Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 23 de abril de 2003
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Cultura

Cuatro talleristas profesionales reflexionan en torno de esos espacios creativos

Propiciar democracia e igualdad, papel de los talleres literarios

Las tertulias, embrión del nexo maestro-discípulos en el campo de las letras No es lo mismo acudir para instruirse que ser escritor El que coordine no debe recomendar la obra propia

CESAR GÜEMES

Los talleres literarios en México, cuya proliferación se remonta a comienzos de los años 80, en el presente son espacios en los que se auspician la democracia y la igualdad en la literatura, coinciden escritores que han dedicado gran parte de su vida profesional a impartirlos, como María Luisa Puga, Guillermo Samperio, Agustín Ramos y Ricardo Yáñez.

La trayectoria de esos cuatro talleristas suma por lo menos un siglo de promover la creación escrita en el país. Para Puga, ''los talleres se han ido convirtiendo en sitios ideales para practicar la igualdad"; Samperio advierte, sin embargo, que ''parecerse al coordinador del taller es uno de los peligros más graves que es necesario evitar"; Ramos observa el hecho desde el punto de vista sociológico y manifiesta que los grupos en los que se forman escritores ''han de ser instrumentos de democratización de la lectura", mientras que Yáñez expresa, entre otros conceptos, que ''el taller es una especie de guardería literaria".

Conquista de un lenguaje propio

María Luisa Puga, autora de libros como Pánico o peligro, La ceremonia de iniciación y La reina, habla del impacto de la proliferación de esos talleres en el país: ''No creo que sean una condición indispensable para nada, pero se escribe más, sin duda. Hay mayor diversidad de temas. Lo que los talleres han hecho es ayudar a quien los frecuenta a conquistar un lenguaje propio, y no sólo para escribir, sino para participar, rebatir, proponer. Los talleres se han ido convirtiendo en sitios ideales para practicar la igualdad; en esos espacios se abre la posibilidad de ayudarse unos a otros para que lo que se quiere decir sea lo más diáfano posible".

-ƑQué le reditúan estos años dedicados a coordinar talleres?

-Mi experiencia con grupos de niños, adolescentes y adultos, sigue siendo absolutamente enriquecedora. Observar las diversas etapas de identidad en la vida, las distintas maneras de acercarse al lenguaje desde los distintos ángulos sociales y lo que le sucede al lenguaje cuando es abordado por un grupo multigeneracional es un privilegio tanto como un trabajo.

Novelista y autor de libros de ensayo, Agustín Ramos pondera la presencia de los talleres y de la formación estrictamente académica: ''Valoro mucho la existencia del taller como una forma amigable de acortar distancias para el escritor novel, pero noferia_libro4 considero que sea determinante para la gran literatura. Juan Rulfo, Juan José Arreola, Fernando del Paso, Carlos Fuentes o Jaime del Palacio no estuvieron en talleres. En todo caso, reivindicaría más la formación académica tal cual. Es muy importante el sustrato que ofrece, por ejemplo, la Facultad de Filosofía y Letras, con lecturas específicas y bien dirigidas. Me quedo más con esa base que con la del taller.

''Claro, sé por experiencia que el taller funciona en la medida en que se parece al modelo renacentista: hay un maestro y aprendices que lo siguen pero que de pronto superan al oficial y se dedican a hacer su propia obra. Este sistema, sin embargo, tiene la desventaja de que algunos integrantes del grupo se dedicarán muy dignamente a ser copistas del maestro."

Generosidad, elemento esencial

La visión de Ricardo Yáñez, poeta con 25 años de impartir talleres en varios lugares del país, propone que ''el taller vino a democratizar la escritura", aunque matiza: ''No es lo mismo acudir a un taller que ser escritor. Acudir a un grupo de trabajo literario implica un proyecto, en el mejor de los casos. Cuando alguien dedica un tiempo diario a ejercitarse en las labores de la escritura muy posiblemente consiga ser escritor, con taller o sin él, porque de otro modo es como ir a misa: el alma se reconforta, pero no avanza el libro en el que la persona esté trabajando. Claro, siempre es mejor ir a un taller que no ir. Después de todo un lugar de trabajo para las letras es un mundillo literario, con lo sublime y malvado que eso implica. Casi siempre surge ahí mismo alguien con posibilidades de publicar el trabajo de los demás, aunque sea en una plaqueta; ahí están los críticos o los que aspiran a serlo; los lectores son los propios integrantes y hasta los amigos y los no tan amigos se van dando a lo largo de las sesiones. Viene a ser un grupo piloto para luego entrar al orbe literario profesional, es una especie de guardería literaria".

La satisfacción no está reñida con el trabajo, afirma Yáñez: ''Espero que mis talleres sean siempre una fiesta, aunque a veces nos enojamos, como ocurre en cualquier fiesta".

Samperio, creador de la escuela para escritores Ad'hoc-ingeniería cultural, recuerda:

''Aparte de los talleres clásicos, a finales de los años 60 y principios de los 70, Arreola formó los talleres del Instituto Politécnico Nacional, a los cuales pertenecí, una alternativa al Centro Mexicano de Escritores. Varios de los que nos formamos ahí ya no tuvimos la necesidad de buscar otros sitios. Andrés González Pagés fue mi maestro y el de varias generaciones. El fue muy generoso con sus conocimientos y eso creo que debe ser un elemento fundamental para coordinar uno de estos grupos.

''Antes de la aparición de los talleres existían las tertulias, en las que de alguna manera se tallereaban textos y había encuentros entre maestros y discípulos, un poco renacentistas. Esas tertulias fueron el embrión de los talleres. En los años 70 ya la tertulia estaba en extinción, lo mismo que los sitios de reunión. Veo que nadie dijo 'vamos a formar más grupos de reunión', sino que vinieron a sustituir a los dos antecedentes y a cumplir con una necesidad."

Samperio considera que la academia no es el camino ideal para auxiliarse en la formación como escritor: ''Se pensaba que entrar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM era una manera de aprender a escribir, porque de ahí habían salido grandes escritores, pero esa instancia se volvió una manera de deprimir la escritura. También por eso se fortalecieron los talleres".

Necesidad de buena fe

La dinámica que plantea Samperio parte de que ''en rigor, quien va a un taller tiene la intención de la escritura; ahí el coordinador, con su técnica, busca que el asistente perciba los aciertos y desaciertos de su escritura, que van a repetirse a lo largo de mucho tiempo. Cuando se hacen conscientes, se fortalece la cantidad de aciertos y se pulen los errores. Después de dos años es muy claro que una persona genera suficiente capacidad de autocrítica para dar el salto al compromiso con la escritura. Y después de otros dos años creo que es necesario dejar ir a los participantes para que desarrollen su propio estilo y manera de trabajar. En el caso de mi taller no manejamos bibliografías generales, sino específicas, para auxiliar de forma particular a cada posible escritor. Otro de los principios importantes del coordinador es no recomendar su propia obra. La figura ha cambiado: no se trata de que los alumnos escriban como uno, sino como ellos consigan hacerlo. Parecerse al coordinador del taller es uno de los peligros más graves que es necesario evitar".

La conclusión a propósito de la actitud que ha de guardarse para que el taller literario sea fructífero la ofrece Agustín Ramos:

''Debe existir buena fe para evitar que los talleres se conviertan en una carnicería, en sitios donde se practique la antropofagia o la castración. En ocasiones los maestros pueden no ser muy capaces o inclusive perversos. Si existe el taller como una aportación a lo que la academia no enseña, pues que exista, pero de buena fe."

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