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México D.F. Miércoles 7 de mayo de 2003

Emilio Pradilla Cobos

ƑMarginales o marginados en el PRD?

Al calificar de "marginales" a los militantes que promueven el documento No renunciar al PRD; rescatarlo (La Jornada, 5-05-2003), el secretario general del PRD nacional cometió un error gramatical (Proceso 1382, 27-04-2003): debió decir marginados por la burocracia partidista y sus prácticas políticas. Lo que no debe tratar de ocultar la dirección nacional es que este documento no sólo expresa las inquietudes de un pequeño grupo de militantes; nos hacemos eco de un extendido malestar en las bases y los cuadros medios del PRD en muy diversos lugares del país, y en particular en el Distrito Federal y los municipios conurbados.

Las causas del malestar son conocidas por la opinión pública, pero no sobra recordarlas. El PRD carece de un programa político actualizado, pues los intentos hechos hasta ahora han fracasado por la inconsistencia de las propuestas y la falta de debate político en las bases; ante esta ausencia, el pragmatismo electoral y las respuestas políticas reactivas y desordenadas han remplazado a las posiciones de principios. Con contadas excepciones que habría que analizar, quienes legislan o gobiernan por los votos o a nombre del PRD, aplican políticas individuales, pragmáticas, en la mayoría de los casos -incluido el DF- poco diferentes de las neoliberales de los gobiernos del PRI y el PAN, sin que las direcciones locales o nacional se atrevan a discutirlas y criticarlas, "para no afectar los procesos electorales". Las raíces, la tradición y los principios de izquierda democrática que dieron origen al PRD parecen haberse disuelto en una amalgama contradictoria de opciones pragmáticas, decididas sobre la marcha por cada sujeto o grupo.

En su afán de ganar posiciones en los órganos legislativos y los gobiernos locales, la selección de candidatos por encuestas o acuerdos cupulares, que niega los derechos políticos de los militantes, ha llevado a privilegiar como candidatos a puestos claves -gobernadores o legisladores federales, por ejemplo- a políticos de dudosa trayectoria, recién emigrados del PRI o el PAN o de grupos venidos a menos, como el Partido de Centro Democrático, de pasado salinista. En otros casos, se amarran alianzas electorales inexplicables para las bases, con el PRI, el PAN o micropartidos cuyas prácticas oportunistas, corruptas o de control familiar son conocidas por todos.

El PRD sigue funcionando como sumatoria de tribus -grupos de interés- enfrentadas diariamente por el control de las direcciones locales o la nacional, por los cargos partidarios y las candidaturas a legislaturas y gobiernos. Carentes de posiciones políticas conocidas que justifiquen su existencia -aunque sus prácticas muestran sus diferencias ideológicas-, reclutan a sus huestes mediante el clientelismo y prácticas corporativas heredadas del viejo régimen de partido de Estado. Los líderes de esos agrupamientos controlan los órganos de dirección, acuerdan en la cúpula con otros grupos internos o externos y niegan el ejercicio democrático en el partido. Aunque la regeneración del PRD -la erradicación de estas prácticas- fue la razón de la corriente que postuló a la actual presidenta del partido, hasta ahora no se observa ningún cambio real; se dice que "primero hay que consolidarlo electoralmente y luego iniciar el cambio", lo que es una idea mecanicista, irreal, contradicha por el creciente ingreso a los órganos de dirección y gobierno de opositores al cambio.

La imposición de candidaturas, en ocasiones anacrónicamente llamadas externas, por arreglos de cúpula o dudosas encuestas abiertas, ha dado lugar a enfrentamientos internos, a disputas en los órganos electorales y a la salida del partido de cuadros medios locales y de precandidatos, que son responsabilidad de las políticas de las direcciones y de sus prácticas poco democráticas; son los casos de San Luis Potosí y el Distrito Federal, entre otros. A estos escándalos se añade un nuevo episodio de predominio de intereses personales: la exigencia por los diputados federales perredistas de un cuantioso bono de marcha, poco coherente con la política formal del partido, pero que tampoco se puede condenar mediante la descalificación del trabajo de los órganos legislativos, como lo hace el jefe de Gobierno del DF, pues por incómodos que sean para los gobernantes, o por ello mismo, son conquistas democráticas, instrumentos de la democracia que hay que transformar pero no desprestigiar.

La tentación inmediata de muchos es renunciar al PRD porque ya no responde al proyecto de izquierda, ni como estructura ni como política; sin embargo, sería dejar el registro, la historia y el futuro en manos de una burocracia aislada de las bases y de los mexicanos oprimidos y explotados y sus luchas, pero que seguiría hablando en su nombre. Por ello, la opción es rescatar al partido y transformarlo en lo que se pensó que fuera al fundarlo. La burocracia dirigente debe abrir el debate en el partido; no descalificar o expulsar a quienes disentimos de ella.

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