LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Satín rojo
Inesperada afirmación personal Transgresión de valores
LA PRIMERA FUENTE de inspiración para Satín rojo, de la joven realizadora tunecina Raja Amari, fue, según ha expresado, la cadena de melodramas egipcios que pudo ver en Túnez durante su infancia y adolescencia. En esa desmesura de los dramas conyugales que culminan en violencia o sacrificios, en el mar de desventuras que provoca la honra perdida de una joven, en ese acopio interminable de lágrimas y pesares -tan cercano al melodrama hindú o al cine arrabalero mexicano de los años 50- es donde encuentra sus referencias mayores una cinta en la que madre e hija aman, sin saberlo, a un mismo hombre con un cabaret de por medio.
PARA LA DIRECTORA, egresada de la Femis, escuela de cine en París, el argumento de Satín rojo -escrito por ella en colaboración con Saïda Ben Mahmoud- recurre sin mayores rodeos a muchos clichés del género elegido y su tono semeja ciertamente al de una telenovela. Raja Amari cuenta la historia de Lilia (Hiam Abbass), joven viuda, de profesión costurera, que vive con su hija adolescente, a la que educa bajo normas morales muy estrictas. Al descubrir accidentalmente la vida tras bambalinas en un cabaret de danza del vientre, y hacer amistad con una de sus bailarinas, la simpática Folla (Monia Hichri), en vías de jubilación, Lilia percibe la posibilidad de una inesperada afirmación personal por medio de la danza y de su relación amorosa con un músico del lugar. Su rápida educación sentimental culmina efectivamente en un proceso liberador.
DE AHI EN adelante todas sus acciones irán en contra de la conducta ideal de una mujer musulmana, además de madre de familia. Esta transgresión paulatina y creciente de los valores tradicionales, protagonizada por una mujer, en una cinta escrita y dirigida por una mujer, fotografiada por una mujer, en la que los hombres, sin estar del todo ausentes, juegan un papel muy secundario, es de entrada una propuesta distinta, progresista, inusitada en la cinematografía árabe, en la que los retratos más interesantes de la mujer los han realizado hombres (con ejemplos muy notables, las cintas iraníes El círculo, de Jafar Panahi; Kandahar, de Mohsen Makhmalbaf y 10, de Abbas Kiarostami).
SATIN ROJO NO tiene de modo alguno la dimensión de las películas citadas. Su narrativa es convencional y algunas de sus situaciones son francamente inverosímiles, como presentar a una hija incapaz de percatarse de que su madre sale casi todas las noches a un cabaret. En lugar de un trazo más acabado de los personajes, que volvería más interesante el relato de la doble vida de la protagonista, la directora se concentra en la súbita afición de Lilia por la danza y en sus efectos liberadores. E insiste en ello con un placer evidente, tal vez en parte por la propia experiencia de la cineasta, quien estudió baile antes de dirigir sus primeros cortometrajes (Abril, Una tarde de julio), o por un deseo de reivindicar la danza del vientre como un arte y no como mera distracción nocturna.
EN ESTE SU primer largometraje, Raja Amari evita, por fortuna, la tentación de situar la historia en un contexto pintoresco y su mirada a la ciudad mediterránea es rápida y discreta, apenas un contrapunto luminoso para el resto de la historia que transcurre en lugares cerrados. Tampoco hay en la realizadora intento alguno de emitir un juicio moral sobre la conducta de sus personajes, al grado que hacia su desenlace la cinta adquiere un tono reivindicatorio, de liberación de las costumbres, con un festejo principal, el de la propia Lilia, manifestando el disfrute de su cuerpo y el redescubrimiento de su sexualidad.