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Los reporteros estadunidenses deberían
investigar los asesinatos, pues ellos siguen
Los ataques de EU contra periodistas habrían
buscado sacarlos del campo
En el Pentágono estaban furiosos por la cobertura
de Al Jazeera sobre víctimas civiles
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
¿Cuánto vale la vida de un periodista? Hago
esta pregunta por varias razones, algunas, con franqueza, bastante repulsivas.
Hace dos días fui a visitar a una de mis colegas, que resultó
herida en la invasión angloestadunidense de Irak. Samia Nakhoul
es una joven reportera, corresponsal de Reuters, que está casada
con otro colega, el corresponsal del Financial Times en Beirut.
Parte de un proyectil estadunidense se le incrustó en el cerebro
-por una diferencia de milímetros en el punto de entrada no quedó
paralizada de medio cuerpo- luego de que un tanque Abrams M1A1 disparó
una descarga hacia la oficina de Reuters en Bagdad, en el hotel Palestina,
la semana pasada.
Samia, valiente y honorable mujer que durante muchos años
informó de primera mano sobre la crueldad de la guerra civil libanesa,
quedó casi destruida como ser humano por los tripulantes de ese
tanque. El día del ataque al hotel, el general Buford Blount, de
la tercera división de infantería, contó una mentira:
afirmó que francotiradores le habían disparado al tanque
-en el puente Joumouriya, sobre el río Tigris- y que el fuego había
terminado "después que el tanque disparó" al hotel.
Yo estaba entre el tanque y el hotel cuando se disparó
ese proyectil. No vi fuego de francotiradores ni ninguna granada impulsada
por cohetes, como afirmó el militar estadunidense. Las imágenes
del tanque mostradas por la televisión francesa, que abarcan varios
minutos antes del ataque, muestran lo mismo. La banda sonora no registró
sonido alguno antes del repulsivamente dorado y cegador relámpago
del cañón del tanque.
Samia Nakhoul no fue la única herida. Su camarógrafo
ucraniano, padre de un niño pequeño, resultó muerto.
También un camarógrafo español que estaba en el piso
de arriba.
Y
luego ayer tuve que leer, en The New York Times, que Colin Powell
había justificado el asesinato -sí, asesinato- de esos dos
periodistas. Este ex general de cuatro estrellas -hablo de Powell, no del
mentiroso que comanda la tercera división de infantería-
se atrevió a decir textualmente: "Según una revisión
militar estadunidense del incidente, nuestras fuerzas respondieron a fuego
hostil que al parecer provino de un lugar que más tarde se identificó
como el hotel Palestina (...) Nuestra revisión del incidente del
8 de abril indica que el uso de fuerza fue justificado".
Y luego se pone peor. Unas horas después de visitar
a Samia, estuve en Beirut con Mohamed Jassem al Alí, director del
canal de televisión árabe Al Jazeera, con sede en Qatar.
El mismo 8 de abril, cuando el tanque estadunidense disparó a la
oficina de Reuters en Bagdad, un avión estadunidense lanzó
un misil a la oficina de la televisora en la capital iraquí. Al
Alí me había dado copia de la carta que le dirigió
el 24 de febrero de este año a Victoria Clarke, secretaria asistente
de la Defensa para asuntos públicos, en Washington. En esa carta
le proporcionó la dirección y las coordenadas en el mapa
de la oficina de la televisora en Bagdad: latitud, 33,19/29.08, longitud
44.24/03.63, y añadió que periodistas civiles estarían
trabajando en el edificio.
Los estadunidenses estaban furiosos por la cobertura que
hizo Al Jazeera de las víctimas civiles de los bombardeos aéreos.
Y el 8 de abril, menos de tres horas antes del ataque a la oficina de Reuters,
un avión estadunidense lanzó un solo misil a la oficina de
la estación -justo en esas coordenadas que Al Alí había
enviado a Clarke- y mató al reportero Tareq Ayoub.
"Esos hechos nos parecen", escribió Al Alí
en un inglés ligeramente impreciso, "injustificables, inaceptables,
que producen todo tipo de indignación y rechazo y la mayoría
de los cuales requieren explicación."
¿Y qué fue lo que le respondieron? Victoria
Clarke le envió una carta que fue tan inapropiada como "económica
con la verdad". Ofreció sus "condolencias" a parientes y colegas
de Ayoub y luego se puso a predicar.
"Estar cerca de la acción significa estar cerca
del peligro", escribió. "Hemos llegado a extremos extraordinarios
(sic) en Irak para evitar bajas civiles. Por desgracia, incluso nuestros
mejores esfuerzos no pueden evitar que algunos inocentes queden atrapados
en el fuego cruzado (sic)... A veces ocurren tragedias. La guerra es, por
su propia naturaleza, trágica y triste."
¿Perdón? ¿Al Jazeera pregunta por
qué se eligió a su oficina como objetivo y Clarke responde
al jefe del hombre asesinado que la guerra es "triste"? No puedo creerlo.
El general Blount contó una mentira sobre el hecho cometido por
la tripulación del tanque en el río Tigris. El "general"
Powell respaldó esta mentira. Y ahora Clarke -a quien sin duda le
dijeron lo que debería escribir, dado que su carta está llena
de frases trilladas- ni siquiera intenta explicar por qué un avión
estadunidense mató al reportero de Al Jazeera (así como en
2001 los estadunidenses lanzaron un misil a la oficina de la televisora
en Kabul).
Un ucraniano, un español, un árabe. Todos
murieron en el lapso de unas horas. Sospecho que los mataron porque Estados
Unidos -alguien del Pentágono, aunque estoy seguro de que no fue
Clarke- decidió tratar de "sacar del campo" a la prensa.
Por supuesto, los periodistas estadunidenses no están
investigando estos crímenes. Deberían hacerlo... porque ellos
son los que siguen. Como ocurrió con Mohamed al-Alí, quien
tiene la dolorosa experiencia de saber que fue él quien dio la coordenadas
en el mapa para que mataran a su propio reportero.
¿Quién fue el piloto del avión estadunidense
que lanzó el misil contra Al Jazeera? ¿Por qué disparó?
¿Cuáles fueron sus coordenadas? ¿Quién fue
el oficial del tanque estadunidense que metió un trozo de metal
en el cerebro de Samia? Un día después de ese disparo, me
subí a ese tanque y le pregunté al soldado que estaba arriba
si él era el responsable. "No sé nada de eso, señor",
me dijo. Y le creí. Como creo en Santaclós y en las hadas
que habitan en el fondo de mi jardín.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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