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México D.F. Domingo 13 de julio de 2003
José Antonio Rojas Nieto
Nuestra urgencia de partidos
No deja de ser impresionante que esta semana, en la mesa redonda organizada por Televisa y moderada por Joaquín López Dóriga, ninguno de los seis presidentes de los partidos que nos heredó este 6 de julio (PAN, PRI, PRD, PVEM, PT y Convergencia), en un esfuerzo de realismo básico, solicitara la instalación de un asiento más, un lugar vacío en esa mesa, en el que se representara a esa mayoría de mexicanos que no votaron el pasado domingo.
ƑQué se puede pensar de la abstención? Los más avezados analistas ya han dejado escapar excelentes hipótesis. Y, sin embargo, aún queda espacio para una completa e integral interpretación que debería incluir -sin duda- el debate sobre la mayor o menor legitimidad de las decisiones que tome el Congreso en los próximos tres años.
Tenemos que pensar muy cuidadosamente en ello. No sólo hay -como lo han querido dejar sentir muchas voces en el debate- un debilitamiento del gobierno actual y de su partido -evidentemente existe- sino un decaimiento general de las bases del quehacer político y del gobierno, merced a una decisión expresa -por su ausencia- de la mayoría de la población. Eso de las elecciones, eso de gobernar, eso de votar, sí, todo eso, ha sido ignorado o rechazado en este momento por esa mayoría.
ƑSignifica esto que el próximo Congreso no podrá tomar decisiones? ƑQué, por ejemplo, no podrá legislar en materias petrolera y eléctrica? Sin duda que lo podrá hacer. Y, sin embargo, Ƒqué legitimidad -a pesar de la legalidad- sí, qué legitimidad podría tener un acuerdo parlamentario en torno a la reforma energética, a la reforma eléctrica? La respuesta no es sencilla, aunque podríamos aventurarnos a decir, en primer término, que muy poca, si no se realizan las reformas necesarias para consultar a esa mayoría de la población sobre los cambios que en esa materia pudieran determinarse. Pero, en segundo término podríamos decir que prácticamente ninguna, si, además, esas determinaciones no se alcanzan por consenso de todos los actores políticos.
Los resultados del 6 de julio pasado no son para celebrarse, sino para meditarse detenidamente y actuar lo antes posible para enfrentar el cuestionamiento y el vacío que ese enorme abstencionismo ha dejado. šNo hay razón para esa fatua algarabía de un PRI que, sin ningún rubor por no haber ajustado cuentas con su pasado de corrupción y corporativismo, una vez más pretende presentarse como el partido de las mayoríasš šTampoco para que un PRD, que aún no logra consolidar su proyecto integral de cambio de largo plazo y su estructura organizativa, se enseñoree en el fútil entusiasmo de un mayor número de diputados! šMenos aún para ese obcecado triunfalismo de un PAN, que no sólo parece perder el sentido de trascendencia característico de la gran visión de sus fundadores, sino que ni siquiera resulta capaz de ver, en su disminuida votación, el retiro de la confianza que le otorgaran millones de mexicanos hace tres años! šMucho menos hay cabida para el narcisismo de un Partido Verde que no parece tener más ojos que los que le permiten mirar su propio ombligoš šY qué decir de la falta de proyecto y arraigo que oculta el gozo de mantener o de haber obtenido el registro, en los casos del PT y de Convergenciaš šQué lamentable que ninguno haya sido capaz de reconocer en el abstencionismo un rechazo a todos!
šY no es que con ello se deba concluir que los partidos y los organismos políticos -con registro o sin él- resulten innecesarios y prescindibles! šNo, desde luego que no! Pero sólo podrán cumplir su misión social, si trascienden su generalizada miopía, y se transforman en organismos vitales, capaces de impulsar la articulación de toda la sociedad bajo un proyecto integral de cambio, con un acuerdo nacional que respalde las transformaciones graduales y profundas que nuestro México de hoy requiere. Y éstas no son, por cierto, ni la modificación unilateral de la Ley Federal del Trabajo ni la privatización de Pemex y CFE o, siquiera, su subordinación a los inversionistas privados. Ni un cambio fiscal identificado y reducido a una mayor captación de IVA, que permite seguir con la sangría a Pemex. Ni la subordinación política a Estados Unidos a cambio de un acuerdo migratorio. No, las transformaciones de fondo están por presentarse, analizarse y discutirse. Y no se asocian con todo esto que demagógica y mediáticamente se ha presentado como las "reformas estructurales que México necesita".
México no puede darse el lujo de permitir que estos partidos se destrocen a sí mismos. Tampoco de cerrarle el paso burocráticamente a otros que aspiran a ser avalados por la sociedad y reconocidos en sus aportaciones legítimas. Pero México sí requiere que estos partidos -que mucho esfuerzo y mucho dinero le han costado a la población- sean, en verdad, otros... que actúen de otra manera. Y que a la escucha cuidadosa y atenta de la población, se transformen a sí mismos en otros. Nada más.
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