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México D.F. Lunes 19 de mayo de 2003
Música de Prokofiev y coreografía
de Lavrovsky completan la obra de Shakespeare
Romeo y Julieta, himno del Kirov al amor
ROSARIO JAUREGUI NIETO
Romeo y Julieta, obra en tres actos, 13 escenas,
ejecutados con la emoción y estética de más de 80
virtuosos del Ballet Kirov del Teatro Mariinsky, por cinco días
huésped de honor del Auditorio Nacional.
Basada en la romántica y dramática historia
de William Shakespeare, complementada con la intensa música de Sergei
Prokofiev, la coreografía de Leonid Lavrovsky es otro de los clásicos
del repertorio de la compañía de San Petesburgo, y contraste
del erotismo y frivolidad de Manon, que estrenó en México
en esta su tercera visita.
Acompañados
por la Orquesta Sinfónica de las Américas, los bailarines
del Kirov hacen de la obra un himno al amor, a la frescura de dos jóvenes
enamorados, que enfrentan la adversidad para defender sus sentimientos.
Es una historia contada con los cuerpos, que danzan y gritan de desesperación,
desolación y tristeza ante la impotencia para vencer el odio que
separa a los Capuleto y los Montesco, familias que se reconcilian después
de lo irreparable: la muerte de dos inocentes.
Bello lenguaje es el de la danza: caras, brazos, pies
y manos que, resultado de tesón y talento, se mueven armoniosamente
en el espacio, e impulsados por el corazón despiertan los sentidos
de quienes los miran. La escenografía y el vestuario, de Pyotr Williams,
son fastuosos, y el cambio de escena tan dinámico, que las más
de tres horas se convierten en unos minutos.
Sencillez, precisión y pulcritud
En la función del mediodía del sábado,
los solistas fueron Zhanna Ayupova y Victor Baranov, Julieta y Romeo. La
ballerina, bella, larga, ligera y frágil da vida a una Julieta
candorosa, ingenua, pero dispuesta a la entrega sin condiciones, a la lucha
para defender su amor, con la espontaneidad y la fuerza que da la adolescencia.
Sencillez y delicadeza son las características de su vestuario,
precisión, emotividad y pulcritud, las de sus giros y saltos, de
sus pirouettes y extensos grand jettes. Sus gasas siguen
el vaivén que dicta su cuerpo. Sus pies, sostén y fuerza
que impulsa, envueltos en sus zapatillas rosas, se desplazan por el escenario,
dibujan círculos y líneas punteadas.
El bailarín, fuerte, se eleva, gira, carga y pasea
a Julieta por el escenario, reta a la gravedad, llena el espacio.
Los dos bailan, se amalgaman con la música, convidan
sublimes pas de deux: cuando se descubren enamorados, la boda en
secreto, oficiada por el padre Lorenzo, quien piensa que la unión
reconciliará a los Capuleto y los Montesco, la consumación
del amor de la joven pareja en la alcoba de Julieta y la despedida de Romeo.
De intenso dramatismo la historia llega a su conocido
final: la muerte de los jóvenes. Romeo ingresa a la cripta, donde
yace Julieta. La besa, la abraza, la toma en sus brazos, baila, la lleva
de un lado a otro, pero todo es en vano, ella no despierta. Desconsolado
vuelve a depositar el cuerpo inerte en la tumba y bebe la pócima
que lo reúne con ella: cae muerto a los pies de su Julieta. Ella,
etérea, despierta con la ilusión dibujada en su rostro y
en sus movimientos, pero la escena es cruda: Romeo está sin vida.
El baile termina, dos cuerpos que apenas comenzaban a
vivir quedan ahí, inmóviles, silentes. El cuadro cala hasta
los huesos. Los viejos y nuevos amigos del Kirov aplauden cálidamente,
aunque quizá la aflicción inhibe su efusividad.
Romeo y Julieta es emoción estética
del Ballet Kirov del Teatro Mariinsky.
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