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México D.F. Miércoles 25 de junio de 2003

Carlos Martínez García

Poligénesis del protestantismo mexicano

Paulatinamente se va derrumbando la imagen del misionero protestante anglosajón que llegó a tierras vírgenes para difundir su mensaje religioso. Nuevos énfasis en las investigaciones sobre cómo se dio la inserción del protestantismo evangélico en América Latina han resultado en seguir más de cerca el ambiente social, político y cultural endógeno que fue receptivo a los esfuerzos misioneros venidos de fuera. En el caso de México es ya muy claro que se fue incubando, lenta pero firmemente, durante casi medio siglo antes del inicio oficial de actividades de distintas sociedades misioneras protestantes lo que podríamos denominar protoprotestantismo.

Este protoprotestantismo vernáculo se caracterizó por saber claramente lo que religiosamente rechazaba, el clericalismo católico y sus dogmas que dominaban la vida pública y política del país, pero no tenía la misma claridad acerca de la alternativa religiosa que remplazara a la confesión criticada. Sin pretender ubicarlo como un precursor del protestantismo nacional, sí es necesario revalorar a José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano (1776-1827), en su dimensión de católico sui generis, que criticó duramente los excesos eclesiásticos y abogó por una reforma: "Que en el clero hay abusos es innegable; que hay individuos inmorales y escandalosos es evidente; que todo esto necesita reforma, Ƒquién lo duda?" Su defensa de la tolerancia y la francmasonería le valió la excomunión. Basado en su lectura de la Biblia llegó a la conclusión de que el Tribunal de la Santa Inquisición era ilegítimo y contradictorio a las enseñanzas del Evangelio. No creía en la infalibilidad papal, se mofó del catecismo del padre Ripalda, objetó "el celibatismo y los votos monacales perpetuos... exigió acabar con los fueros eclesiásticos y con el tráfico comercial de reliquias, de estampas, de medallas y demás fuentes de ganancia para la Iglesia... que se expropiaran los bienes de la Iglesia, y que la Iglesia no se entrometiera en asuntos del Estado. Si se cumplían sus demandas, predijo, la religión demostraría ser una gracia divina y no un asunto mercantil" (María Rosa Palazón Mayoral, en el prólogo a la obra de Fernández de Lizardi publicada por Ediciones Cal y Arena).

El mismo año que murió El Pensador Mexicano, quien escribió en su testamento: "dejo a mi patria independiente de España y de toda testa coronada, menos de Roma", llegó a México James Thomson, enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Tuvo como encomienda distribuir la Biblia y fortalecer las escuelas lancasterianas. Para su tarea de difusión bíblica contó con la simpatía y ayuda de sacerdotes liberales como José María Luis Mora. Los avances de Thomson fueron pequeños pero significativos, encontró un interés hacia su tarea entre núcleos abiertos a escuchar nuevas propuestas religiosas, pero también se topó con obstáculos a su trabajo por parte de clérigos católicos opositores a que el pueblo leyera y entendiera por sí mismo el contenido de la Biblia.

Un grupo de sacerdotes liberales (conocidos como "los padres constitucionalistas") antes, durante, pero sobre todo después de los debates suscitados sobre la libertad de cultos en el Congreso Constituyente de 1857, paulatinamente se fue alejando de la Iglesia católica romana y trabajó en darle forma a una Iglesia católica mexicana, que ya no reconocería la supremacía del Papa ni varias de las enseñanzas que consideraba contradictorias con la Biblia. La disidencia de estos padres dio forma a la Iglesia de Jesús, la que "puede considerarse de tendencia protestante", de acuerdo con el historiador Abraham Téllez Aguilar ("Protestantismo y política en México en el siglo XIX", trabajo incluido en el libro coordinado por Laura Espejel López y Rubén Ruiz Guerra, El protestantismo en México, 1850-1940. La Iglesia metodista episcopal). Algunos de los padres constitucionalistas, a finales de los 60 y principios de los 70, unieron sus esfuerzos a los misioneros estadunidenses. Anotamos que el trabajo de los segundos fructificó gracias a la obra previa realizada por los sacerdotes que rompieron con Roma y trabajaron independientemente por una década.

Podríamos citar varios otros antecedentes de las disidencias religiosas que fueron abonando el terreno antes del arribo a México de las misiones expresamente organizadas para difundir el protestantismo. En otras partes del país sucedió algo semejante a lo que en breve hemos referido aquí. Por esto consideramos un error sobrevalorar el trabajo misionero extranjero y no ponerle atención a las transformaciones sociorreligiosas internas que hicieron posible el enraizamiento de la nueva propuesta religiosa. El protestantismo mexicano se fue construyendo desde distintos lugares y situaciones, por ello hablamos de una poligénesis. Los datos refutan la teoría que enfatiza un solo origen, la monogénesis, que se remonta a la llegada de misioneros anglosajones que partieron de cero. Lo que hubo fue una articulación de esfuerzos internos y externos.

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