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México D.F. Martes 27 de mayo de 2003

"La guerra sicológica nos venció; interceptaron nuestra radio y ya no hubo comunicación"

General iraquí describe los últimos combates con las fuerzas invasoras

No podían creer la caída de Bagdad; "la Guardia Republicana abandonó sus puestos"

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Bagdad, 26 de mayo. Para el general brigadier al mando de las defensas aéreas de Bagdad, lo que le avisó del fin de la guerra, el mes pasado, fueron las voces que irrumpían en su radio. "Solía hablar con los operadores de nuestros misiles SAM y de pronto los estadunidenses entraron en la misma frecuencia", reveló ayer. "Hablaban en árabe, con acento libanés y egipcio, y decían: 'capturamos Nasiriya, capturamos Najaf, estamos en el aeropuerto de Bagdad'. Fue la guerra sicológica la que nos causó el mayor daño. Los estadunidenses conocían todas nuestras frecuencias.

"Para entonces no teníamos transmisiones de noticias propias, ninguna información, sólo los estadunidenses que hablaban directamente en nuestra red. Pude haberles replicado directamente, pero nos dieron órdenes de no hacerlo y obedecí por seguridad propia."

En los años por venir, tanto los invasores angloestadunidenses como los soldados iraquíes que se les opusieron tratarán de producir una historia de la caída del régimen de Saddam Hussein, pero el general brigadier -pidió que se omitiera su nombre para proteger a su familia- es el oficial de mayor rango que hasta ahora ha dado su versión de los últimos días del régimen de Saddam.

En entrevista con The Independent, describió cómo regimientos enteros de la Guardia Republicana fueron movilizados a Bagdad desde el desierto que se extiende al oeste por órdenes del hijo de Saddam, Qusay: soldados que fueron vitales para la defensa de la ciudad y que después se quitaron el uniforme y se marcharon a su casa.

Las 30 baterías del general en los alrededores de Bagdad dispararon poco más de 200 misiles antiaéreos SAM 2, 3, 5 y 9 de fabricación soviética a los aviones estadunidenses y británicos, así como varios cohetes de fabricación francesa; el oficial perdió 30 operadores de misiles y 40 resultaron heridos. "Eran mis hombres, los conocía a todos", señala. "Sus cuerpos fueron llevados a hospitales militares, donde sus deudos los recogieron."

El ex general de cabello blanco -su rango y estatuto, como los de todos los antiguos miembros de las fuerzas armadas iraquíes, están oficialmente bajo las órdenes de los nuevos ocupantes estadunidenses charló conmigo en casa de un pariente, en una casa que cuenta con una gigantesca vajilla de porcelana y candelabros, y la conversación era interrumpida continuamente por un flujo constante de té caliente, por la algarabía de los chiquillos y por el zumbido del aire acondicionado conectado a un generador. Pero nada podía reducir el dramatismo de su historia.

El comandante de las baterías antiaéreas de Bagdad se dio cuenta de que el fin se acercaba cuando lanzó su último misil -un SAM-3- de una batería en la zona de Dijila a un avión estadunidense que volaba bajo, a las 8 de la noche del 8 de abril, una noche antes de que las fuerzas estadunidenses llegaran al centro de la ciudad.

"Poco después de eso perdimos todas las telecomunicaciones con nuestros mandos. En el cuartel permanecimos en nuestros puestos, uniformados. Luego, la mañana del 9, salimos vestidos de civil para pasar revista a los agrupamientos en distintos puntos de la ciudad. Entonces vimos los saqueos y nos dimos cuenta de que todo había acabado. Recordé lo ocurrido en 1991 (después que los iraquíes rebeldes del sur y el norte del país se alzaron en armas en respuesta al exhorto del presidente Bush padre): había empezado el pillaje y muchos oficiales del ejército fueron asesinados. Para nosotros era el final."

Como muchos altos oficiales de las fuerzas de defensa iraquíes -era soldado profesional y tenía poco o ningún contacto con la Guardia Republicana de Saddam o con los milicianos del partido Baaz-, el general creyó hasta el último momento que sería posible evitar la guerra. Incluso después de que empezó la invasión, creyó que los tropiezos iniciales en los alrededores de Basora y Nasiriya obligarían a los ejércitos occidentales a entablar negociaciones para un cese del fuego. "Nuestras tropas combatían en el sur mucho mejor que en la zona de Bagdad. Recibían ayuda de los aldeanos y las tribus."

Los estadunidenses y británicos creían que esas personas los ayudarían, no que los combatirían. La defensa de Bagdad estaba planeada con dos cinturones de defensores del ejército, uno a 100 kilómetros de la ciudad y el otro a 50. La circunferencia interior abarcaba las poblaciones de Hilla, Tarmiya, Suweira y Mishaheda.

"Nuestras tropas combatían en el sur en los primeros días de la guerra, pero por ahí del 30 o el 31 de marzo se ordenó a la Guardia Republicana salir del desierto y regresar a Bagdad. No sabemos por qué. La orden vino de Qusay (Hussein) y sus oficiales, y fue dada personalmente por el mayor general Safeidin Arawi, comandante de la guardia.

"Entonces nos enteramos de que a muchos de sus miembros, como a otros combatientes, se les dijo que dejaran sus tareas y se quedaran en casa. Descubrimos que la mayoría de los hombres tenían órdenes específicas de quedarse en casa."

Cuando el ejército regular en el sur se enteró de las mismas noticias, dijo el general, su resistencia, que hasta entonces había evitado la captura de una sola ciudad por las fuerzas invasoras, empezó a derrumbarse. El 6 de abril el comandante del partido Baaz en el sur, Alí Hassán Majid -llamado el Químico Alí por su guerra con armas químicas contra los kurdos, líder partidista al que las fuerzas británicas habían dado erróneamente por muerto-, ordenó al ejército regular que abandonara el sur de Irak y se replegara al norte para defender la capital.

"Cuando trabajábamos en mi sala de operaciones y escuchamos que los estadunidenses habían entrado en la ciudad, ninguno de nosotros lo creyó. Era imposible, pensamos. Corrió la versión de que la Guardia Republicana había abandonado sus puestos en el desierto a causa de los intensos ataques de los bombarderos B-52 de EU, pero no podía ser cierto. Habían experimentado peores bombardeos durante la guerra de 1991. No: dejaron sus vehículos en los caminos, en los campos, en el desierto, el equipo de la divisiones Medina, Hamurabi, Nabucodonosor y Akbar, todo abandonado. Había un juego en la Guardia Republicana, y el resultado fue el caos. Teníamos que enfrentarnos a la ocupación con mucho menos hombres. El 7 de abril, hasta el ministro de la Defensa (el general Sultán Hashem) partió con sus oficiales para combatir con algunas tropas en el puente Diyala (en los suburbios de Bagdad). Nuestra resistencia era ya muy limitada.

"Y creo que fue la guerra sicológica la que nos venció. Esos estadunidenses hablándonos en nuestros radios, eso fue lo que nos ganó. Ya no podíamos comunicarnos entre nosotros, pero sí oíamos a los estadunidenses."

Del 9 de abril en adelante, el general entrenado en la Unión Soviética y sus ex oficiales hablaban de poco que no fuera la guerra, contemplando la supremacía de las armas estadunidenses y la debilidad de su propio equipo militar: "sus misiles aire-aire tenían un alcance de 120 kilómetros; los nuestros, sólo de 30, y mis misiles tierra-aire sólo llegaban a 43 kilómetros.

"Sus aviones podían detectar nuestro radar y volar más rápido que mis misiles, y luego dar la vuelta y bombardear a nuestros operadores. Así que yo enviaba una sola batería a atacar a un avión estadunidense y mantenía las demás a salvo. Derribamos 12 aviones estadunidenses en la zona de Bagdad. Los vimos caer. Pero los estadunidenses rescataron a la tripulación y recogieron los restos de los aparatos."

Quizá entre los derrotados la esperanza es lo que muere al último.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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