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México D.F. Martes 13 de mayo de 2003
VISITA ARDIENTE DE POWELL
La
visita de Colin Powell a Medio Oriente en supuesta misión de paz
ha tenido lugar en un escenario literalmente ardiente. Ayer, unas horas
antes del arribo del secretario de Estado estadunidense a Riad, Arabia
Saudita, una serie de atentados con bombas sacudió varios barrios
residenciales occidentales y sedes de empresas en esa ciudad saudí,
dejando al menos tres muertos y 50 heridos. Poco antes, tras la celebración
de conversaciones entre Powell y Ariel Sharon en las que supuestamente
se habría acordado una reunión entre el premier israelí
y su homólogo palestino, el recientemente designado Mahmoud Abbas,
las tropas de Tel Aviv pusieron sitio a la franja de Gaza, rompiendo las
promesas del gobierno hebreo de permitir el libre tránsito de 25
mil trabajadores palestinos hacia territorio israelí.
Por añadidura, ayer también hubo un terrible
ataque terrorista en Chechenia, con saldo de al menos 40 muertos, que recrudece
la violencia en esa atormentada región del Cáucaso y que
podría considerarse un golpe al presidente ruso Vladimir Putin.
La gira de Powell por Medio Oriente tiene, al menos en
el discurso, el objetivo de reducir las fuertes tensiones en la región,
propiciar el restablecimiento del proceso de paz entre israelíes
y palestinos, así como realizar contactos con los países
de la zona en el marco de la reconfiguración política iniciada
tras el derrocamiento de Saddam Hussein y la ocupación de Irak.
Sin embargo, todo indica que ese viaje se inscribe más bien en la
pretensión de Washington de hacerse del control de Medio Oriente
-incluidos sus recursos energéticos- y continúa con la estrategia
de perseguir y estigmatizar a todos los grupos y gobiernos que se oponen
a la hegemonía imperial estadunidense.
El malestar en Palestina, Siria, Irak, Irán y de
la propia Arabia Saudita es un claro termómetro de la crispación
existente, la cual, ha de señalarse, Powell no sólo no ha
conseguido reducir sino, por el contrario, ha agudizado con algunas de
sus declaraciones.
En este contexto, es evidente que la sugerencia de Powell
de que Yasser Arafat, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, debe
quedar marginado del proceso de paz con Israel, atiza el rencor y la desconfianza
entre los palestinos y muestra que Estados Unidos no es un mediador neutral
en ese trágico conflicto, sino fiel sostén del terrorismo
de Estado del régimen de Sharon. El bloqueo de la franja de Gaza
es un indicador de ello, pues sin el aval de Estados Unidos no podría
entenderse tal puntapié a los recientemente anunciados pero no cumplidos
gestos de paz. Ante estos hechos, sólo puede concluirse que Powell
viajó a Medio Oriente para avalar la estrategia de arrasamiento
emprendida por Sharon contra los palestinos y para forzar con ello la imposición
de una paz -como la de Irak- fundada en el poder militar y no en la negociación
abierta y el derecho internacional.
El desgaste al que se ha sometido a Arafat, justamente
a manos de Tel Aviv y Washington, sería parte de esa estrategia:
puesta a un lado la principal y ciertamente controversial figura de moderación
en el campo palestino, y acicateados los grupos radicales como Hamas y
Jihad Islámica, quedaría libre el terreno para que Sharon
y Bush redoblen su "lucha antiterrorista", que no es otra cosa que el sometimiento
total del pueblo palestino.
Así, los esfuerzos de paz de Powell en Medio Oriente
han de entenderse, a la luz de estos hechos, como una grave advertencia:
rendición ante los designios imperiales de Washington y sus personeros,
o sometimiento por la vía militar. La verdadera paz, no la impuesta
por la aniquilación y la conquista, parece todavía perturbadoramente
lejana.
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