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México D.F. Miércoles 14 de mayo de 2003
Espléndida manera de celebrar 40 años
de la sala sede de la Filarmónica de Berlín
Mehta probó que la belleza de la música
es la última opción para ser humanos
La orquesta Staatskapelle interpretó partituras
de Schubert, Mozart y Stravinsky bajo la batuta de marfil del director
hindú Destacada ejecución de la soprano Christine Schaefer
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Berlin, 13 de mayo. Al frente de la orquesta Staatskapelle
de Berlín, el director hindú Zubin Mehta ubicó en
la mejor sala de conciertos del planeta, Die Berliner Philarmonie, una
de las formas de la felicidad. Partituras de Schubert, Mozart y Stravinsky
en una sesión esplendorosa. La acústica de la sala sede de
la Filarmónica de Berlín, la elevada calidad de ejecución
de los músicos berlineses y la maestría de la batuta de Mehta
confirmaron que lo perfecto, lo bello, lo inefable existe. Fue un concierto
francamente glorioso.
Fue también una manera espléndida de celebrar
el 40 aniversario de esa sala inaugurada en 1963 por Herbert von Karajan
en el podio, con la Novena sinfonía de Bee-thoven, y desde
entonces han desfilado por aquí las leyendas definitivas de la historia
de la música en las cuatro décadas anteriores luego de la
legendaria era Furtwaengler.
Isóptica perfecta y acústica sin par
La casa de la Filarmónica de Berlín fue
construida por el arquitecto Hans Scharoun en el Tiergarten. Con los años
se instaló en el vecindario otro conjunto arquitectónico
espectacular, Postdamer Platz, diseñado por otros genios de la arquitectura,
entre ellos Renzo Piano, pero el que ahora cariñosamente los berlineses
llaman Das Gelbes Bau (El edificio amarillo) no ha sido superado en belleza,
calidad y dimensión humana.
El
punto de partida de Scharoun fue que la música es el punto de encuentro
definitivo. Y la puso exactamente en el centro de la sala, con una simetría
perfecta que da la sensación de una sala de conciertos en forma
pero en realidad se trata de una idea radical, revolucionaria. Un sistema
de balcones a manera de panal de abejas, o bien a manera del sistema de
terrazas que inventaron los incas antes de la llegada de los españoles,
rodea el escenario. La isóptica es perfecta desde cualquier butaca,
cercana o lejana. La acústica no tiene par en el planeta.
Tal sistema de terrazas está por doquier, desde
el foyer hasta el podio del director de orquesta. Tan sólo entrar
a este templo laico uno se siente en un sueño, un cuadro de Remedios
Varo, una nave cósmica. El público mexicano es privilegiado
en este sentido: la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, la mejor
en América Latina, toma como modelo precisamente la sala sede de
la Filarmónica de Berlín, aunque el primer recinto es más
conservador arquitectónicamente y combina otras formas de eficiencia.
Las semejanzas entre estas salas hermanas tienen su punto culminante en
su concepción humana: la música es el centro, el eje, el
punto esencial de encuentro. De manera tal que el público siempre
está 'dentro" de la orquesta en cualquier butaca que se siente.
Asientos privilegiados, como en la Sala Nezahualcóytl
también, son los que están atrás de la orquesta. Desde
ahí se observa a la perfección la manera de dirigir, el rostro,
las manos, el aura roja del director, el sonido en primer plano de todos
los instrumentos y hasta puede uno leer desde ahí las partituras
que están en los atriles de los músicos. Un paraíso.
Entre los directores históricos de la Filarmónica
de Berlín y por ende huésped constante de la sala Philharmonie,
el maestro Zubin Mehta es prácticamente de la familia. Desde 1998
es director musical de la Bayerischen Staatsoper en Munich y su presencia
en Berlín es habitual, tanto en esta sala como en la sede original
(que está en la calle bajo los tilos, Unter den Linden) de la Staatskapelle
Berlin, que dirige su amigo Daniel Barenboim, con quien suele presentar
programas al alimón, el hindú a la batuta y el argentino
al piano. También resulta normal encontrarse a Zubin Mehta en alguna
calle de Berlín, o bien en la televisión local, gastando
bromas en su perfecto alemán. La cualidad políglota de los
directores de orquesta tiene particular encanto. El público mexicano
recordará la característica calidez de Mehta en sus visitas
a México, hablando perfecto español.
La indumentaria Mehta lució por lo pronto este
fin de semana en el podio de la Filarmónica de Berlín, dirigiendo
a la Staatskapelle de esta ciudad. Su emblemático saco azul marino,
pantalón gris oxford, camisa azul cielo, corbata gris perla de seda
y una sonrisa que ni Armani ni Versace pueden diseñar. ¡Ah,
y la batuta es de marfil!
Polirritmia stravinskiana
El programa se inició con la obertura Rosamunde,
de Franz Schubert y desde los primeros compases el estilo Mehta, su danza
Khathakali, su exactitud kilométrica en milímetros
de compás, su gentil manera de dirigir abrieron fuegos fatuos para
que los oídos de los mortales que por vez primera pisábamos
esta sala constataran que la acústica perfecta existe. Qué
digo perfecta, la acústica de la sala de la Filarmónica de
Berlín es una de las maravillas del planeta entero, tan enigmática
como la sonrisa de la Mona Lisa, tan lisa como la piel de la Venus de Milo,
tan antigua en su colosal dimensión acústica como las pirámides
de Egipto, tan gloriosa como La Victoria de Samotracia, tan húmeda
como un fresco de Botticelli, tan flagrante como los murales de lilas acuáticas
de Monet, tan inenarrable.
En la siguiente estación del paraíso apareció
en escena la hermosa rubia Christine Schaefer, una de las grandes (como
sus pechos, acotaría Mozart con una sonrisa en do mayor, do de pecho
y escribiría otras partituras para esta bella cantante, como era
su costumbre hacerlo con las bellas) sopranos mozartianas en la actualidad
para cantar como solista con la orquesta dos Arias de concierto
mozartianas. La primera, Ah, lo previdi, el famoso hombre de letras
y ahora también compositor mexicano don Chespirito se apresuraría
a traducirla como ''Lo sospeché desde un principio". El aria Ah,
lo previdi, con la aprobación de Johann Sebastian Mastropiero,
conjuntó la elegancia y precisión del director de la India,
la belleza de cuerpo y de alma y de voz de la soprano austriaca y la gracia
infalible de la música de Mozart. La segunda aria que cantó
Christine también la traduciría ipsofactamente don
Chéspier Gómez Bolaños: del nombre original
en italiano, como la escribió Mozart: Oh Dio! (Oh, Dios!),
don Chespiercito la pondría en un flemático: ''Y ahora,
¿quién podrá ayudarnos?"
A pesar del éxito que obtuvo la soprano en su ejecución
y pese a los aplausos que al mismo tiempo que la ovacionaban le pe-dían
más, no otorgó ninguna pieza de regalo, lo cual hubiera sido
el postre de Don Chespiercillo, pues cualquiera que fuese el título
original, traducídolo hubiese a un soberano: ''Síganme los
buenos".
Las bromas que sí ocurrieron en realidad fueron
las de la marioneta rusa Petrushka, cuya versión orquestal stravinskiana
ejecutó con electrizante donaire la orquesta berlinesa. El programa
anunciado originalmente incluía la Cuarta sinfonía
de Mahler, con Christine Schaefer como solista, pero alguien consideró
que ya era demasiado para ella y Mehta puso en lugar de Mahler una partitura
del famoso compositor bizco don Igor Strabismo (compadre del célebre
pintor holandés de girasoles y bongocero universal don Vincent Bongó)
y para nadie fue una pérdida sino una gloria haber pasado de un
programa orgánicamente austriaco (Schubert, Mozart, Mahler) a una
complementación perfecta a plena orquesta con la polirritmia stravinskiana,
sus estallidos en percusiones y metales, su música pegada a la tierra,
una música telúrica y emparentada con las formas primitivas
del ritual. ¿Una música sexual?, la de Stravinsky. Una prueba
de ello no es tan sólo su contundencia sino también su origen:
tanto La consagración de la primavera como el Pájaro
de fuego, como esta Petrushka, fueron escritas para el cuerpo,
es decir para la danza, es decir para esos dioses de la danza llamados
Vaclav Nijinsky, Tamara Karsavina y Anna Pavlova.
Todo es esplendor
En el máximo templo que el ser humano ha construido
para honrar a la Belleza, es decir, en la sala sede de la Filarmónica
de Berlín, la música monumental, orgiástica de Igor
Stravinsky puso el esplendor del mundo en una sola aura concentrada como
lava ardiente. Suena la música y todo es esplendor. Dioses del Olimpo,
cuánta felicidad. Suena el (eso)fagot y se prepara la sección
entera de percusiones para hacer erupción junto a las cuerdas, es
tan exacta la marcación de los compases que hace Mehta que los músicos
no pueden sino hacerlo todo a la perfección, en los súbitos
silencios que preceden a un nuevo clímax; el que habita una butaca
en este templo deberá apagar la boca con la mano para evitar que
escapen los gemidos de placer. El fraseo de Mehta, la respiración
vegetal de la cuerda entera, los vasos comunicantes con Le Sacre
y otras obras de Stravinsky tan jubilosas como su Polka de circo,
los hermanamientos estilísticos con sus amigos parisinos, en especial
Erik Satie, la danza khathali de Zubin Mehta en el podio, la belleza de
la sala de conciertos, la gloriosa música en tuttis orquestales
electrizados con la potencia de un volcán, la serie infinita de
virtudes que se desplegaron durante un par de horas en el centro de Berlín,
se conjuntaron todas para constatar, una vez más y de manera contundente,
que la Belleza, la Belleza verdadera, es la última oportunidad que
tiene el ser humano para ser humano. Esta oportunidad suele desplegarse
desde hace 40 años, desde el epicentro mismo: la sala sede de la
Filarmónica de Berlín.
Gloria in excelsis.
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