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México D.F. Martes 6 de mayo de 2003
MEXICO-EU: LO QUE SIGUE
Tras
los intentos de Estados Unidos por uncir a la comunidad internacional en
general y a nuestro país en particular a la agresión bélica
que emprendió el mes antepasado contra Irak, y ante la firme oposición
a la guerra que manifestaron la sociedad y el gobierno de México,
la relación política con nuestro vecino del norte ha experimentado
un perceptible enfriamiento y se desarrolla, en estos días, en una
lógica casi inercial.
El daño causado a las relaciones bilaterales por
el empecinamiento belicista del gobierno de George W. Bush era previsible
e inevitable; la única forma de evitarlo habría sido mucho
más costosa: accediendo a traicionar los principios torales de la
política exterior nacional y generando una fractura interna severa
y acaso irreparable. Ahora que Estados Unidos ha pasado a una etapa de
baja intensidad en la destrucción de Irak -sin el concurso ni el
respaldo moral de nuestro país, por fortuna-, y cuando el tema ha
dejado de ser una discrepancia crítica entre ambos gobiernos, es
tiempo de ver con serenidad la necesidad de restaurar los vínculos,
de restablecer la comunicación fluida a la que obligan la magnitud
del comercio, la migración laboral, el turismo y los 3 mil kilómetros
de frontera común, así como de imaginar los cauces por los
que habrán de desarrollarse los contactos bilaterales en el año
y medio que le resta a la administración del país vecino
y también en los tres que le quedan al gobierno del presidente Vicente
Fox.
Ayer, en ambos lados del río Bravo, se pronunciaron
palabras exploratorias para superar el desencuentro. En función
de la fecha -5 de mayo, celebración central de los connacionales
en el vecino país-, Bush no tuvo más remedio que referirse
en términos propositivos a México, a los mexicanos en Estados
Unidos y a los estadunidenses de origen mexicano. Fox, por su parte, fue
claro en su interés por redefinir el orden de prioridades de la
política exterior mexicana, por llevar los contactos con Washington
a un ámbito más institucional y menos personal, así
como por colocar las relaciones con el vecino del norte en un sitio menos
importante y crucial que el asignado durante el infortunado paso de Jorge
G. Castañeda por la cancillería.
En cambio, el mandatario realzó la importancia
de intensificar nuestros vínculos con los países de Sudamérica,
particularmente con el Brasil gobernado por Luiz Inacio Lula da Silva,
en lo que parece una reorientación plausible y meritoria de la perspectiva
oficial hacia el exterior y un realineamiento sustantivo de nuestro quehacer
diplomático.
Por su parte, el secretario de Gobernación, Santiago
Creel, formuló en términos pertinentes el objetivo de México
de proteger a sus ciudadanos en territorio estadunidense, al señalar
que la lucha por la seguridad de estos mexicanos contribuye, a fin de cuentas,
a consolidar la propia seguridad del país vecino. Se trata de una
forma constructiva de colocar el interés por el bienestar de nuestros
migrantes en sintonía con la demagogia obsesiva por la seguridad
que Bush ha situado, por su parte, en el centro de la agenda política
de Washington.
Cabe esperar que los propósitos referidos se consoliden
y se traduzcan en una reformulación general de la política
exterior foxista. México tiene mucho que ganar si se continúa
en esa dirección.
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