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México D.F. Miércoles 25 de junio de 2003
EU: CHANTAJE E IMPUNIDAD
En
su ofensiva contra la jurisdicción de la Corte Penal Internacional
(CPI), el gobierno de George W. Bush se ha colocado en un dilema de difícil
solución. El año pasado, el presidente estadunidense promulgó
la denominada Ley de Protección de Integrantes de los Servicios
de Estados Unidos, la cual establece sanciones contra los países
que se adhieran a la CPI y no concedan impunidad ante esa corte a funcionarios,
soldados y policías estadunidenses.
Esa legislación llega al extremo delirante de autorizar
a las fuerzas armadas que envíen tropas a La Haya --sede de la CPI--
para rescatar a cualquier uniformado estadunidense que sea presentado ante
esa instancia de justicia internacional. De modo que, si aplica las leyes
que él mismo promovió, Bush tendrá que suspender,
a partir de la semana próxima, la asistencia militar a Brasil y
Colombia, países que en su momento se adhirieron a la CPI y que
hasta el momento se han negado a firmar acuerdos de impunidad con Washington.
En el caso brasileño, la interrupción de
la cooperación militar estadunidense, que se reduce a un programa
de capacitación de medio millón de dólares al año,
no tendría más consecuencias prácticas que una previsible
tensión diplomática. A fin de cuentas, Brasil es una nación
autosuficiente en el terreno de la defensa, en el cual dispone incluso
de una poderosa industria propia. La circunstancia colombiana, en cambio,
es mucho más delicada. En su lucha contra las organizaciones guerrilleras
y contra las mafias del narcotráfico, las autoridades de Bogotá
dependen de la ayuda de Washington en equipos, instrucción y participación
directa. Sólo en el primer rubro, la asistencia anual estadunidense
asciende a unos cien millones de dólares al año, y sin tales
recursos es claro que el gobierno de Alvaro Uribe se vería colocado,
a corto plazo, en una situación desesperada.
El problema para la actual administración estadunidense
es que Uribe y su gobierno representan una pieza imprescindible en la proyección
continental de los delirios antiterroristas que rigen la estrategia global
de la Casa Blanca, y que no puede darse el lujo de que el gobierno colombiano
se colapse ante las organizaciones insurgentes que controlan buena parte
del territorio de la nación sudamericana. En tal circunstancia,
da la impresión de que Bush no tendrá más remedio
que seguir gobernando de espaldas a sus propias leyes, declarar que Colombia
es una "excepción de interés nacional" y mantener la ayuda
militar a Uribe.
En términos generales, los vericuetos en los que
se ha metido la Casa Blanca ponen en evidencia, una vez más, su
doble moral y su hipocresía: Washington celebra que Slobodan Milosevic
sea juzgado por la CPI y festejaría ruidosamente la ocasión
si consiguiera llevar a Saddam Hussein a ese tribunal internacional, pero
se niega a permitir que sus funcionarios y soldados sean procesados en
esa misma corte. El motivo de esa renuencia, llevada hasta el chantaje
a terceros países, es evidente: tanto en Afganistán como
en Irak, múltiples civiles y militares estadunidenses han perpetrado
acciones que merecen plenamente ser consideradas crímenes de guerra
y de lesa humanidad, no por error o excepción, sino porque la comisión
de tales crímenes --asesinato indiscriminado de civiles, atropello
de los derechos humanos básicos, destrucción injustificada
de infraestructura, y muchos otros-- forma parte de la estrategia de conquista
adoptada por el actual gobierno de Estados Unidos como elemento casi único
de política exterior. Bush, el vicepresidente Richard Cheney, el
secretario de Defensa, Donald Rumsfeld y otros altos funcionarios estadunidenses
saben perfectamente que, en términos estrictamente jurídicos,
hay sobrados elementos para que ellos mismos, y cientos de sus subordinados,
sean sometidos a juicio y condenados por la Corte Penal Internacional.
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