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México D.F. Sábado 7 de junio de 2003
LA MENTIRA DE ESTADO
En
un mundo en el que, como nunca, muchos de los grandes medios de información
se han convertido en medios de desinformación y pertenecen a grandes
monopolios o a poderosos empresarios y falsean o inventan noticias, como
la supuesta liberación de la soldado Lynch -entregada por los iraquíes-
tras un "combate" con armas de fogueo en un hospital vacío. El servilismo
de la inmensa mayoría de los medios de información de Estados
Unidos, escritos o audiovisuales, ante las mentiras impuestas desde el
gobierno, así como los decretos, leyes y medidas adoptados por el
gobierno de Washington para deformar la verdad, son otra comprobación
más del uso sistemático de la mentira por el Estado y los
monopolios como arma de intoxicación política de masas. Ahora
bien, sin el respeto por la verdad no se puede hablar de democracia, porque
ésta es imposible si los ciudadanos no están informados correctamente
y son, en cambio, manipulados por el poder. Sin el respeto por la verdad
no hay respeto por las personas ni construcción de ciudadanía,
ya que el engaño y el fraude sirven para inducir actitudes y comportamientos,
y manejar a las personas como simples objetos de las políticas trazadas
por los poderosos, que intentan evitar que ellas sean sujetos de su propio
destino.
La mentira, sin embargo, es venenosa para quien es su
víctima, y lo es también para quien la maneja y difunde,
porque el ser humano es crítico por naturaleza y tiende a levantar
los velos que pretenden ocultarle la verdad, y no acepta ser tratado como
si fuese incapaz de pensar.
Los nazis, maestros en mentir, utilizaron la intoxicación
propagandística para justificar sus agresiones: recuérdese
si no el batallón de soldados alemanes disfrazados de polacos que
ingresó en Polonia y desde allí "invadió" su propio
país para crear un casus belli. Pero la propaganda falsa, las mentiras,
las provocaciones, duraron poco y pronto fueron descubiertas, provocando
la indignación mundial y convirtiéndose en armas que hirieron
a quienes las habían creado. Ahora, antes de la invasión
a Irak y del esfuerzo por obligar a las Naciones Unidas a sumarse a esta
aventura colonialista de Washington y Londres, la propia comunidad de inteligencia
de Estados Unidos desmentía al secretario de Defensa y a los superhalcones
del gabinete de George W. Bush, y decía que no tenía información
confiable sobre la existencia en Irak de armas químicas o biológicas
(por otra parte, hasta ahora no halladas por los ocupantes). Por su parte,
el secretario de Estado, Colin Powell, mintió conscientemente y
en gran escala en su discurso ante el Consejo de Seguridad sobre la supuesta
amenaza para el mundo que representaría el inexistente arsenal iraquí.
Y la televisión estatal británica, la BBC, reveló
que el primer ministro, Tony Blair, presionó o hizo presionar al
servicio de inteligencia inglés para que presentase informes falsos
sobre los armamentos iraquíes.
El objetivo de estas mentiras, como todo mundo sabe, era
justificar el apoderamiento por parte de las grandes trasnacionales estadunidenses
y británicas de los recursos naturales de Irak (petróleo,
gas, agua), para sustraérselos a sus competidores, y era, sobre
todo, presentar una infame y mortífera guerra de agresión
como una medida destinada a defender la paz y a la humanidad. Cada mentira
se cotizó así en sangre de niños, mujeres y ancianos
bombardeados, en inauditos sufrimientos humanos, en destrucciones que facilitan
el sucio negocio de la "reconstrucción", en anulamiento de la soberanía
de los pueblos y del derecho internacional. Cada mentira se cotiza ahora
en el alza de las acciones de las compañías petroleras y
armamentistas que son el andamiaje que sostiene al presidente Bush. Pero
las denuncias dentro de los propios aparatos estatales británico
o estadunidense revelan, indirectamente, las resistencias crecientes de
la gente que piensa, en Estados Unidos y el Reino Unido. E, indirectamente,
revelan la defensa, por la sociedad, de libertades democráticas
amenazadas hoy por la fascistización de la vida en escala nacional
e internacional que están llevando a cabo desde este lado del Atlántico
y desde el poder el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld; la asesora
de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice; el presidente George W. Bush,
y el fiscal John Ashcroft, recurriendo al terror sicológico y a
la intoxicación de la opinión pública, y utilizando
para eso el servilismo de tránsfugas políticos como Blair,
delincuentes como Berlusconi y ex franquistas como Aznar.
¿No sería acaso oportuno que los países
que se negaron a secundarlos en la ONU denunciasen ahora, como agresión
contra ellos y contra el derecho internacional, la conspiración
para engañarlos con mentiras ponzoñosas?
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