IRAK: SALDOS Y PERSPECTIVAS
Después
de tres semanas de inmisericordes ataques aéreos y terrestres, varios
miles de muertos, incontables heridos y mutilados y una destrucción
material casi inimaginable, el régimen de Saddam Hussein se ha desmoronado
y el gobierno de Estados Unidos tiene en las manos el control militar de
porciones sustanciales del territorio de Irak, incluida la capital. Los
soldados invasores se pasean entre multitudes que oscilan entre la celebración
por la ausencia del dictador -protegido y armado por Washington en los
años 80 del siglo pasado- y la rabia y la humillación por
la devastación humana y material que sufrió el país
a manos de sus "libertadores", los cuales, por lo demás, no muestran
el menor interés por contribuir en algo a resolver la situación
de catástrofe en que hundieron a sus dominados: en diversas ciudades
del sur de Irak falta el agua potable desde hace tres semanas y en Basora
y Bagdad los saqueos masivos se perpetran ante la mirada indolente de los
efectivos angloestadunidenses.
El gobierno de Bush se prepara a anunciar la victoria
y el fin de la guerra, por más que el balance militar resulte todavía
incierto en amplias zonas de Irak: ciertamente, Saddam, si aún está
vivo, no puede ostentarse más como el gobernante del país,
pero eso no elimina la probabilidad de que surjan movimientos armados de
resistencia a la ocupación basados en regiones a las que los invasores
ni siquiera se han aproximado. Sin ninguna capacidad o voluntad de imaginar
un Irak gobernable y estable, los militares estadunidenses se aprestan
a desairar una vez más a Naciones Unidas y a imponer una administración
colonial que allane el camino a un régimen títere encabezado
por alguna figura tan corrupta, autoritaria e implacable como el propio
Saddam Hussein, o peor.
Pero en Bagdad misma, en Basora, Nasiriya, Kerbala y otras
ciudades martirizadas, la incursión ha dejado huellas y rencores
difícilmente superables para los que perdieron a sus familiares,
los que quedaron baldados y los que vieron sus viviendas y propiedades
reducidas a escombros. En el resto de los países árabes la
brutal agresión militar contra Irak deja un amargo sabor de boca
y una percepción -ciertamente fundamentada- del gobierno estadunidense
como amenaza a la paz, la vida, la seguridad y la estabilidad.
En los regímenes de Corea del Norte, Irán,
Siria y Libia, entre otros señalados por Washington como sus enemigos,
el episodio completo del acoso diplomático y propagandístico
y la posterior invasión de Irak se percibe como una señal
de la inutilidad de la ONU, sus resoluciones y procedimientos, y la convicción
de que no hay ninguna posibilidad de aplacar a Estados Unidos salvo, quizá,
mediante el desarrollo de armas propias de destrucción masiva capaces
de disuadir a la Casa Blanca.
Para los informadores del mundo que conservan un mínimo
sentido de honestidad y profesionalismo, los asesinatos de periodistas
cometidos en Bagdad por soldados estadunidenses han dejado en claro que
Washington considera a la prensa independiente un peligro, un objetivo
militar y un enemigo que debe ser destruido y desmoralizado como paso previo
a la difusión masiva de las imágenes -reales, sí,
pero propagandísticas- de estatuas de Saddam derribadas y jolgorios
por la caída del dictador. Con ello, y a la espera de que la Casa
Blanca proclame el triunfo absoluto en Irak, los grandes medios estadunidenses
darán por concluido el episodio y volverán la vista hacia
otro lado, acaso hacia el próximo objetivo militar de su gobierno.
Pero la nación iraquí se encuentra mucho más lejos
hoy que hace tres semanas de la paz, la estabilidad, la democracia y el
bienestar. El fin de la opresión de Saddam es el inicio de la opresión,
la destrucción, la ocupación y el saqueo por parte de Estados
Unidos.
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