pasadas, el voto útil, que otros llaman viajero, volátil o sin arraigo fijo, bien puede calcularse entre 6 y 10 por ciento del padrón. Si el voto duro de los partidos, digamos del PRI, se estima entre 30 y 35 por ciento de los sufragantes efectivos, o el del PAN fluctúa en el rango que va de 25 a 30 por ciento, y el del PRD se afirma alrededor de 20 por ciento, bien se puede apreciar la trascendencia que esos votantes pueden tener para aquellos candidatos y partidos que capten su atención y ganen sus simpatías. Simplemente los pueden conducir al triunfo indiscutible, tal como le sucedió a Fox en 2000, o el que se atribuye a Cárdenas en 88 y que obligó al albazo de la Secretaría de Gobernación y la quema posterior de las boletas, millones de las cuales nunca fueron contadas como se había prometido.
La decisión, sin duda meditada, de un gran segmento de electores sin fidelidad prestablecida, de permanecer en la abstención, abrió el camino para que el PRI, partido al que muchos de ellos rechazan con tajante energía, se alzara con un precario triunfo en términos relativos a su representatividad real (14 de cada cien votantes), aspecto que a la hora de las decisiones de gobierno pocas veces se recuerda mientras no haya conflicto de por medio.
El mensaje lanzado con su silencio, o con el voto anulado, por este tipo peculiar de ciudadanos, no ha sido claro. Puede interpretarse de múltiples maneras. Una, la más socorrida, enfoca sus baterías hacia el rechazo que les mereció el desempeño de Fox y su equipo. Pero otros lo describen por su afectación al PAN y al PRD, que no supieron, el primero mantenerlo, y el segundo rescatarlo de aquel tumulto que apiló Cárdenas en 88.
Ojalá y este conjunto de personas, conscientes de sus responsabilidades, recapacite sobre los efectos ahora provocados. Lograron hacer entender a las organizaciones partidarias de la perentoria necesidad de llegar a acuerdos efectivos, poner en funcionamiento, de manera eficiente, el aparato productivo y mejorar así las condiciones de vida. Les han dicho a los partidos que tienen, más temprano que tarde, la imperiosa obligación de adecuar conceptos y movimientos con sus sonoras ausencias, pues sin duda alguna volverán en tropel la próxima vez que se les llame para ejercer sin titubeos su devastador poder.
Adicional reflexión se oye a las dirigencias partidarias sobre sus cuestionadas purgas, autocomplacencias, oposiciones irreductibles o inmovilidad internas. Pero, sobre todo, se escucha el mandato para que ajusten su accionar externo, pues no se ven todavía (habrá que esperar un tiempo prudente) los cambios que algunos ya proclaman como urgentes y necesarios. Cumplir con las ventajas de la formada pluralidad es un llamado terminal con el propósito de ensanchar sus áreas de contactos y preocupaciones para acompasarlas con los tiempos que la sociedad va marcando.
Nadie, en efecto, ganó todo en estas elecciones. Hubo, sí, algunos que llegarán a cargos públicos con su dignidad a salvo, pero con rozaduras por doquier. Y, para la conciencia de los que prefirieron abstenerse, el cargo de haber colaborado para darle a un PRI, que dista mucho de haberse depurado, la escandalosa ventaja actual. Al PRD y al PAN les encajaron, con su desdén, profundos rejones que pueden o no sacudirse, eso ya se verá en sus respectivos exámenes y reacomodos. Pero del ríspido talante de los ciudadanos deben estar seguros los partidos, así como del poco tiempo que tienen para mostrar resultados aceptables.
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