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México D.F. Miércoles 7 de mayo de 2003
Se presentó I furiosi en el Encuentro de Teatro para Niños y Jóvenes en Berlín
Reflexión in corpore de 39 actores sobre la violencia en el futbol
Canetti, Homero, Freud, Dante y Habermas se encuentran en un juego clásico en un estadio gigantesco Montaje de dos directores alemanes a partir una novela italiana
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Berlin, 6 de mayo. Elías Canetti encuentra a Homero que encuentra Freud que encuentra a Dante Alighieri que encuentra a Jürgen Habermas y todos se encuentran en un encuentro clásico de futbol en un estadio gigantesco.
El megaestadio es una Arena, que era una antigua fábrica encallada en el río Spree berlinés y dentro del estadio, que es decir dentro de la Arena que es decir dentro de la fábrica hoy convertida en gimnasio y espacio de esparcimiento para los berlineses junto al río Spree, se ha montado un escenario y un enorme graderío que a su vez, el escenario y el graderío, asemejan un gran estadio, que es el teatro de las acciones observadas -en el imaginario del público asistente- por Canetti, Homero, Freud, Dante y Habermas.
Y tales componentes integran un espectáculo fascinante: la puesta en escena de I furiosi (Die Wutenden), obra teatral proveniente de una novela italiana y que observa el gran teatro del mundo desde un estadio de futbol.
Enardecimiento y catarsis
La puesta en escena es una producción magna del Schauspiel Staatstheater Stuttgart y la Theaterhaus Stuttgart, y corresponde a su vez a las actividades del séptimo Encuentro de Teatro para Niños y Jóvenes, paralelo a la versión 40 del Theatertreffen de Berlín.
Futbol y violencia, juventud versus autoridad, rebeldía y catarsis, fanatismo y religión, sociología e historia, filosofía y novela, sicología de masas y todos los significados y significantes en una estructura monumental de lujo dramatúrgico. Tales son los elementos que fascinan de este magno ejercicio teatral.
En escena, 39 actores jóvenes hacen estallar durante 110 minutos toda la potencia de sus cuerpos al mismo tiempo que ofrecen una reflexión precisamente in corpore de un fenómeno social que aturde, inquieta y fascina a propios y extraños, a conocedores y profanos.
La materia prima de este gran mural escénico es, entonces, el cuerpo; la anécdota es el entrecruzamiento de futbol y violencia, pero el fin último es la reflexión en el talante que el espectador elija, ya sea Dante o bien Homero o bien Canetti o bien Freud o bien Habermas o ninguno o todos ellos.
Un epígrafe de Elías Canetti da cuerpo al texto, por lo pronto, del novelista italiano Nanni Balestrini. A partir de ese libro, los alemanes Sebastián Nubling y Daniel Wahl construyeron los textos que cantan, recitan, dicen, gritan 39 actores que igualmente hacen coros con sus cuerpos. El resultado es una pirotecnia corporal con mucho contenido sin que nada se contenga, todo explota en escenas que alcanzan lo sublime-operático. Imagine el coro de Los maestros cantores de Nuremberg, de Wagner, o bien el desfile triunfal de Aída, de Verdi, y tendrá el lector el intersticio exacto por donde mejor se mira la grandeza de I furiosi.
Tal entrecruzamiento cultural lo teje el director escénico, Sebastián Nubling, para obnibular con movimientos corpóreos de masas actorales los sentidos de los espectadores, transportados a la magia de los estadios europeos, con sus himnos guerreros, sus cánticos órficos, su enardecimiento y su perol completo de emociones descargadas en ejercicios de catarsis sanitarios.
Erupción de epidermis y entrañas
El elemento homérico de Nanni Balestrini está trazado en la itinerancia de un grupo de fanáticos del futbol que se organiza (a la manera de las porras mexicanas) para acompañar a su equipo por distintos puntos de Europa, con sus consabidas peripecias, que no son otra cosa que destrozos y enfrentamientos constantes con las distintas policías, en los aviones, trenes y ciudades que ocupan. Hooligans, es también el tema, pero visto desde dentro, pues a la intensidad sin límite ni sosiego del gran trasiego corporal a lo largo de los 110 minutos de esta erupción volcánica de epidermis y de entrañas, se entreteje una serie de monólogos, diálogos y coros, siempre a la manera operática (arias, dúos, arias de conjunto, coros) donde los integrantes de esta banda de hoolligans expresa sus motivaciones personales, sus destrozadas personas interiores, todos ellos, en la novela de Balestrini y en la puesta en escena de Nublig, son hijos de familias destruidas interiormente.
Sin embargo, el asunto no es tan lineal, pues el facilismo del binomio causa-efecto lo hacen pedazos tanto el novelista italiano como el director escénico alemán con base en una intensidad de trazos interiores, vastos paisajes del alma que se completan de manera formidable en otro de los intersticios de las muchas escenas que maravillan: cuando cantan los coros de 39 actores en escena sus himnos guerreros en el estadio imaginario, no hacen otra cosa que repetir los cantos que en escenas anteriores habían vertido en monólogos, diálogos, coros teatrales. Cantan los cuerpos, cantan las almas. Un prodigio.
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