Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 26 de abril de 2003
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M U N D O
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Los reporteros estadunidenses deberían investigar los asesinatos, pues ellos siguen

Los ataques de EU contra periodistas habrían buscado sacarlos del campo

En el Pentágono estaban furiosos por la cobertura de Al Jazeera sobre víctimas civiles

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

¿Cuánto vale la vida de un periodista? Hago esta pregunta por varias razones, algunas, con franqueza, bastante repulsivas. Hace dos días fui a visitar a una de mis colegas, que resultó herida en la invasión angloestadunidense de Irak. Samia Nakhoul es una joven reportera, corresponsal de Reuters, que está casada con otro colega, el corresponsal del Financial Times en Beirut. Parte de un proyectil estadunidense se le incrustó en el cerebro -por una diferencia de milímetros en el punto de entrada no quedó paralizada de medio cuerpo- luego de que un tanque Abrams M1A1 disparó una descarga hacia la oficina de Reuters en Bagdad, en el hotel Palestina, la semana pasada.

Samia, valiente y honorable mujer que durante muchos años informó de primera mano sobre la crueldad de la guerra civil libanesa, quedó casi destruida como ser humano por los tripulantes de ese tanque. El día del ataque al hotel, el general Buford Blount, de la tercera división de infantería, contó una mentira: afirmó que francotiradores le habían disparado al tanque -en el puente Joumouriya, sobre el río Tigris- y que el fuego había terminado "después que el tanque disparó" al hotel.

Yo estaba entre el tanque y el hotel cuando se disparó ese proyectil. No vi fuego de francotiradores ni ninguna granada impulsada por cohetes, como afirmó el militar estadunidense. Las imágenes del tanque mostradas por la televisión francesa, que abarcan varios minutos antes del ataque, muestran lo mismo. La banda sonora no registró sonido alguno antes del repulsivamente dorado y cegador relámpago del cañón del tanque.

Samia Nakhoul no fue la única herida. Su camarógrafo ucraniano, padre de un niño pequeño, resultó muerto. También un camarógrafo español que estaba en el piso de arriba.

Y luego ayer tuve que leer, en The New York Times, que Colin Powell había justificado el asesinato -sí, asesinato- de esos dos periodistas. Este ex general de cuatro estrellas -hablo de Powell, no del mentiroso que comanda la tercera división de infantería- se atrevió a decir textualmente: "Según una revisión militar estadunidense del incidente, nuestras fuerzas respondieron a fuego hostil que al parecer provino de un lugar que más tarde se identificó como el hotel Palestina (...) Nuestra revisión del incidente del 8 de abril indica que el uso de fuerza fue justificado".

Y luego se pone peor. Unas horas después de visitar a Samia, estuve en Beirut con Mohamed Jassem al Alí, director del canal de televisión árabe Al Jazeera, con sede en Qatar. El mismo 8 de abril, cuando el tanque estadunidense disparó a la oficina de Reuters en Bagdad, un avión estadunidense lanzó un misil a la oficina de la televisora en la capital iraquí. Al Alí me había dado copia de la carta que le dirigió el 24 de febrero de este año a Victoria Clarke, secretaria asistente de la Defensa para asuntos públicos, en Washington. En esa carta le proporcionó la dirección y las coordenadas en el mapa de la oficina de la televisora en Bagdad: latitud, 33,19/29.08, longitud 44.24/03.63, y añadió que periodistas civiles estarían trabajando en el edificio.

Los estadunidenses estaban furiosos por la cobertura que hizo Al Jazeera de las víctimas civiles de los bombardeos aéreos. Y el 8 de abril, menos de tres horas antes del ataque a la oficina de Reuters, un avión estadunidense lanzó un solo misil a la oficina de la estación -justo en esas coordenadas que Al Alí había enviado a Clarke- y mató al reportero Tareq Ayoub.

"Esos hechos nos parecen", escribió Al Alí en un inglés ligeramente impreciso, "injustificables, inaceptables, que producen todo tipo de indignación y rechazo y la mayoría de los cuales requieren explicación."

¿Y qué fue lo que le respondieron? Victoria Clarke le envió una carta que fue tan inapropiada como "económica con la verdad". Ofreció sus "condolencias" a parientes y colegas de Ayoub y luego se puso a predicar.

"Estar cerca de la acción significa estar cerca del peligro", escribió. "Hemos llegado a extremos extraordinarios (sic) en Irak para evitar bajas civiles. Por desgracia, incluso nuestros mejores esfuerzos no pueden evitar que algunos inocentes queden atrapados en el fuego cruzado (sic)... A veces ocurren tragedias. La guerra es, por su propia naturaleza, trágica y triste."

¿Perdón? ¿Al Jazeera pregunta por qué se eligió a su oficina como objetivo y Clarke responde al jefe del hombre asesinado que la guerra es "triste"? No puedo creerlo. El general Blount contó una mentira sobre el hecho cometido por la tripulación del tanque en el río Tigris. El "general" Powell respaldó esta mentira. Y ahora Clarke -a quien sin duda le dijeron lo que debería escribir, dado que su carta está llena de frases trilladas- ni siquiera intenta explicar por qué un avión estadunidense mató al reportero de Al Jazeera (así como en 2001 los estadunidenses lanzaron un misil a la oficina de la televisora en Kabul).

Un ucraniano, un español, un árabe. Todos murieron en el lapso de unas horas. Sospecho que los mataron porque Estados Unidos -alguien del Pentágono, aunque estoy seguro de que no fue Clarke- decidió tratar de "sacar del campo" a la prensa.

Por supuesto, los periodistas estadunidenses no están investigando estos crímenes. Deberían hacerlo... porque ellos son los que siguen. Como ocurrió con Mohamed al-Alí, quien tiene la dolorosa experiencia de saber que fue él quien dio la coordenadas en el mapa para que mataran a su propio reportero.

¿Quién fue el piloto del avión estadunidense que lanzó el misil contra Al Jazeera? ¿Por qué disparó? ¿Cuáles fueron sus coordenadas? ¿Quién fue el oficial del tanque estadunidense que metió un trozo de metal en el cerebro de Samia? Un día después de ese disparo, me subí a ese tanque y le pregunté al soldado que estaba arriba si él era el responsable. "No sé nada de eso, señor", me dijo. Y le creí. Como creo en Santaclós y en las hadas que habitan en el fondo de mi jardín.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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