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México D.F. Miércoles 16 de julio de 2003
Gabriela Rodríguez
Más allá de la democracia electoral
Alcanzada una democracia electoral imperfecta por clientelar y mercadotécnica, surge la necesidad de reflexionar sobre el sentido que cobran hoy algunos ejes de la democracia liberal. ƑQué significa un gobierno representativo en estas épocas de globalización de la desigualdad social? ƑDónde quedan las libertades de la persona si no tiene derechos económicos ni sociales? ƑQué nuevos retos plantea el pluralismo partidista al Estado laico?
Desde la Grecia antigua, Aristóteles anotó la necesidad de que los gobiernos representativos liberaran para fines económicos, sociales, culturales, el conjunto de energías que puede llegar a absorber la política. Después de las contiendas electorales entre partidos, de luchas de poder dentro de ellos, de la confrontación de jerarcas eclesiales y candidatos liberales, de pugnas entre legisladores de diferentes fracciones y desencuentros de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, Ƒcuánta energía y presupuesto quedan para el demos, es decir, para el gobierno de los pobres en su propio provecho? Me temo que muy poco.
La excesiva política exige hoy mejor distribución del trabajo y distinción entre titularidad y ejercicio del poder. La democracia es un sistema de control y limitación de poder. Un sistema que tendría que permitir a la sociedad civil desarrollarse como tal, resolver el problema de la opresión del hombre sobre el hombre, reivindicando para cada uno su libertad individual y su diversidad. Tener derechos políticos, votar, nombrar legisladores o gobernantes no garantiza la libertad de las personas frente al Estado. La persona humana es más que "ciudadano"; además de derechos políticos tiene derechos civiles, económicos y sociales. El individuo tiene valor en sí, independientemente de la sociedad y del Estado. Hombres y mujeres tienen también una vida privada, una esfera familiar, moral y jurídica con la que promueven su autonomía y autorrealización.
La génesis de las democracias liberales está en el principio de la diferenciación, en las ideas heredadas de la Reforma, cuando se empezó a mirar con sospecha la unanimidad y a apreciar la disidencia. Hoy gobernar implica resolver el problema de las relaciones entre hombres y mujeres con necesidades individuales y colectivas diferenciadas o Ƒcómo ejercer la libertad de conciencia, de opinión, de expresión desde la desigualdad económica, étnica y de género? ƑDe qué nos sirve un conjunto de representantes legítimamente elegidos sin la garantía de los derechos económicos y sociales, sin derecho a una habitación digna, a la educación, a oportunidades laborales, a servicios de salud, a crear y beneficiarse de la ciencia y de la técnica?
En las elecciones del domingo pasado la libertad de opinión simbolizada por el voto fue una expresión de esa desigualdad y diversidad social. Para la mayoría, el exceso político y la indiferencia ante la composición del Congreso le llevó a la abstención. Otro grupo de los electores más pobres respondieron pragmáticamente a las más ancestrales prácticas clientelares: el voto a cambio de la despensa y la dádiva. Sólo los más conservadores y moralistas confirmaron su voto al partido en el poder, un voto ideológico de derecha. Otros respondieron como reflejo al espot mercadotécnico: jóvenes desconfiados de las figuras políticas fueron víctimas de esa agencia de publicidad disfrazada de partido verde. Hubo también votos razonados, votos de aprobación a un gobierno centrado en derechos económicos y sociales, como el caso del Distrito Federal, y el voto de castigo al mal gobierno, claramente expresado en el estado de Nuevo León, que encabezaba el actual secretario de Economía.
La pluralidad partidista en el Congreso y en los estados es también un producto directo de la pluralidad ideológica y regional, rasgo que no necesariamente se mejora con un sistema bipartidista como el de Estados Unidos.
En un país pobre como el nuestro, la precariedad y diversidad de los gobernados exige menor inversión económica y política en las elecciones, y una mayor atención para reactivar la economía, redistribuir los recursos, así como para ampliar y mejorar los servicios. Además necesita que la Iglesia esté separada del Estado y que la sociedad civil sea autónoma frente a ambas, para promover la tolerancia y el derecho que otros tienen de creer algo diferente. El pluralismo que exigen las sociedades modernas tiene que reconocer que la disidencia, la diversidad de opiniones y el contraste no son enemigos de un orden democrático.
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