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EU: PRISION "INDEFINIDA" PARA MILLONES DE INMIGRANTES
El
fiscal general estadunidense, John Ashcroft, quien es miembro destacado
del clan de halcones en el gobierno de George W. Bush, acaba de formular
una amenaza fascista: ordenará a los tribunales tener en cuenta
la Seguridad Nacional para detener "por tiempo indefinido" a millones de
inmigrantes indocumentados, por otra parte esenciales para ramas enteras
de la economía de Estados Unidos, como la construcción, la
agricultura, la hotelería. Tales inmigrantes construyen la riqueza
de las empresas estadunidenses y aportan sus impuestos, pero ahora el gobierno
del país que los explota quiere quitarles hasta el derecho elemental
a la libertad "por razones de seguridad".
El silogismo según el cual el extranjero, por serlo,
es potencialmente peligroso, es claramente fascista y racista. Tal como
lo es la amenaza de mantener en la cárcel (mejor dicho, en campos
de concentración, ya que las prisiones están ya atestadas
y no pueden contener otros millones de personas) en vez de expulsar legalmente
del país, pero con todas las garantías, a quien carezca de
documentos. El racismo como respuesta a la inmigración y como"solución
final" al problema de la mano de obra extranjera: eso es lo que subyace
en las declaraciones del secretario de Seguridad Interna de Estados Unidos,
Tom Ridge, según el cual su país no cobrará a México
su "decepción" por la falta de apoyo a su invasión a Irak.
Porque los trabajadores y sus familias que el fiscal ordena cazar como
delincuentes y terroristas son, en su inmensa mayoría, mexicanos
(o latinoamericanos de otros países hermanos, forzados, como nuestros
conacionales, a emigrar debido a la política que Estados Unidos
impone por doquier).
De modo que la guerra que los gobernantes de Estados Unidos
hacen contra los derechos democráticos en su propio país
y contra millones de trabajadores (o sea, contra el trabajo en general)
es también una guerra particular y no declarada contra México
y América Latina. El colonialismo y el racismo en Medio Oriente
traen de inmediato el racismo y el fascismo al suelo de América
en el país que se vanagloriaba de ser un crisol de razas y de ofrecer
libertad y trabajo a todos los pueblos del mundo.
La xenofobia de la mano de la ilegalidad policial ("serán
detenidos por tiempo indefinido", durante el cual podrán ser víctimas
de toda clase de brutalidades) contra millones de trabajadores no puede
dejar insensibles a las organizaciones sindicales estadunidenses y mundiales,
y a las que defienden los derechos humanos.
Es demasiado claro el paralelo que en la mente del fiscal
Ashcroft y de los gobernantes en Estados Unidos existe entre los extranjeros
y los enemigos del sistema, paralelo en el que los indocumentados, sobre
todo mexicanos, desempeñan el papel que en la Alemania de Hitler
tenían otros "extranjeros", los judíos fuesen o no nativos.
Lo menos que pueden hacer los países cuyos ciudadanos se ven tan
brutalmente tratados y amenazados es advertir colectivamente a Estados
Unidos que tomarán represalias comerciales (aunque más no
fuere porque los migrantes que serían encarcelados sostienen con
sus envíos sus familias y sus regiones de origen y son una importante
fuente de divisas para sus respectivos países).
La diplomacia mexicana, en particular, debería
sentirse además de humillada, burlada, por una política que
ignora las leyes internacionales, los derechos humanos, los tratados con
nuestro país y hasta las formas más elementales de respeto
por la soberanía mexicana. Es de esperar que reaccione ante un nuevo
atentado que pone a luz, ante el mundo, el carácter fascista e inhumano
de los promotores de la guerra preventiva.
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