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México D.F. Domingo 4 de mayo de 2003
Marcos Roitman Rosenmann
Cuba sin acritud/II
La derrota de Fulgencio Batista, 1959, encuentra una situación
mundial caracterizada por una Europa inmersa en su reconstrucción
tras la Segunda Guerra Mundial y un Estados Unidos ab-sorto en aplicar
su estrategia de seguridad mundial, diseñados para los tiempos de
la guerra fría con la Organización del Tratado del
Atlántico Norte como fuerza de contención. Europa occidental,
dependiente militar y económicamente de Estados Unidos, facilitaba
su proyecto de liderazgo mundial. No se equivocaban, porque medio siglo
después la estrategia diseñada tuvo éxito en la guerra
contra Irak, en 2003.
Pero volvamos a nuestro problema. América Latina
estaba bajo el imán de Estados Unidos. Los procesos políticos
con rostro antimperialista o nacionalista eran reconducidos o simplemente
abortados, como Guatemala en 1954. Todo discurso anticomunista era apoyado,
y con ello se facilitó el acceso al poder de Alfredo Stroessnner,
en Paraguay, y se mantuvo el aval para regímenes oligárquicos
y militaristas nacidos en los años 30 o 40, ahora integrados como
aliados en la estrategia de guerra fría. Batista, en Cuba,
o Somoza, en Nicaragua, por ejemplo. Bajo el Tratado Interamericano de
De-fensa Recíproca se construyó la política de contención
del comunismo. Por consiguiente, se urdieron guerras civiles como la de
Costa Rica, en 1948; el pacto de Nueva York, en 1958; en Venezuela, con
Rómulo Betancourt y Rafael Caldera para poner fin a la dictadura
de Marcos Pérez Jiménez; pero también se desestabilizó
la revolución boliviana de 1952.
En
este contexto, la lucha contra Batista podía perfectamente considerarse
fruto de un deseo nacionalista y de guerra justa contra la tiranía.
Nada hacia presagiar su evolución ni su rumbo. Tras los primeros
pasos, todo parecía cuadrar. No fue hasta 1961, con el desembarco
de mercenarios en Playa Girón, Bahía Cochinos, maniobra apoyada
por el gobierno demócrata de John F. Kennedy, cuando se produce
la ruptura definitiva. La decisión de articular el bloqueo político
y económico hará cambiar el curso de los acontecimientos
en Cuba, en América Latina y en el mundo entero. La guerra fría
fue el contexto hasta 1989. La decisión de desestabilizar y derribar
el proceso político cubano por parte de todas las administraciones
estadunidenses condiciona el devenir de la revolución cubana y la
historia de América Latina. La crisis de los misiles fue el punto
crítico de la tensión entre las superpotencias, y el principio
de una manipulación maniquea que duró hasta la desaparición
de la Unión Soviética. Cuba sería visto como un satélite
del boque comunista. Este será el tópico que pondrá
a Cuba en el punto de mira de Europa occidental, iniciándose un
proceso de descalificación generalizado por parte de analistas,
intelectuales y gobiernos. Se trataba de presentar a Cuba mecánicamente
unida a la historia de los países de Europa del este. Cualquier
alusión a la isla debía caer bajo la referencia de ser su
régimen político una marioneta cuyos hilos los manejaba la
Unión Soviética. No se trataba de comprender la realidad
cubana , sólo de identificar su orden político con el comunismo
internacional. También con ello se pretendía llamar la atención
sobre los procesos de descolonización en Africa y Asia, cuyo rumbo
podía torcerse y con ello hacer caer otros países en manos
del bloque comunista. Europa occidental, aceptó la forma de ver
el problema y dejó la dirección de los asuntos de América
Latina, y en especial de Cuba, en manos de los estrategas estadunidenses.
Cuba ya había sido definida en los parámetros
de Occidente. Así, pasará a ser más o menos democrática,
más o menos dictadura, más o menos socialista, más
o menos comunista, más o menos nacionalista y más o menos
antimperialista según se redefinan los procesos políticos
en el bloque occidental y sea la estrategia definida por Estados Unidos.
Lo que piensen los cubanos no interesa destacar, ni explicar. Menos aún
conocer sus instituciones y su realidad; ella existe dentro de otro contexto,
no por sí misma. Durante los años 60 Cuba sobrevivió
en un difícil entorno mundial y latinoamericano. Aun perteneciendo
a los países no alineados, fue atacada y pensada como satélite
comunista. Cualquier protesta en América Latina -en Chile, República
Do-minicana, Brasil, Perú, Bolivia o Argentina- era visualizada
como una maniobra del comunismo internacional, cuyos conspiradores eran
cubanos a las órdenes de Moscú. Con ello, los problemas en
América Latina no tenían causas endógenas. Con estos
ar-gumentos se dieron los golpes de Estado contra Juan Bosch, en República
Dominicana, y Joao Goulart, en Brasil.
La guerra de Vietnam fue otro punto de inflexión.
Así, los procesos de descolonización y los movimientos revolucionarios
en América Latina fueron generando adeptos y críticos. La
visión romántica de la revolución creció en
Europa occidental. Francia, Alemania, Italia, Portugal, España e
Italia vieron desplegar banderas con el retrato de Ernesto Che Guevara,
y los deseos de ir a Cuba, Bolivia, Perú o Colombia para combatir
en las guerrillas. La visión más deformada de los procesos
revolucionarios, a la luz de la experiencia cubana, quedó reflejada
en la obra del francés Regis Debray: Revolución en la
revolución. Así, a finales de los años 60 y principios
de los 70 Cuba pasó a ser, no sólo para los gobiernos de
Europa occidental y Estados Unidos, un problema estratégico. La
muerte del Che en Bolivia alivió la tensión y permitió
la construcción de un relato tendiente a poner fin a una utopía
sin futuro. Comienza una nueva estrategia contra Cuba. Ahora es necesario
llamar la atención hacia el fracaso de la revolución y su
aislamiento. La presión estadunidense hacia los países de
América Latina para que rompan relaciones tiene su efecto. La mayoría
cae rendidos. Sin embargo, ello debía ser acompañado de un
discurso más elaborado sobre la crítica al socialismo y la
revolución antimperialista. Su definición como una dictadura
totalitaria y represiva fue cobrando forma. Ella entraba perfectamente
en la reafirmación de los valores culturales de Occidente. Recuérdese
el documento de varios intelectuales europeos y latinoamericanos contra
la revolución cubana, encabezado por Jean Paul Sartre.
La década de los años 70 no fue mejor para
la revolución cubana. La profundización de la guerra fría,
el mantenimiento del bloqueo económico contra la isla y las ma-niobras
de desestabilización se mantuvieron, inclusive con renovada energía.
La experiencia del gobierno de la Unidad Popular en Chile, con el consiguiente
golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, era el signo de
los tiempos. Ni Cuba, ni nada que aludiese a socialismo o se definiera
desde los principios teóricos del marxismo, podría tener
cabida en la realidad latinoamericana. Curiosamente, el advenimiento de
dictaduras jugará en favor de una nueva visión es-tratégica
donde se iguala la realidad de Cuba a la desaparición, tortura,
muerte y asesinato de miembros de partidos de la izquierda ar-gentina,
chilena, boliviana uruguaya, paraguaya y brasileña. Todo calza.
Cuba deja de ser una tiranía comunista para revivir como simple
dictadura aborrecida por principio de definición. Interpretación
que coincidirá con la propuesta del presidente estadunidense Jimmy
Carter de potenciar la política de derechos humanos en América
Latina. Cierto es que ello propició un acercamiento entre la administración
estadunidense y el Estado cubano para le-vantar el bloqueo.
A partir de ese instante, Cuba pasó de hecho a
ser considerada para los gobernantes occidentales de partidos socialdemócratas
una dictadura difícil de apoyar, unificando criterios con dirigentes
conservadores y liberales. Los argumentos para su descalificación:
Fidel Castro era un dictador más, como Augusto Pinochet, Jorge Rafael
Videla, Hugo Bánzer o Somoza, sin entrar en mayores análisis.
Apoyar a Cuba era ya un lastre para quienes querían, en Europa y
América Latina, recuperar una imagen de demócratas para acceder
al poder político. Una especie de autoinmolación y de buscar
romper las ataduras con un pasado hizo que esta posición tomara
fuerza. Bastaba señalar que en Cuba no había elecciones según
el procedimiento occidental para descalificar su sistema social y político.
Seguía sin querer reconocerse algún logro. Educación,
salud, libertad social, democracia participante, trabajo, deporte y ocio
y cultura no tenían ningún valor a la hora de calificar el
orden político. Sin una oposición partidista no podría
haber oposición ni disentimiento. Todo estaba decidido.
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