Martí Batres Guadarrama
Respeto a los derechos humanos en todo el mundo
"Cuba sí, yanquis no". Pareciera que esta es la consigna de los organismos multilaterales de Naciones Unidas y de sus instancias de decisión. En su opinión, Cuba sí debe ser inspeccionada en materia de derechos humanos, pero Estados Unidos no. La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un programa de derechos individuales y sociales cuyos puntos se cumplen sólo parcialmente en cada país. En algunos casos se enfatizan más los derechos individuales de esa declaración, y en otros, como en Cuba, se ponderan más los derechos sociales que, aunque muchas veces se olvida, también forman parte de la misma.
Podríamos decir que en el mundo entero hay mucho que hacer para arribar al pleno cumplimiento de los derechos humanos. Hay países con situaciones muy graves de discriminación racial, otros donde prevalecen guerras religiosas, genocidio, desapariciones, escuadrones de la muerte, aun matanzas de menores. Hasta donde se sabe, Cuba no se encuentra en ninguno de tales supuestos.
Estados Unidos, oficioso y autoproclamado guardián de los derechos humanos en el planeta, jamás ha promovido una condena que involucre a países donde se viola el derecho a la seguridad social, el derecho al trabajo o a la educación. Estos, que también son derechos humanos, en general no se cumplen en 80 por ciento de los países del mundo. La visión parcial, sesgada y políticamente utilizable que prevalece en los gobiernos estadunidenses acerca de los derechos humanos se circunscribe a los llamados derechos individuales. Es decir, se trata de una vieja visión ya superada.
Sin embargo, en aquel país donde el discurso oficial hace creer a sus representados que el respeto a tales garantías es irrenunciable, ni siquiera se respetan plenamente todos los derechos humanos de carácter individual. Vemos ahí graves problemas de discriminación racial y la permanencia de castigos propios de centurias pasadas, como la aplicación de la pena de muerte. Asimismo, un franco atraso y retroceso en el respeto a los derechos políticos de sus ciudadanos. Por ejemplo, en pleno siglo XXI no existe allá la posibilidad del voto directo, en tanto que desde el Estado se impone abiertamente la censura en los medios masivos de comunicación, para tratar de lavarle la cara a un gobierno que, haciendo caso omiso de Naciones Unidas, decidió por sí mismo invadir a un país petrolero inmensamente rico, sin importar los "daños colaterales" que ello conllevaría a la población iraquí. Las dolorosas imágenes están ahí, aunque una gran mayoría de estadunidenses no tengan acceso a ellas.
Desde luego que Cuba y muchos otros países como el nuestro tienen mucho que hacer en este terreno. Es deseable, insistimos, que la pena de muerte sea abolida en todo el orbe, incluidos la isla y México. También que sea viable concretar universalmente todas las libertades políticas e individuales. No obstante, la reciente resolución de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas contra Cuba poco éxito puede tener mientras se mantenga el doble discurso de este organismo multilateral y de los gobiernos que año con año promueven una resolución en el mismo sentido. Resulta completamente aberrante, por ejemplo, que el gobierno de Uruguay se apreste cada 12 meses a condenar a Cuba mientras que al interior de su país se promueva una ley de punto final con la cual se reconfirma el perdón, tácitamente, a los militares responsables de las desapariciones de personas, a aquellos que torturaron y ejecutaron a miles de connacionales en décadas pasadas.
También resulta notablemente contradictorio que mientras el actual gobierno mexicano avala una resolución contra Cuba el secretario de Relaciones Exteriores ofrezca una disculpa a China para tratar de corregir lo que declaró el titular de Economía: que en aquella nación de Asia se violan los derechos humanos.
Pero aun es grotescamente más absurdo que los organismos internacionales que hoy censuran a Cuba no hayan logrado llegar a un acuerdo para condenar la invasión estadunidense contra Irak, así como las atrocidades que la superpotencia cometió en contra de la inerme población civil en aquel país árabe.
Llama la atención que un organismo internacional que fue hecho a un lado, y que hoy está seriamente lesionado en su imagen por la arbitraria decisión angloestadunidense para invadir Irak, ahora sí actúe y señale la necesidad de indagar qué pasa en materia de derechos humanos en una nación pequeña. Sólo sin ingenuidad podemos advertir que la reciente resolución contra la isla está más motivada por un alineamiento político-económico que por el genuino interés de que avance la causa de los derechos humanos.
Mientras no haya coherencia en ese tipo de resoluciones, mientras los gobiernos del mundo se pongan rigurosos y valerosos frente a países pequeños pero obsecuentes y cobardes con las grandes potencias, ninguna resolución de esta naturaleza podrá tener fuerza, legitimidad o éxito posible.
Por lo demás, habrá que seguir luchando en favor de los derechos humanos en el mundo entero, pero también, y al mismo tiempo, en el derecho que asiste a cada nación para alcanzar una autodeterminación soberana.