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México D.F. Martes 6 de mayo de 2003
José Blanco
Argentina, más que un cambio de piel
Alguna vez he recordado en este espacio que, en el ya lejano 1964, cuando vino el general De Gaulle a México, fue invitado a la UNAM, donde los intelectuales universitarios le explicaron al general cómo era el sistema político mexicano de partido casi único. El general oyó con atención y con especial agudeza expresó: "así que en México todos los partidos políticos están en el PRI". Algo así ocurre con el Partido Justicialista (PJ) en Argentina. El peronismo sigue siendo un amplio marco de referencia de los consensos sociales, de los asalariados en particular, pero la variedad ideológica y política de los especímenes peronistas es vasta.
No es lo mismo Menem que Néstor Kirchner; sólo Izquierda Unida, coalición que reúne al Movimiento Socialista de los Trabajadores, al Partido Comunista e independientes, lo cree. Izquierda Unida (IU) obtuvo sólo 1.77 por ciento de los votos, pero Patricia Walsh, de esa coalición, sostuvo, de cara al resultado electoral, que había sido "correcto presentarse a dar la batalla electoral y así lo demuestra el escaso, casi nulo, voto en blanco y el alto porcentaje de afluencia de votantes". Walsh lleva razón. Cerca de 80 por ciento de los ciudadanos votaron y sufragó en blanco menos de uno por ciento y poco más de 1.5 por ciento anuló su voto. En otros términos, los argentinos dejaron atrás el "que se vayan todos", sentimiento que dominaba la rebelión del 19 y del 20 de diciembre de 2001, y mostraron en los hechos que, si bien no hubo una preferencia política dominante y el voto se fragmentó, los ciudadanos expresaron su decisión de actuar en los límites de las instituciones democrático republicanas. Walsh, sin embargo, anunció cuál sería la decisión de IU para la segunda vuelta: "No vamos a elegir entre Drácula y Frankenstein. Impulsaremos el voto en blanco". El eterno reduccionismo de muchas izquierdas.
Por su parte, Patricio Echegaray, secretario general del PC, va demasiado lejos; opina: "sería un error hacer un balance de esta elección a partir de los números...; en esta elección se discutía si se iba a reagrupar o fragmentar el sistema de dominación". Echegaray concluye: "estamos ante un hecho histórico, que es la fragmentación del sistema burgués. El próximo presidente será el sepulturero del viejo sistema". Parece claro que "el sistema burgués" no se va a fragmentar por un voto fragmentado. Y lo que Kirchner muy probablemente hará es ser el sepulturero del régimen político, para dar lugar a un incierto proceso de reacomodos y recomposiciones de las fuerzas políticas argentinas. Todo parece indicar que la Unión Cívica Radical, con más de un siglo de existencia, será hundida por la marea de esta elección presidencial; que los varios partidos que componen al PJ no podrán ponerse de acuerdo, y que están emergiendo fuerzas políticas de centro izquierda (Elisa Carrió) y centro derecha (López Murphy) que pesarán en la gestión de Kirchner.
Menem representa la más desteñida, ridícula y miope versión del Consenso de Washington en su vertiente latinoamericana (pregunte usted cómo le fue a Rusia con la versión que le fue prescrita); Kirchner se autodefine como un neokeynesiano que continuará por las incipientes rutas trazadas por Roberto Lavagna, el actual ministro de Economía, que lo será también de su gobierno. Esta definición, más la presencia de las nuevas fuerzas de centro, más la brutal experiencia del menemismo y sus atroces consecuencias, más la vecindad de Lula y Lagos y los intereses del conjunto del cono sur, tenderán a configurar un proyecto alejado del torpe neoliberalismo adoptado por una clase política Argentina que parece en proceso de extinción. Argentina requiere más Estado, más distribución del ingreso, más promoción del empleo, menos simplonería frente a la globalización, más salud y educación, alianzas más profundas con los actuales gobiernos de Brasil y Chile. Argentina es el quinto productor de alimentos del mundo y sus exportaciones permiten alimentar a más de 330 millones de personas (los argentinos eran 36.2 millones en 2001). Hoy, sin embargo, 25 por ciento de los niños argentinos se hallan en alto riesgo alimentario, mientras las muertes infantiles por desnutrición se suceden. Este absurdo se resuelve con un proyecto nacional detrás del cual puede estar 70 por ciento de la ciudadanía argentina que repudia a Menem.
Este sujeto inverosímil es contrario a una política racional y cree que es necesario más Consenso de Washington. Pero lo que Menem no sabe sí lo sabe la mayoría de los argentinos que no permitirán una vuelta al menemismo memo y corrupto. Las izquierdas socialistas y comunistas quedarán fuera de todo consenso social si no participan -parece que es su programa- en un proyecto nacional que incluya una reconstrucción del régimen político y una restauración de la economía, en busca de objetivos sociales y políticas de protección social. El arduo proceso que viene para Argentina es mucho más que un cambio de piel.
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