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México D.F. Jueves 29 de mayo de 2003
Olga Harmony
Aguanto el mismo cigarro...
esulta muy reconfortante que tanto un ayuntamiento como un Instituto Estatal de Cultura unan esfuerzos con instituciones federales para producir una escenificación mixta con artistas de la capital y del propio estado. Y resulta todavía más reconfortante que ese ayuntamiento sea el de Guadalajara, donde no hace tantos ayeres surgió el penoso lema de ''Haga patria, mate a una chilango". Parece ser que ese honor se lo están dejando a otras ciudades, como la regiomontana, que no logra remontar sus desavenencias con el centro. Pero hablando más en serio, con este tipo de acuerdos se puede ayudar a que disminuya el centralismo. Ya está en cartelera en la capital Aguanto el mismo cigarro pero no a la misma mujer, adaptación del austriaco, residente en Guadalajara, Werner Ruzicka, del cuento de Bertolt Brecht Un hombre vil, bajo la dirección del jalisciense Daniel Constantini, con actores de ambas entidades y diseñadores capitalinos.
El cuento brechtiano pertenece a la época de entreguerras, cuando en la Alemania prenazi existía, junto a una gran libertad sexual para algunas capas sociales (lo que explicaría la rápida aceptación de la viuda Piaff), un estrato lumpen de más o menos reciente creación, al que sin duda pertenece Martín Cair. La crítica inherente a la obra de Brecht ya muy comprometido en esta época (primero espartaquista, marxista después) sin duda se refiere a la banalidad de ambas vidas, relacionadas por el sexo, en una mescolanza no ajena a la realidad social del momento.
La adaptación de Ruzicka intenta el tono de algún teatro brechtiano, con el famoso efecto de extrañamiento dado por un narrador y canciones que convierten el texto en una especie de opereta que, respetado por el director, ofrece una gran semejanza con La ópera de tres centavos, la más conocida entre nosotros, y con Apogeo y caída de la ciudad de Mahagonny. La adaptación es muy interesante, pero el final, con la muerte del estudiante, no prevista en el cuento, resulta muy abrupto y poco claro, aunque quizá se trate de una metáfora de la renuencia de la viuda a conocer otros hombres.
Es de celebrarse que ni el adaptador ni el director intentaran atraer la anécdota a nuestro tiempo y a nuestra sociedad, aunque el ojo contemporáneo no puede ver como tema más que la pasión autodestructiva de la señora Piaff y ya no encuentre los elementos de crítica social que sin duda existen en el original. Se mantiene la época de su escritura, lo que permite que los diseñadores ofrezcan una recreación excelente.
Como se trata de una propuesta un tanto audaz, la de ofrecer en ópera -más bien en opereta- brechtiana un cuento del autor, cabe destacar en primer lugar la música de Mariano Cossa que nos recuerda a la de cabaret alemán de esos años y que conocemos por grabaciones o por artistas que nos las han traído. Y si los actores del elenco no son eximios cantantes, este tipo de música se adecua a sus posibilidades. Está también la escenografía de Juliana Faesler, estilización del art decó con un piso ajedrezado en trazo de fuga con una vara colocada ante diablas y bambalinas, los muy cuidados muebles de la época, sobre la cantina una pecera redonda -un tanto simbólica del estrecho mundo de la protagonista- los escalones a la alcoba que son cubos que repiten el trazo del piso, todo en un rosa muy fuerte, casi solferino y negro, con muros laterales con diseños geométricos y que contiene, el de la derecha, un espacio en donde se suceden cuadros pintados, uno casa de modas, el otro restaurante.
La espléndida escenografía de Juliana, mezcla de refinado realismo y de estilización, da los tránsitos necesarios para el buen trazo escénico, en que los actores visten el excelente vestuario, ajustado en sus mínimos detalles al de los años 30 y muy rico en sí mismo, diseñado por Martín López Brie. El director hace que sus actores imposten un tono de farsa delicada, muy propicio a la opereta. Aída López está chispeante y sensual en su viuda Piaff. Carlos Aragón va perdiendo muchos de sus ''tics" -excepto el de boquear- y hace un buen Martín Cair. Como el narrador, y asumiendo diversos papeles, muy bien Carlos Torres y la linda Karla Constantini, que matiza las diferencias de sus dos personajes.
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