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México D.F. Lunes 12 de mayo de 2003
Las ocho elefantas caminaron desde Nezahualcóyotl
al Palacio de los Deportes
Caravana de animales anuncia la llegada del circo Ringling
Bros. a la capital
JAIME WAHLEY
No tardaría mucho en aparecer el sol, faltaban
unos cuantos minutos para las seis de la mañana del domingo y, garbosa,
Karen, de la península de la Florida pero de origen asiático,
concluyó un larguísimo periplo que para ella, otros cuadrúpedos
y una tropa de poco más de 250 humanos, entre artistas, músicos,
técnicos de todo tipo y hasta oficinistas, comenzó el lunes
5 de mayo en Columbus, Ohio.
Por ahí de las seis de la vaporosa tarde del sábado,
una larga culebra plateada -el tren del circo-, que serpenteó su
camino desde la fronteriza Nuevo Laredo, entró en los patios de
la estación del Valle de México, en Pantaco, y las tres potentes
locomotoras depositaron su pesada carga de 53 carros todos ellos rotulados
Ringling Bros. and Barnum & Bailey, The Greatest show on earth.
El
espectáculo más grande del mundo, el circo Ringling,
como coloquialmente se le conoce, había llegado a la espléndida
Tenochtitlán, con su carga de magia y sueños para todos aquellos
adictos a los descomunales actos que se presentan en sus pistas, simultáneamente
o en tres pistas, luego de un recorrido de poquito más de mil 500
millas.
El legendario circo, que cumple sus temporada número
133, estará por casi cuatro semanas, a partir de mañana martes,
en el Palacio de los Deportes con su unidad azul, la otra, la roja, permanece
en Estados Unidos en gira que dura 24 meses con un elenco multinacional,
pero con actos distintos a los que aquí se presentarán.
En Pantaco la culebra se partió en dos, una parte
se fue a la hoy en desuso estación de pasajeros de Buenavista, ahí
llegaron 32 coches dormitorio, las casas rodantes de payasos, equilibristas,
domadoras y resto del personal, mientras la otra sección, que a
su vez, en Xalostoc, sufrió también bipartición, se
llevó a parte del arca de Noé, sin duda la atracción
del espectáculo, y al resto de la parafernalia del espectáculo.
Pasados unos minutos de la medianoche sabatina, los vecinos
de Ciudad Lago, colonia del municipio de Nezahualcóyotl, colindante
con San Juan de Aragón, fueron despertados por el incesante ladrar
de los perros ante un convoy ferrocarrilero, custodiado por patrullas de
la policía del estado de México, que se aparcó precisamente
sobre la polvosa avenida Ferrocarril.
Curiosidad de niños y adultos
La curiosidad se apoderó de niños y adultos
que salieron a saludar a los visitantes, que minutos antes vieron temerosos
cómo los chicos banda de las zonas conurbadas apedreaban su férreo
transporte.
Un par de horas después empezó una bien
orquestada maniobra, la descarga de los animales. Las primeras en bajar
fueron unas alpacas, que de inmediato se revolcaron en la terregosa e improvisada
estación. Les siguieron los caballos, 10 espléndidos corceles;
descendieron luego dos burritos miniatura junto con un par de traviesos
chivos y otra pareja de potentes ceasnos, una loca cruza de cebras con
burros, y el escenario quedó listo para la aparición de esas
pesadas bestias de rugosa piel, con muchas semejanzas de conducta con los
humanos, las 10 elefantas que, por sí solas, primero asomaron su
cabeza, voltearon a ambos lados para una rápida inspección
ocular del sitio, luego con gran cautela descendieron por la rampas y,
ya en tierra firme, apisonaron el suelo, levantaron un poquitín
de polvo, en clara señal de aprobación, según explicó
Cathleen Pettus, apasionada de los paquidermos, además de esposa
de Gene, el jefe del tren. Enseguida, educadamente, se formaron para comenzar
una larga, pero alivianadora marcha de casi 12 kilómetros hasta
el recinto donde actuarán.
El rito de descargar a los animales públicamente
es parte medular de la vida del circo, como en su tiempo lo fue el actuar
bajo una carpa de lona; se hace con propósitos publicitarios y como
medida de salud, pues hay que ejercitar los músculos agarrotados
por las largas travesías. En Nueva York, la acción atrae
a miles de curiosos desde el desembarco en el vecino estado de Nueva Jersey
hasta las puertas del Madison Square Garden.
Zina y Mysore, las venerables veteranas con casi seis
décadas de vida, fueron exentadas de la caminata. Para ellas hubo
un tráiler especial, como también hubo transporte para los
otros animales, solamente los caballos le entraron al deporte de la caminata
por toda la avenida Texcoco, el bulevar Aeropuerto y Río Churubusco.
Tres paradas técnicas
La inusual caravana encabezada por Karen, la elefanta
insignia a quien su cuidador, el mexicano Alex Vargas -"soy de la Bondojo
y tengo 13 años trabajando aquí"-, le calzó una arnés
con el emblema del circo en la parte frontal, hizo educadamente tres paradas
técnicas cuyos propósitos resulta innecesario describir;
en la última, ¡oh bendita justicia aunque sea tardía!,
el pintor Toledo y los otros globalifóbicos oaxaqueños quedaron
vengados, pues justo frente a la Mc Donalds de la colonia Moctezuna, pssst,
pssst, pssst, se escuchó el choque de un chorro contra
el pavimento y flop, una pastosa masa cayó por los arrugados
pliegues inferiores de todas las elefantas.
Para quien se pregunte qué hubo de los tigres,
tigresas más bien, pues también son hembras su domadora,
la hermosa Sara, explicó que los grandes gatos acostumbran viajar
por carretera en confortables camiones, que hasta clima artificial tienen.
El cuidado que tiene el circo con sus animales es extremo y, quizás
debido a eso, Chad Anderson, uno de los productores, restó importancia
a lo hecho por la dama canadiense la semana pasada en el Zócalo
cuando se enjauló. "Hace lo mismo donde quiera que vamos, es nuestra
avanzada", comentó.
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