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México D.F. Jueves 8 de mayo de 2003
Margo Glantz
José Prieto: El tartamudo y la rusa
Apenas terminé de leer los cinco relatos que conforman el libro de José Manuel Prieto, el escritor cubano que desde hace más de ocho años reside en México, volumen publicado por editorial Tusquets el año pasado, intitulado El tartamudo y la rusa, editado por primera vez en Cuba en 1996, y presentado en la sala Manuel M. Ponce, me lancé a releer algunos fragmentos del famoso libro de George Steiner intitulado Tolstoi y Dostoievski, no precisamente porque tuviera que decidir a cuál de los dos autores prefiero, pues eso ya lo tengo decidido desde hace muchísimo tiempo, sino porque al leer a Prieto me entró una nostalgia furiosa por lo ruso y tuve además la necesidad de entender de dónde provenía tanto furor.
Sabía que los cuentos los había escrito un autor cubano, aunque sólo fuera porque a menudo él nos lo recuerda: cuando habla en primera persona, le llama a su personaje José y nos reitera constantemente su nacionalidad; también porque hay cierto desparpajo que bien puede provenir de un hombre muy joven, casi un adolescente -recuérdese que cuando José escribió algunos de estos cuentos tenía cerca de 24 años-, pero sobre todo porque hay una gran desfachatez, el desparpajo con que en Cuba la gente mueve las caderas y a veces también la lengua. Otro estereotipo, es evidente (de mi parte).
Y a pesar de todo, de todas las etiquetas que él mismo se coloca para que le demos una edad y una procedencia, es imposible no verificar que en realidad se ha vuelto completamente ruso, después de vivir allí más de 12 años, de haberse casado con una rusa, de tener una hija que ostenta tres nacionalidades (la rusa, la cubana y la mexicana). Como si su manera de ser caribeña se hubiera contaminado de la famosa alma rusa que con desatino exhibe cualquier personaje de Dostoievski, así sea Rogozhin, el Idiota, Nastasia Filipovna o, Ƒpor qué no?, Lébedev. Sí, José Prieto es ya desaforadamente ruso en este libro, aunque nos quiera hacer creer que sigue siendo cubano.
En realidad se trata de una construcción. De nuevo, obviamente. ƑCómo podría ser de otra forma? ƑCómo se construye un relato cuando se está viajando en un tren que atraviesa el corazón de Rusia, desde la capital hasta Siberia, cuando se tienen apenas 20 años, un relato que por añadidura se llama My brave face?
José Prieto opta por utilizar los recursos literarios que ha ido aprendiendo en las lecturas como si un niño jugara con las piezas sueltas de un lego y las fuera encaramando una sobre la otra para edificar un puente o un castillo, dejándolas al descubierto, a manera de andamios. Se erige el relato y luego se teoriza sobre él, de manera totalmente natural, sin que haya fisuras ni transiciones, con elegancia y desenvoltura, con humor y un distanciamiento indulgente aunque crítico.
Se revive la experiencia y se ensaya la más cercana intuición lingüística posible para trasmitir la vivencia de una inmensa travesía (''Cuatro años después, tras otro largo viaje en tren, descendí a una tarde de verano de un día muy caluroso y de un pueblo muy viejo"); se delimitan los encuentros siempre extravagantes, carnavalescos, si aceptamos la terminología bajtiniana tan en boga y subrayada por el autor (''Ambos parecían dos arlequines sacados de un baile de máscaras, del aquelarre de un carnaval"), pues se trata de gitanos diminutos, bravucones, de fiera apariencia, de mujeres maduras y enormes, y de jóvenes perfectas de piel resplandeciente, cabellos teñidos intensamente de morado y rostros empastados de blanco como las geishas en Japón (''...era el rostro paralelo más bello que yo hubiera visto nunca... El suyo, sin embargo, era un rostro trabajado por una tradición [subrayado mío]..."); posibles y sórdidas figuras de autoridad (''el vasto lienzo continental de la legalidad socialista"); frases rápidas que nos hacen recordar -explícitamente- las que pudieran pronunciarse en un relato de Chandler (šBasta, nene! šEstá bien ya, lumbrera! šDiablos!, Ƒpodrías cerrar esa maldita puerta, precioso? šExcelente, lindo!) o las irónicas amenazas de los gánsteres de Chicago cuando aparecen en una película como Some like it hot, de Billy Wilder, o Los intocables (''...Ƒquieres besar uno a uno los postes que nos quedan hasta la próxima estación?"); los diversos tonos y algunas de las escenas memorables de grandes libros; por ejemplo, en otro de sus cuentos, Tolstoi: ''Me tendí en el fondo del bote a estudiar el cielo como Andrei Bolkonski herido en Borodinó").
Una alusión a lo trágico, el cuento Una muerte en el lago, recuerdo de una novela de Hermann Hesse. Un lago paralelo como la belleza maquillada de Alfía, la protagonista del primer relato al que me acabo de referir, un lago-antecedente, como la propia Alfía, precursora de Libadia, la novela de José Prieto, tan traducida y alabada. Ƒ''Anxiety of influence", como a menudo le oímos decir a Harold Bloom? ''La influencia, como yo la concibo -afirma- significa que no hay textos, sino relaciones entre los textos."
Me detengo en la frase ''era un rostro trabajado por la tradición, antes subrayada'':
Una lectura anterior permite disparar la propia narración, o más bien, la experiencia vivida necesitaría enmarcarse en un relato que de alguna forma la anteceda, como si sólo insertándose en una tradición pudieran legitimarse tanto la narración como la experiencia. Y la verificación además de que esa tradición demostrara asimismo que no existe en ella nada que permita verbalizar el relato de una nueva experiencia, la propia, que no encuentra cabida en un molde tradicional, por más que varias situaciones, frases y estructuras se repitan en la realidad y en la lectura. Y la tradición aparentaría ser trágica, lo reitero, la de la novela rusa, Dostoievski o Tolstoi, quizá también Gogol y Chéjov; la de la novela japonesa a la Tanizaki, textualmente la novela alemana a lo Hesse (Juego de abalorios) o a lo Thomas Mann (Doctor Fausto), pero esa tradición tan admirada y tan utilizada se revierte, subraya una vigorosa y desenfadada pulsión vital en la que las experiencias eróticas se viven con naturalidad, sin ningún remordimiento y despojadas de su signo trágico o al menos eso parecería, pues se quisiera explorar esa delicada y sutil ''levedad del ser", en expresión acuñada por Milan Kundera, jugando con ella, para desequilibrar los modelos y empezar a definir una escritura personal.
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