Soledad Loaeza
La debilidad del unilateralismo
Al término de la guerra fría, Estados Unidos se atribuyó una superioridad moral en relación con la terrible experiencia del "socialismo real" que se fundaba también en la prosperidad de los países capitalistas y en la estabilidad de las democracias liberales. El liderazgo internacional que ejercieron los sucesivos gobiernos estadunidenses en los años 90 -por ejemplo, en la pacificación de Bosnia, en la guerra del Golfo Pérsico en 1991, o en los acuerdos de Campo David- fue ampliamente reconocido por los países de Europa Occidental, que podían asimismo presentarse como un modelo exitoso y asumir un papel activo en la construcción de un nuevo orden mundial desde la plataforma del proceso integracionista. Sin embargo, cuando la administración de George W. Bush tradujo en unilateralismo la posición privilegiada que derivaba del fracaso de la Unión Soviética y, en general, de los países socialistas, empezó a perder su supuesta autoridad moral, que hoy en día más parece un reflejo de los errores de su adversario que la proyección del valor real de la democracia.
Los ideólogos que rodean al presidente Bush han insistido en que esta guerra era justa, porque era una guerra preventiva y porque era una guerra de liberación. Sin embargo, en la medida en que hasta ahora no se ha podido demostrar de manera incontestable que sea lo uno o lo otro, la debilidad moral del unilateralismo del gobierno de Washington ha quedado al descubierto. Según la Casa Blanca, la dictadura de Saddam Hussein tenía que ser derrocada por dos grandes razones: primero, porque poseía armas de destrucción masiva, que representaban una amenaza para la humanidad; y segundo, porque el mundo democrático no podía tolerar la existencia de un gobierno que violaba brutal y flagrantemente los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Sin embargo, en las primeras semanas de la posguerra hemos visto cómo la terca realidad se empeña en desmantelar los argumentos que sustentaron la idea de la guerra justa. Por una parte, hasta ahora los 5 mil efectivos militares que han sido destinados a la tarea de encontrar pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en territorio iraquí no han encontrado nada. Por la otra, en el horizonte de los iraquíes nada parece más lejano que la democracia; por ejemplo, la comunidad chiíta, que era la principal víctima de la dictadura saddamita, hoy festeja su liberación al grito de: "Sí, sí, Alá. Sí, sí, el Islam". Nadie en su sano juicio puede interpretar estos lemas como cánticos inequívocamente democráticos.
Para la administración Bush el tema de las armas químicas y nucleares en Irak es una prioridad, porque era la justificación para emprender una guerra preventiva, una estrategia completamente novedosa en la historia de Estados Unidos. Es posible que para el grueso de la opinión pública estadunidense lo importante hoy sea la victoria de sus tropas; sin embargo, para las elites informadas es crucial comprobar la existencia de esas armas. Si el gobierno del presidente Bush no logra hacerlo, entonces le será muy difícil defender sus decisiones, menos todavía la pérdida de vidas de soldados estadunidenses, para no mencionar a las numerosas víctimas civiles iraquíes, así como la destrucción de uno de los países más modernizados de la región.
Para todos eran más o menos claros los riesgos de una guerra preventiva: el primero de ellos, castigar a un inocente por un crimen que no ha cometido, aunque tal vez tenía la intención de hacerlo. Es cierto que es muy difícil ver en Saddam Hussein a un inocente, sobre todo si recordamos sus ataques químicos contra los kurdos o la feroz represión de las comunidades religiosas. Sin embargo, hasta ahora y mientras las tropas britanicoestadunidenses no encuentren a Saddam Hussein o a las 51 cartas restantes de la baraja de enemigos que ha identificado el gobierno de Bush, la guerra preventiva habrá cobrado muchas víctimas inocentes entre la población civil iraquí, antes de haber castigado a un solo culpable.
El segundo gran riesgo de la invasión de Irak era encontrarse con que las tropas de la coalición britanicoestadunidense no fueran vistas como liberadoras, sino como invasoras. Tampoco ha podido conjurarse del todo este peligro, porque son muchos los iraquíes que consideran que los valores occidentales son una amenaza para la sociedad musulmana; de manera que para ellos el establecimiento de una democracia no será sino una imposición. El futuro de un proyecto de esta naturaleza no podría ser más incierto.
La guerra de Irak ha generado mucha incertidumbre en diferentes dimensiones. No obstante, sería una ingenuidad pensar que Estados Unidos está al abrigo de estos efectos del conflicto, y no sería impensable que el unilateralismo resultara a fin de cuentas tan autodestructivo como ineficaz.