Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 10 de abril de 2003
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Editorial
 
IRAK: SALDOS Y PERSPECTIVAS

sol-2Después de tres semanas de inmisericordes ataques aéreos y terrestres, varios miles de muertos, incontables heridos y mutilados y una destrucción material casi inimaginable, el régimen de Saddam Hussein se ha desmoronado y el gobierno de Estados Unidos tiene en las manos el control militar de porciones sustanciales del territorio de Irak, incluida la capital. Los soldados invasores se pasean entre multitudes que oscilan entre la celebración por la ausencia del dictador -protegido y armado por Washington en los años 80 del siglo pasado- y la rabia y la humillación por la devastación humana y material que sufrió el país a manos de sus "libertadores", los cuales, por lo demás, no muestran el menor interés por contribuir en algo a resolver la situación de catástrofe en que hundieron a sus dominados: en diversas ciudades del sur de Irak falta el agua potable desde hace tres semanas y en Basora y Bagdad los saqueos masivos se perpetran ante la mirada indolente de los efectivos angloestadunidenses.

El gobierno de Bush se prepara a anunciar la victoria y el fin de la guerra, por más que el balance militar resulte todavía incierto en amplias zonas de Irak: ciertamente, Saddam, si aún está vivo, no puede ostentarse más como el gobernante del país, pero eso no elimina la probabilidad de que surjan movimientos armados de resistencia a la ocupación basados en regiones a las que los invasores ni siquiera se han aproximado. Sin ninguna capacidad o voluntad de imaginar un Irak gobernable y estable, los militares estadunidenses se aprestan a desairar una vez más a Naciones Unidas y a imponer una administración colonial que allane el camino a un régimen títere encabezado por alguna figura tan corrupta, autoritaria e implacable como el propio Saddam Hussein, o peor.

Pero en Bagdad misma, en Basora, Nasiriya, Kerbala y otras ciudades martirizadas, la incursión ha dejado huellas y rencores difícilmente superables para los que perdieron a sus familiares, los que quedaron baldados y los que vieron sus viviendas y propiedades reducidas a escombros. En el resto de los países árabes la brutal agresión militar contra Irak deja un amargo sabor de boca y una percepción -ciertamente fundamentada- del gobierno estadunidense como amenaza a la paz, la vida, la seguridad y la estabilidad.

En los regímenes de Corea del Norte, Irán, Siria y Libia, entre otros señalados por Washington como sus enemigos, el episodio completo del acoso diplomático y propagandístico y la posterior invasión de Irak se percibe como una señal de la inutilidad de la ONU, sus resoluciones y procedimientos, y la convicción de que no hay ninguna posibilidad de aplacar a Estados Unidos salvo, quizá, mediante el desarrollo de armas propias de destrucción masiva capaces de disuadir a la Casa Blanca.

Para los informadores del mundo que conservan un mínimo sentido de honestidad y profesionalismo, los asesinatos de periodistas cometidos en Bagdad por soldados estadunidenses han dejado en claro que Washington considera a la prensa independiente un peligro, un objetivo militar y un enemigo que debe ser destruido y desmoralizado como paso previo a la difusión masiva de las imágenes -reales, sí, pero propagandísticas- de estatuas de Saddam derribadas y jolgorios por la caída del dictador. Con ello, y a la espera de que la Casa Blanca proclame el triunfo absoluto en Irak, los grandes medios estadunidenses darán por concluido el episodio y volverán la vista hacia otro lado, acaso hacia el próximo objetivo militar de su gobierno. Pero la nación iraquí se encuentra mucho más lejos hoy que hace tres semanas de la paz, la estabilidad, la democracia y el bienestar. El fin de la opresión de Saddam es el inicio de la opresión, la destrucción, la ocupación y el saqueo por parte de Estados Unidos.
 

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