Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 10 de abril de 2003
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Mundo

Angel Guerra Cabrera

ƑQué pasa en Cuba?

La opinión pública recibe un diluvio de calumnias sobre Cuba que hace muy difícil formarse una opinión informada de lo que sucede a quien no vive o conoce la isla. Ello obedece primordialmente al control monopólico de la circulación de noticias que ejerce un puñado de trasnacionales mediáticas, cuyos propietarios ven en el ejemplo de rebeldía, dignidad y realizaciones sociales cubanas una amenaza al sistema mundial de explotación del que medran. De allí sale la actual campaña de censura a las sanciones de los tribunales de Cuba contra integrantes de la contrarrevolución interna, a la que prestamente se han sumado líderes de opinión de la derecha, entre ellos los que propusieron aprovechar la invasión de Irak como una oportunidad para obtener limosnas yanquis a cambio de apoyarla, pero también de la izquierda "políticamente correcta" que aboga por el cambio para que todo siga igual y que simpatiza con los movimientos sociales mientras no rompan con las reglas de la dominación.

Desde sus posturas, la desigual lucha del pueblo cubano contra la hostilidad de la mayor potencia militar de la historia o los reiterados esfuerzos de sus autoridades para persuadir civilizadamente a los hoy sancionados a que pusieran fin a su conducta provocadora y subversiva son patrañas de la propaganda castrista. Al igual que la escalada conspirativa dirigida por la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana y la actitud arrogante y cínica de ese gobierno en todo lo referente a Cuba, que han creado una situación de extremo deterioro en las relaciones bilaterales pese a los esfuerzos de La Habana por lograr un mínimo de cooperación y entendimiento en temas como la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Las leyes y las instituciones cubanas, por supuesto, carecen de legitimidad porque no se atienen al molde de democracias ejemplares como las que invaden Irak o las que después de oponerse a ese crimen ahora se apresuran a no quedar afuera del repugnante negocio de la reconstrucción. Tampoco faltan personas honestas que cuestionen la pertinencia de las acciones cubanas, porque la maquinaria mediática sustenta su artillería en prejuicios inculcados machaconamente en el sentido común. Prejuicios que no tardarán en deshacerse cuando se confronten con los hechos.

Como acaso ninguna revolución moderna, la cubana ha enfrentado un periodo singularmente extenso y pertinaz de agresiones y cerco exteriores. Apoyado en un principio en una contrarrevolución interna integrada por miembros de las clases desplazadas del poder, su composición cambió una vez que éstos emigraron para dar cabida a una escuálida minoría de resentidos con el Estado re-volucionario, pusilánimes y marginales. En su fuero interno se regocijan sabiendo que su actividad -unida a la permisividad cómplice de Estados Unidos- estimula acciones que ponen en riesgo la vida de muchas personas, como el secuestro de aviones o em-barcaciones a punta de pistola, o que, peor aún, pueden servir de pretexto al reforzamiento de la política hostil hacia la isla. Ningún país se ha visto sometido, como Cuba, a una ley que premia automáticamente con la residencia en el centro del imperio a sus ciudadanos que logren llegar allí, no importa los medios que empleen para conseguirlo.

En Cuba, salvo una pequeña fracción de la burguesía en un corto y excepcional periodo del siglo XIX, esa clase nunca pudo concebir un proyecto nacional. De allí el legado de dependencia cultural, ideológica y política respecto del imperialismo estadunidense que caracteriza el pensamiento isleño de derecha, imbuido siempre del ideal más o menos edulcorado de la anexión a Washington. Por consiguiente, la burguesía y los sectores y capas a ella asociados no atinaron después del triunfo de la revolución a más que subordinar del todo su actuación política a los planes agresivos e intervencionistas de Estados Unidos.

Los que hoy posan de disidentes en Cuba son herederos de lo más vulgar de esa tradición; no tienen pudor alguno en servir como asalariados al gobierno que lleva a cabo una guerra no declarada contra el país en que nacieron. No es la libertad lo que está en discusión, sino el derecho de Cuba a aplicar sus leyes a quienes las violan descaradamente.

Cualquier persona sensible que visite la isla y no se atenga en sus juicios a las trampas de la democracia elitista se dará cuenta de la incomparable libertad y espíritu críticos reinantes en esa trinchera.

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