México D.F. Domingo 4 de mayo de 2003
La resistencia de las etnias sigue y se ha vuelto
una forma de vida para cientos de miles
Con notas de tambores y marimba, indígenas de
Chiapas convocan la lluvia
Desairan los proyectos productivos, programas
de inversión y caminos no consensuados
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Selva Lacandona, Chis., 3 de mayo. "¿Quién
ai?", se escucha salir una voz de la intensa negrura doble: porque es de
noche y porque hay humo por todas partes. Una larga serpiente de fuego
traza un irregular círculo en una ladera próxima y resplandece
en amarillo contraste con el manto impenetrable de la oscuridad.
Dos pasos más y el rostro de Joel se desprende
de lo oscuro. Su torso sin camisa, los brazos cruzados sobre los hombros.
La voz le sale rasposa, laríngea. En seguida de saludar explica
que está "malo de la garganta, por el humo, pero con el pendiente
de la quema". Nos encaminamos a la ladera y pronto son reconocibles, rojas
y opacas, las figuras de hombres, mujeres y niños mayores. Unos
10, encargados de cuidar el fuego.
-Está cabrón -dice Joel. -El monte este
año quedó muy seco, bien fácil se prende. Hasta parecemos
en la sequía de van a ser seis años.
La tarea que realizan todos, pendientes de las altas llamas,
es demasiado dramática para considerarla rutinaria. Un calor intenso,
sofocante.
-Y no quiere el agua -agrega Joel.
Por generaciones, las comunidades mayas han practicado
el procedimiento de roza-tumba-quema para preparar la siembra del maíz
en esta época del año, suma de primavera, "secas" y quema.
Un método controvertido, que inclusive desde muchas comunidades
de las cañadas se intenta sustituir por el de roza-tumba (que implica
dejar pudrirse un año el campo, antes de prepararlo para la siembra).
"Es más trabajo, pero no hay peligro de incendios", había
dicho horas antes un campesino zapatista en las inmediaciones de San Quintín,
razonando sobre el método.
Estos agricultores saben "echar" zanja y guardafuegos
en torno a los predios que arden. También saben que si el viento
crece, el incendio pasará por encima de ellos y encenderá
los árboles. Durante la quema, los días y las noches mantienen
atentas a las familias. Por estos lados no se ha ocasionado ningún
incendio de consideración, pero en otras partes sí. A Joel
y su gente ya les tocó ir de brigada a combatir un incendio en un
ejido vecino. Los rostros tiznados de su mujer y sus chamacos revelan el
costo de tales cuidados.
-No se ve que vaya a llover -se preocupa. Refiere que
ha llovido un poco en otras partes de la cañada. Le pregunto si
espera que llueva luego de la fiesta de la Cruz de Mayo. El pone rostro
escéptico. Dice no saber. "Ojalá", señala.
No es de los que estarán rezándole mañana
a la cruz del manantial. Quedará cuidando la futura milpa. Pero
hasta acá le convidarán atole del que desde temprano prepararán
las mujeres para todo mundo, en un rasgo de esa solidaridad comunitaria
que tres gobiernos han intentado quebrar de diversas maneras. Pero la solaridad,
por este rumbo, se crece al castigo.
-Ora nomás que se pase la "humadera", para aliviarme
la garganta -dice Joel, más optimista de lo que quiere aparentar.
La resistencia a vuelo de pájaro
"En
vivir la resistencia es dura la vida." Son palabras de Manuel, padre de
cinco, tzeltal, expresadas en algún momento del recorrido de La
Jornada por la región de las cañadas de Ocosingo y Las
Margaritas. "Y es vida."
Así se explica en parte la persistencia de las
comunidades zapatistas en todas las regiones indígenas de Chiapas;
sin dinero gubernamental, a veces con sus vecinos en contra, y siempre
con el Ejército encima. Más allá del simplismo, lo
que mantiene la resistencia organizada es la unidad de una decisión.
Desde el aparentamente lejano "¡Ya basta!" de 1994,
sus demandas no han cambiado. En todo caso evolucionaron, y al unirse a
las muy similares de otros pueblos indios se volvieron nacionales. Siguen
siendo tan elementales.
Los regímenes federales sucesivos desde entonces
han reconocido la legitimidad de las demandas y de las comunidades que
las levantan. Sin embargo, las exigencias básicas, las que "dieron
lugar al levantamiento" permanecen inalterablemente incumplidas. En consecuencia,
la resistencia sigue, y se ha vuelto una forma de vida para centenas de
miles de choles, zoques, tzeltales, tzotziles, tojolabales, mames; en más
de un millar de comunidades, y más de 40 municipios autónomos
(incluídos los tres que el gobierno de Zedillo creyó "desmantelar"
a tiros en 1998: San Juan de la Libertad, Ricardo Flores Magón y
Tierra y Libertad).
Las bases de apoyo del EZLN son campesinos que viven de
la tierra. La tradición llama "hombres de maíz" a los habitantes
de estas tierras: así se designan tanto los rebeldes como las comunidades
y familias que aceptan lo que los primeros llaman "migajas" del gobierno.
Los indígenas en resistencia desairan los "proyectos productivos",
los programas de inversión, los caminos no consensuados, las despensas
y dispensas. No aceptan urnas cuando hay elecciones, ni amnistía
cuando los encarcelan. Un día sí, y otro también,
rechazan el cerco militar, convencidos de que no tienen de qué
pedir perdón.
Aquí cabe un paréntesis amplio, donde quepan
unos 12 mil desplazados por la violencia paramilitar y militar. Les han
asesinado hermanos, por decenas, sin que alguien les haya pedido perdón,
y hoy son (en Tierra y Libertad, Polhó, Sabanilla y Tila) campesinos
desterrados. Ese precio han pagado, y siguen en la resistencia.
Pronto serán 10 años que sus demandas están
"pendientes". Una aplastante militarización contra las comunidades
es la respuesta gubernamental más evidente; para millares de indígenas
sigue siendo la única. La guerra, agazapada bajo el preventivo "de
baja intensidad", no ha cesado un minuto. Las comunidades zapatistas están
rodeadas, algunas ocupadas.
Mientras se publicitan los millones de inversión
gubernamental "para las comunidades de Chiapas", se ocultan sistemáticamente
los millones que cuesta la militarización "para las comunidades
de Chiapas". Decenas de miles de soldados vigilan, hostigan, amenazan a
los zapatistas (los "contienen", en la terminología foxista).
Como es su obligación, el Estado destina inversión
para todos aquellos mexicanos que desea "incorporar al progreso". Mas lo
pretende repartir de manera paternalista y filantrópica a un conjunto
de pueblos que ya son dueños de su vida y destino. En Chiapas, dos
hechos saltan a la vista. Uno, que a partir de levantamiento zapatista
la "inversión social" ha crecido visiblemente (al menos en el papel
y en miles de kilómetros de asfalto). Y dos, que de manera reiterada,
esa inversión ha pretendido debilitar, dividir y "contener" la resistencia.
Donde el esquema paramilitar ha funcionado, los grupos
contrainsurgentes son conspicuos receptores de la "ayuda social" y se mantienen
cerca de los campamentos y cuarteles del Ejército, que en las tierras
indígenas de Chiapas posee el carácter de un ejército
de ocupación.
Así, la ayuda o inversión social frecuentemente
participa en un esquema de guerra. Más allá del crimen de
lesa humanidad (al menos en grado de tentativa) que significa la instigación
de violencia entre hermanos, hay que señalar el consenso logrado
por las demandas expresadas en los acuerdos de San Andrés. Eso da
a las comunidades en resistencia una cierta autoridad moral ante sus vecinos
e incluso rivales de otras organizaciones políticas, pues todos
comparten el anhelo de que esos derechos sean reconocidos. A todos les
conviene. Por eso no hay guerra civil en Chiapas. Y por eso la resistencia
no se quiebra.
Atoles y cruces
La mañana es recibida con cohetes tronadores llamando
a rezo y procesión a las cruces de los manatiales. Aún no
empieza el calor cuando salen los creyentes. Sólo un grupo de mujeres
queda en la cocina comunitaria preparando cubetas y más cubetas
de atole sabroso, un poco agrio como les gusta por acá.
Hacia el mediodía, una vez que retornó la
procesión, se reparten tazones para todos, y de la cocina salen
mujeres llevando sobre la cabeza cubetas llenas de atole caliente, tapadas
con hoja de plátano, para convidar en las casas y los campos de
la quema.
Más cohetones. Suben y quieren romper el aire,
sacarle nubes al cielo, jalar el chubasco. Aunque sea tantito, el necesario
para aplacar la quema y que la tierra esté buena para coger la semilla.
-Mucha calor -dice dón Héctor.
-¿Irá a llover? -pregunta un joven.
-Ya mero estamos a cuarenta -dice don Héctor, en
vez de responder. Tras los muros de tablas de la casa salen notas de marimba.
Petardos, tambores, flautas, el cuerno, la campana, la marimba: todos convocan
al agua. A ver si quiere, a ver si cae. Por lo pronto, en la noche habrá
baile.
-Eso nunca desayuda -dice jocosamente don Héctor.
A su lado, una muchacha ríe. Da el último
sorbo a su tazón de atole agrio con evidente placer y se limpia
el labio superior, primero con la lengua y luego con el dorso de la mano.
Harán un baile bien ruidoso, para que las nubes del cielo lo oigan.
Sólo hay un tema de conversación en boca
de todos los hombres: "Así cuándo va a llover, si el aire
está caliente." "Del agua sale el maíz, el frijol, nosotros,
todo." "Vamos a llegar a la cruz mañana (un hombre que habla señala
al sur). Ora temprano fuimos a l'otra (señala al norte). A ver si
así se anima l'agua." "Necesitamos que llueva para echar la semilla.
Si no, se seca, y para qué la tiramos pué."
En tiempo de secas los grandes ríos de la selva
son más hermosos. Parecen de jade o turquesa. Llevan menos caudal,
son mansos y cristalinos. Jataté, Euseba, Perla, Santo Domingo,
Jordán y Lacantún. Muchos ríos pequeños se
secan en cuaresma, en espera de que regresen los torrentes pardos del verano,
cuando la estación de las milpas se haya logrado.
Es de noche al fin. Empiezan los bailes en las comunidades.
Con conjunto o marimba. El que presenció este enviado tuvo marimba.
Las parejas bailaban a brinquitos, seriamente divertidos. Cohetones cada
tanto. Y en esas, una conmoción atmosférica, un viento poderosísimo.
Las láminas se cimbran en los techos, las puertas se sueltan, los
muros de tabla tiemblan. En la iglesia se apagan las velas, sin excepción.
Chorrean cera violentamente. Tronidos sordos. Vagamente, el cielo suelta
relámpagos. Un rayo parte del horizonte y se oye como una detonación
seca. Un hombre, alborozado, prende fuego a otro petardo que chifla, sube
y estalla, "picando" a la tormenta.
Emocionados del susto, a los jóvenes se les olvida
dejar de bailar. Se carga el cielo. Si ha de llover, quieren sentir las
primeras gotas. Si no, ¿para qué tanto rezo, tanto atole
y tanto baile?
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