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México D.F. Viernes 13 de junio de 2003
CIFRAS ECONOMICAS, REALIDADES SOCIALES
Ayer,
al celebrar la virtual cancelación de la deuda mexicana en los denominados
Bonos Brady -instrumento financiero puesto en vigor a finales de los años
80 para mitigar las crisis financieras latinoamericanas, y que para nuestro
país llegó a representar obligaciones por más de 35
mil millones de dólares-, el presidente Vicente Fox se congratuló
por los ahorros logrados mediante ese proceso de conversión de deuda
cara en deuda barata, el alto nivel de las reservas internacionales y la
credibilidad lograda por el país en el mercado internacional de
capitales. La operación ameritó un acto especial en Los Pinos,
con la presencia del director gerente del Fondo Monetario Internacional
(FMI), Horst Köhler, y del secretario del Tesoro de Estados Unidos,
John Snow, los cuales elogiaron el desempeño macroeconómico
mexicano en los últimos años e instaron a la realización
de nuevas reformas estructurales.
La reducción de la carga de la deuda externa es,
a no dudarlo, una buena noticia, sobre todo si se considera que el gobierno
federal debe destinar una parte desproporcionada de sus ingresos a cubrir
los costos financieros de esa deuda. También son datos positivos
el aumento de la confianza de los centros financieros internacionales en
México, el incremento de las reservas y la liberación de
las garantías asociadas a los instrumentos cancelados.
Pero para los mexicanos que subsisten por debajo de la
línea de la pobreza, los cuales constituyen más de la mitad
de la población, las cifras sólidas, las tendencias venturosas
y las palabras de elogio al país expresadas ayer no significan,
por desgracia, nada. La reducción de la deuda externa, del déficit
fiscal y del riesgo-país de las que alardea el actual gobierno no
se han traducido, para ellos, en una atenuación de los contrastes
sociales ni en una mejoría perceptible de sus condiciones de vida.
El campo sigue expulsando grandes cantidades de personas hacia las ciudades,
en las ciudades no hay trabajo y los que lo tienen carecen, en su gran
mayoría, de salarios remuneradores. El mercado interno sigue tan
deprimido como en el sexenio de Ernesto Zedillo, el crédito existe
sólo para el gobierno, y las empresas micro, pequeñas y medianas
siguen sufriendo los efectos de una recesión persistente y desesperanzadora.
Durante los últimos dos sexenios del régimen
priísta los gobernantes insistieron en presentar a la nación
cifras macroeconómicas plenas de autocomplacencia y aseguraron que
la derrama de los beneficios correspondientes al grueso de la población
era sólo cuestión de tiempo. Pero en diciembre de 2000 los
mexicanos se encontraban más pobres que nunca, a pesar de los pretendidos
aciertos económicos de Carlos Salinas y de Ernesto Zedillo y como
consecuencia, más bien, de sus pifias combinadas. Hoy resulta natural
y lógico que la opinión pública desconfíe de
las presentaciones con fanfarrias de indicadores económicos, por
buenos que sean. Para la mayoría de la población, los mejores
indicadores para medir los logros o los fracasos del gobierno son sus bolsillos,
sus despensas, sus viviendas, las escuelas de sus hijos y sus centros de
salud. Y el cambio prometido hace tres años sigue sin llegar hasta
esos referentes humildes, pero irrefutables.
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