México D.F. Miércoles 7 de mayo de 2003
Habla de su nuevo libro La frontera huele
a sangre, editado por Lectorum
Sentirnos desamparados, ésa es la mayor violencia,
dice Ricardo Guzmán Wolffer
El autor también se interesa por las lindes entre
personas, y entre escritor y lector
CESAR GÜEMES
La conclusión escrita del poeta y narrador Ricardo
Guzmán Wolffer sobre la existencia en los extremos geográficos
del país es su más reciente novela, La frontera huele
a sangre (Lectorum), se expresa también en esta afirmación:
''La mayor violencia es la que hace sentirse desamparado y ésa se
da todos los días en los puntos fronterizos de nuestro país".
Guzmán
Wolffer ha obtenido reconocimiento a su trabajo mediante premios como el
estatal de cuento de Oaxaca y el nacional de poesía Ramón
Iván Suárez. En su obra, que alcanza ya la decena de títulos,
se encuentran Muerte sólo hay una, Bestias de la noche, Virgen
sin suerte y Colman los muertos el aire.
Respecto de su actual interés por las historias
que se generan en el margen del país, dice que ''me importan en
tanto son parte de mi vivencia; he pasado lapsos considerables en varias
fronteras del norte del país, y ahí han ocurrido hechos importantes
para mi vida y mi desempeño como escritor. Nogales es la ciudad
más reciente y la más importante. Aunque hay otras fronteras
que también me interesan: las que se dan entre las personas; y,
sin duda, las que hay entre el lector y el escritor".
Antihéroe de novela policiaca
-Invocas para las diversas partes que conforman La
frontera huele a sangre a figuras como Philip Roth, Herman Melville
y Marcel Schwob. ¿Qué cariños lo unen a estos escritores
tan diferentes entre sí?
-Aparte de las considerables emociones como lector y las
nobles envidias que como escritor me han despertado, percibo en sus escritos,
como trato de resaltar en la novela, que tarde o temprano ellos, y todos
nosotros, los observadores de lo inmediato, llegamos a preguntarnos si
la vida no es más que una comedia, un chiste a veces mal contado
o de mal gusto, en el que los personajes no llegamos a entender qué
está pasando. Es como si la gracia, suponiendo que ésta tenga
una coherencia, que es a lo que no asimos, tuviera que percibirse desde
otro lugar para entonces quedar felices o convencidos por la existencia
de muchas situaciones brutales, crueles y sangrientas que suceden todos
los días. Y conste que sólo estoy hablando de las fronteras.
-Curiosamente el personaje central y narrador de la novela
resulta un buen ejemplo de pícaro. ¿Por qué le atrae
esa especie del Siglo de Oro español, que por cierto desapareció?
-No lo tomo como el pícaro clásico, pues
realmente no tiene la contrapartida, su Quijote, en la que el personaje
servía como contraste para hacer valer la crítica e inclusive
la voz del pueblo. Sepu es más parecido a un antihéroe de
las novelas policiacas. A cambio, hay una atracción por la imagen
del cínico desentendido que camina por la vida burlándose
de todos y, como consecuencia ineludible, de sí mismo. Se ríe
de los demás cuando sufren, aunque también deberá
hacerlo cuando a él le suceda igual.
''Me gusta pensar que la vida pueda disfrutarse por medio
del personaje a pesar de los dolorosos errores cometidos o de ser víctima
involuntaria de la adversidad, la crueldad y la violencia humanas. No por
la inconsciencia de su situación, sino precisamente porque está
consciente de que casi todo lo que le sucede no depende de él mismo.
Llevo 20 años jugando al Melate y nunca me lo he ganado. En lo personal,
no controlo ni a mi hijo de dos años y temo que hasta él
me controla. En lo esencial seguimos con las mismas preocupaciones de ese
Siglo de Oro literario."
Sentirse vigilado
-En la novela hay una clara vocación por reflejar
la violencia en la frontera, uno de sus elementos. ¿A qué
problemas se enfrentó, además del lenguaje, para darle ese
tono a la obra?
-La violencia tiene muchas caras. No sólo es la
agresión física por parte de ciertos sujetos que siempre
hay en las zonas rojas mexicanas, muchos de los cuales pululan en
la línea, viendo cómo sacarte dinero; sino el hecho de sentirte
vigilado, impotente ante los abusivos policías gringos. La
mayor violencia es la que te hace sentir desamparado y ésa se da
todos los días en los puntos fronterizos de nuestro país.
El peor es ese extravío interno, el desarraigo que no te suelta.
Y en la frontera lo puedes percibir. Entré a algunas cantinas para
buscar lugares recreables, pero sólo encontré desconsuelo:
la miseria no es pintoresca.
|