México D.F. Martes 13 de mayo de 2003
José Blanco
Alerta
No debiera el gobierno ni los partidos políticos subestimar en lo más mínimo y sí en cambio rechazar categóricamente bellacas expresiones de matón atrabiliario como las del republicano Cass Ballenger, quien el pasado jueves introdujo el párrafo a la resolución aprobada por el Comité de Relaciones Internacionales del Congreso estadunidense, según el cual "el monopolio del petróleo manejado por el Estado, Petróleos Mexicanos, es ineficiente, está plagado por corrupción y necesita reformas sustanciales e inversiones privadas para suministrar suficientes productos petroleros a México y a Estados Unidos.
"Cualquier acuerdo sobre los temas de migración entre Estados Unidos y México -resolvieron estos representantes- deberá incluir también un acuerdo para abrir Pemex a inversiones de empresas petroleras estadunidenses." Por si fuera poco, estos republicanos dicen que toda esa insolencia es "sentir del Congreso" estadunidense. Ha habido ya respuestas varias: Canales Clariond primero, al que siguió Ernesto Derbez, algunas expresiones de senadores y de miembros de partidos políticos. Pero debiera haber más y más contundencia. Sería indispensable un acuerdo categórico del Senado de la República rechazando la humillante resolución de esos republicanos. En esta materia México no debe dejar sin sellar ipso facto la más mínima rendija.
Que Pemex genere suficientes productos petroleros para Estados Unidos, planteado en la forma de exigencia jactanciosa y arrogante, es absolutamente inadmisible y amplios sectores de la sociedad organizada mexicana tendrían que expresarse en tal sentido. Que la cura para la corrupción en Pemex sea la apertura a la inversión privada, especialmente de las empresas petroleras estadunidenses, raya en una desvergüenza procaz. La corrupción que pudre a quién sabe cuántas empresas privadas estadunidenses, encabezadas por Enron, está a la vista del mundo, excepto para estos especímenes republicanos.
La expresión del embajador Juan José Bremer según la cual la recomendación del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes del Congreso estadunidense tiene más valor noticioso que "destino real", no debiera llevarnos a bajar la guardia ni un solo instante frente a la rapiña republicana.
Es preocupante que quizá este tipo de fanfarronadas amenazantes estén relacionadas y estimuladas por una actitud, de las últimas semanas, del todo inconveniente para nuestros intereses, del gobierno mexicano frente al estadunidense.
El gobierno mexicano ha ido aceptando una especie de posición de culpabilidad frente al gobierno de Estados Unidos por el tema Irak, tal que ese gobierno se comporta como perdonavidas: después de haberse hecho el ofendido ahora Bush exclama "México es amigo; punto", perdonándonos la vida, lo cual parece haberle suministrado oxígeno al gobierno mexicano. O bien se conducen como patanes rijosos dispuestos a asfixiarnos, como en el caso de los republicanos del Comité de Relaciones Internacionales del Congreso.
El gobierno de Estados Unidos parece esperar que México haga una tarea de solícitas explicaciones y afligidos arrepentimientos, y de eso parece tratarse la entrevista que hoy tendrá el presidente Fox con Bush, el padre de Bush. Todo parecería indicar que Fox está dispuesto a jugar este papel en el entendido político de que seremos perdonados, según el guiño adelantado por el presidente estadunidense. Será "una reunión para intercambiar puntos de vista sobre las situaciones actuales globales y, por supuesto, también en esta tarea que estamos haciendo de fortalecimiento de la relación y de superación del diferendo que tuvimos durante el proceso de la guerra de Irak", dijo Fox refiriéndose a la susodicha entrevista.
No es que debamos ser desafiantes o rasposos, pero la actitud y la posición desde la cual el gobierno mexicano tiene que hablar con su homólogo estadunidense -de dignidad serena y mantenimiento de nuestras convicciones- son decisivas para el futuro de las relaciones de México con el iguanodonte que todas las mañanas sigue ahí y ahí seguirá.
De otra parte, todo ocurre en las posiciones estadunidenses como si el asunto del acuerdo migratorio fuera un tema del exclusivo interés de México. El asunto está muy lejos de ser así.
Para quien haya estudiado el asunto es clara la decisiva contribución de la relación asimétrica centro-periferia en la generación de la sobrepoblación relativa del campo mexicano que se desplaza hacia Estados Unidos y converge con históricas necesidades apremiantes de Estados Unidos de la mano de obra mexicana. Aunque vaya para largo, el acuerdo migratorio no es un favor del imperio a los mexicanos. Es una necesidad de la relación entre los dos países. No es, pues, el acuerdo migratorio artículo de intercambio entre mercaderes, como supone el vulgar chanchullo ideado por los republicanos del Comité de Relaciones Internacionales del Congreso del imperio.
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